Occidente y el monopolio del “saber hacer”
A diferencia de la experiencia soviética, hoy la disputa por el liderazgo innovador y tecnológico se da en el interior del capitalismo
La civilización occidental transita en nuestros días por la tercera amenaza con relación a la pérdida del monopolio de la innovación productiva –desde la Revolución Industrial– a manos de una potencia no occidental. En distintos contextos y con distintas particularidades, la Unión Soviética y Japón lograron en la segunda mitad del siglo XX cuestionar la primacía occidental en la materia. Actualmente, el vertiginoso ascenso de China como potencia global parece transformarse en un dolor de cabeza para las potencias occidentales, principalmente para Estados Unidos.
La Guerra Fría no solo fue una disputa geopolítica e ideológica, sino primordialmente una pugna de dos sistemas económicos con sus respectivos mecanismos de conocimiento e innovación en la búsqueda de la supremacía productiva y tecnológica. Si hasta los años setenta parte de Occidente pensaba que la Unión Soviética lideraba el campo de la innovación (por ejemplo, la preocupación que generó el Sputnik, primer satélite artificial de la historia), promediando los ochenta el sistema capitalista mostró signos de supremacía a la hora de generar saberes vinculados a la innovación tecnológica. Como bien señaló Eric Hobsbawm, mientras en aquellos años los soviéticos seguían fabricando los mismos tractores de los años cincuenta, en EE.UU. ya se estaban fabricando los chips informáticos y diseñando la Internet que hoy conocemos.
A la par de la amenaza soviética, durante los años ochenta del pasado siglo emergió un nuevo actor no occidental con capacidad de competir en el “saber hacer”, pero con la ventaja de que se trataba de un sólido aliado occidental y que la “competencia” era intracapitalista. Ante la crisis del paradigma fordista de acumulación, en Japón despuntaba otra forma de producción, organización e innovación productiva más eficiente y competitiva. Las restricciones voluntarias a las exportaciones a las que accedió Japón en el sector automotor y textil eran un ejemplo del temor que producía el capitalismo japonés. Sin embargo, los saberes del paradigma toyotista rápidamente se esparcieron por todo Occidente, logrando un salto en la productividad global que benefició primordialmente a Occidente.
El punto a destacar es que promediando la segunda década del siglo XXI Occidente y, principalmente, EE.UU. enfrentan una nueva amenaza con relación a la pérdida de la innovación y del saber productivo a manos de un actor no occidental. A diferencia de lo que sostienen muchos analistas, la principal disputa geoeconómica con la República Popular China no se da en el campo del comercio o de las inversiones, sino en la férrea disputa entre el capital, apoyado por sus respectivas naciones, por el control del “saber hacer”.
El empresariado chino que hace más de tres décadas interactúa con las multinacionales occidentales que se radicaron en el país asiático para aprovechar el tamaño del mercado y sus bajos costos laborales ha logrado “converger” y competir palmo a palmo por el liderazgo global. Este proceso liderado por el Estado fue posible dado que el régimen chino “trocó conocimiento por mercado”, aprovechando externalidades positivas del arribo masivo de inversión extranjera directa (joint ventures).
A su vez, desde hace una década China invierte cada vez más en investigación y desarrollo (I+D). En 2016 fueron US$ 200.000 millones, un nivel de inversión que sólo va a la zaga del estadounidense. El presidente chino, Xi Jinping, ha posicionado la innovación basado en la ciencia en los primeros lugares de la agenda nacional. El año pasado, más de un millón de patentes de residentes chinos fueron registradas en la dependencia nacional de propiedad intelectual y miles de científicos que han estudiado en las universidades occidentales fueron repatriados.
En la actualidad, las empresas chinas buscan insertarse en las cadenas globales de valor (CGV) en la parte superior donde están los mayores dividendos y ganancias del actual capitalismo. Un ejemplo: la empresa electrónica China Huawei Technologies está desplazando de varios mercados (incluido el chino) a la estadounidense Apple, dados sus mejores costos y, sobre todo, su mejor innovación en los productos. A su vez, gran parte de los conocimientos y creaciones sobre la economía del futuro (robótica, inteligencia artificial, energías renovables, biotecnología) están siendo producidos en universidades y centros tecnológicos de China.
Esta nueva pérdida del monopolio de la innovación por parte de Occidente tiene particularidades muy distintas a las otras dos antes descriptas. A diferencia de la experiencia soviética, la disputa es al interior de un mismo sistema productivo (el capitalismo globalizado e interdependiente). La cuestión no radica en saber qué sistema es el más eficiente, sino quiénes al interior de la globalización imperante lo son. Por su parte, a diferencia de la experiencia japonesa de los años ochenta, China no solo está dispuesta a buscar riqueza en el escenario internacional, sino también poder e influencia. Pekín lejos está de conformarse con ser un “Estado comercialista”, dado que sus ambiciones en el plano global trascienden el plano económico.
En definitiva, si el “nuevo malestar de la globalización” –en palabras de Joseph Stiglitz– se relaciona con el descontento de los ciudadanos del Norte, con el aumento de la desigualdad y el estancamiento salarial, para las elites políticas y empresariales el malestar radica en que China no solo ha equiparado el “saber hacer” del capitalismo, sino que tiene todo el potencial para superarlo.
El “America first” de Donald Trump es un intento desesperado por revertir esta tendencia que desafía el liderazgo económico y geopolítico de Occidente. Hasta ahora Occidente siempre pudo sobreponerse a las amenazas y competidores foráneos. ¿Podrá esta vez frente a la potencia emergente asiática?
El autor es doctor en Relaciones Internacionales de la UNR/Conicet