Los servicios generan un nuevo paradigma en el comercio internacional
La compra y venta de bienes es solo la punta del iceberg dentro del flujo de datos, información y conocimiento compartido que generan migraciones transfronterizas intangibles
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¿Hacia dónde va el “viejo” comercio exterior? Aquel de los bienes físicos inundando el planeta a través de los contenedores sobre los barcos…
Pues hoy asistimos a un cambio sustancial: cada vez hay más valor intangible formado a través de interacciones complejas entre actores varios por sobre las fronteras.
El intercambio suprafronterizo de servicios crece mucho mas dinámicamente que el de bienes; las telemigraciones generan un nuevo proceso de creación de valor global interpersonal; y los datos, la información y el conocimiento compartido se transformaron en el mayor motor de la internacionalidad económica.
Y entre tantas novedades emerge una muy relevante. El capital intelectual supranacional es cada vez más valioso pero no siempre está identificado, registrado, descubierto en su paso internacional.
Mas aun: está incrementándose hoy el vertiginoso intercambio de “flujos transfronterizos no monetarios”. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) tiene una guía para medir el comercio digital (”Handbook on measuring digital trade”), donde advierte ya que los flujos no monetarios adquieren una relevancia creciente en el planeta. Las empresas intercambian prestaciones que no se registran con un precio en frontera y así están transformando la mensura del viejo “comercio internacional”.
Automóviles que después de salidos al mercado envían data digitalizada a sus casas matrices permitiendo un feed back creativo, servicios digitalizados de posventa internacionales que generan más valor que los objetos físicos que ellos acompañan, aplicaciones disponibles en los más modernos dispositivos que ofrecen prestaciones no onerosas pero que abren valor interactivo, bienes físicos diversos (indumentaria, alimentos, publicaciones) que crean registros de información con valor autónomo -que direcciona conductas posteriores de las empresas-, trabajadores de diversas sucursales de multinacionales que están en contacto planetario permanente creando saber intracorporativo sin registrar en qué lugar geográfico se aportan esos inputs, consumidores que a través de internet consumen servicios “gratuitos” que en realidad permiten la formación de big-data a las grandes empresas que se valen de ello para formar el más relevante insumo para la estrategia (los datos).
Lo grafica Yuval Harari cuando advierte que mientras antes leíamos un libro ahora un I-Book nos lee a nosotros. Y hasta se ha modificado el formato de la música que compramos (¿alquilamos?) para atender a la preferencia del consumidor que queda registrado en las aplicaciones desde las que hoy accedemos a las melodías.
Durante la última pandemia alguien solicitó al CEO de un importante laboratorio internacional la apertura de la propiedad intelectual de las patentes de las vacunas, y la respuesta fue que podría suspenderse la vigencia de esa propiedad intelectual, “abrirse” los derechos sobre las patentes, pero que fabricar las vacunas requería mucho más que saber una formula: exige un capital organizacional, un sistema de factores inteligente, una interacción con proveedores, la garantía de un sistema de interacción cognitiva operativo. El saber está ahí donde cuesta categorizarlo, pero es ahí donde se crea valor.
Dice Jonathan Haskell que se ha creado un nuevo derecho de propiedad que no está en quien registra una idea sino en quien sabe ejecutarla e implementarla; y que es él el que se apropia del valor más allá de donde o con quien lo haga. Todo un valor nuevo, poco registrado en los instrumentos viejos.
Cada vez hay más. Las interacciones supranacionales crean “process capital”, “organizational capital”, “big-data”, “structural capital”, “customer capital”. Y buena parte de ello escapa a las nomenclaturas convencionales (antiguas ya), de las meras “compras y ventas” a través de las fronteras.
Dice Bill Schmarzo que emerge una nueva disciplina económica: la nanoeconomía, que consiste en incorporar al cliente -que ya no es un mero receptor de un producto sino que ahora es un cocreador a través de las nuevas tecnologías y la formación de big-data- como parte del proceso productivo. Y señala el Foro Económico Mundial que las cadenas valor están pasado del “doing digital” al “being digital” y que ello mueve el paradigma desde la eficiencia y el menor costo hacia la alta capacidad y el mayor valor.
¿Hacia dónde va aquel comercio exterior? Pues conviene advertir que la transformación es sustancial y creciente. Y que competir en el nuevo mundo supone entender lo nuevo, adaptar instrumentos de medición, crear otras instituciones, alentar la novedad, desarrollar valor innovativo, preparar capacidades, dar un salto global. Y para eso están pendientes nuevas capacidades en las empresas, nuevas habilidades en las personas, nuevos instrumentos de asociación. Y nuevos soportes públicos (normas, instituciones, arquitecturas institucionales).
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