Más allá de los vaivenes de la globalización, la Argentina tiene que abrirse al mundo
El mercado mundial es un desafío para la producción nacional porque implica lograr costos competitivos para vender productos de calidad y a buen precio
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Ya va un año de la invasión de Ucrania y hubo fuertes cambios en lo que se creía una globalización duradera. Sorprendentemente Ucrania sigue exportando y es un actor relevante en mercados agropecuarios. También ha habido fuertes cambios en mercados energéticos, adaptándose a las nuevas circunstancias. En un reciente informe Wells Fargo concluye que ante cambios graduales, la economía de EE.UU. no sufriría gran impacto negativo. En nuestro caso o el Latinamericano en general, las conclusiones pueden ser muy diferentes.
El mundo tuvo tres grandes procesos e idas y vueltas con la globalización: auge y caída del imperio romano, antes de la primera guerra mundial y luego de la segunda guerra. Por supuesto entremedio hubo todo tipo de ciclos y asimetrías, con países que entendieron o crearon los nuevos paradigmas y supieron aprovecharlos o casos como el de la Argentina que -con vaivenes- ha tenido una economía más bien cerrada y enfocada en su mercado interno.
El crecimiento requiere inversión. Ese es nuestro principal desafío porque son muy pocos los sectores que tienen ganancias y por lo tanto posibilidad o intención de reinvertir. Al mismo tiempo, la inversión extranjera enfrentaría los mismos desafíos a los que hay que sumar que pueden decidir sus inversiones en cualquier otro país.
Los mercados globales son por definición más grandes que los mercados domésticos. Acceder a los mismos requiere lograr un producto de mejor calidad o más barato, para lo cual no se cuenta sólo con la eficiencia de la empresa en sí misma, sino de toda la llamada “infraestructura social”: talento, capacidad de innovación, servicios sociales, disponibilidad de infraestructura física apropiada, etc. Las condiciones macroeconómicas son obviamente un problema, pero aunque mágicamente se solucionaran todos nuestros problemas de tipo de cambio, inflación, etc., lo mismo tendríamos pendiente una gigantesca agenda para mejorar notablemente nuestra infraestructura social.
Las eventuales inversiones argentinas tienen que considerar el mundo como potencial cliente y no al país como único cliente, o peor, proveedor. Sería ingenuo. Aunque así no fuera, es poco eficiente. Es imposible pensar que podemos autoabastecernos en todo y a costo razonable. Por lo tanto las restricciones al comercio exterior causan un daño fenomenal a la producción. Con la eficacia de las cadenas de producción globales, estar aislados de las mismas y pretender sólo vender es francamente iluso.
La globalización ha llevado a menores precios ya que siempre hay un proveedor más barato y las empresas actúan en durísima competencia. Esto afecta salarios o genera desempleo en todos aquellos casos que no hay aumento de productividad. La solución no es cerrar la economía sino -justamente- mejorar la productividad.
Si se detuviera la globalización, aún así la Argentina tendría fuertes incentivos para intentar abrirse al mundo ya que podría aumentar la producción de varios sectores notablemente e incorporar capital y eficiencia en otros. Buscar países como socios estratégicos o “polos geopolíticos” suena rimbombante pero es ingenuo, ya que lo que importa es qué recursos podemos aportar.
Como ejemplo, consideremos un convenio recientemente anunciado con orgullo entre Fadea y una institución China para la fabricación de helicópteros. Sabiendo de las virtudes de la especialización, de la necesidad de encontrar ventajas comparativas y que es conveniente dedicarse a aquellas actividades en las que se tiene una mejor dotación o un menor precio relativo de recursos, debemos ver cual es el quid de esta inversión. En este caso, China tiene mejor tecnología y capital más barato. Quedaría entonces para el lado argentino proveer mano de obra de mejor calidad o costo. ¿Será así? Ya sabremos pronto las características del convenio, que debiera ser analizado con cuidado.
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