Los buitres y los fondos
La naturaleza de estos fondos tapó la irresponsabilidad fiscal histórica de un país cuyos gobiernos tienen el particular apego de financiarse con la inflación
Un Estado tiene básicamente tres formas para financiarse. Los impuestos tradicionales y la emisión de deuda son las dos primeras. La tercera es el impuesto más amado por políticos y ciudadanos: la inflación, el impuesto perfecto que no necesita aprobación gubernamental, ni tediosas discusiones en el Congreso.
Este impuesto es tan sutil que nos encanta, especialmente cuando toneladas de dinero son volcadas al mercado y nos producen ese efecto sólo comparable a las drogas o el alcohol. En 1980, Milton Friedman trazó su famoso paralelismo de por qué la inflación es como el alcoholismo: "En ambos casos, cuando se comienza a beber o cuando se imprime demasiado dinero, lo bueno viene primero y los malos efectos después. Cuando se para de beber o se detiene la impresión de dinero, los malos efectos vienen primero y los bueno sólo a lo último".
Ese proceso de desintoxicación es el que el actual gobierno está tratando de instrumentar, pero recordemos: no es un proceso agradable. No nos olvidemos de que la bendita inflación siempre nos ha ayudado a financiar la parte del gasto público que nunca nadie tuvo las agallas de cortar.
¿Ahora bien, por qué llegamos a esto? ¿Por qué sistemáticamente evitamos poner en orden nuestras cuentas públicas y tener un Estado profesional libre de vagos y puestos políticos?
Tal vez todo esto sucede por la falta nacional de asumir responsabilidad sobre nuestros errores y admitir que las equivocaciones de nuestros gobiernos son también nuestras, porque los votamos (y los seguimos votando, en algunos casos). Por esto es llamativa nuestra apocalíptica visión sobre los fondos buitre, a los que culpamos de muchos de nuestros males cuando el problema principal fue nuestro, precisamente por no haber controlado nuestro gasto, haber tomado mucha deuda y haber entrado en default.
Defender a un animal como el buitre no es lindo ni fácil. El animal es feo y vulgar, pero su rol en el ecosistema es tan importante como el de sus primos financieros, que proveen liquidez a inversores que desesperadamente buscan salir de un país en llamas. Si ponemos a un lado los principios democristianos de equidad y ética, los fondos buitre son una actividad legal que se centra en la aplicación de la ley contractual.
Vivir de la carroña
Tanto los animales como los fondos consumen carroña, partes de algo que fue y ya no es más y que, en general, nadie más está dispuesto a consumir. A fines del año 2001 nuestros bonos eran carroña: instrumentos financieros que la mayoría de los inversores no estaban dispuestos a consumir ni siquiera por los 15 centavos que mucha gente culpa a los fondos buitre de pagar. ¿Si era tan buen negocio porque nadie más los quiso comprar a 15 centavos?
La realidad es bien diferente de lo que muchos quieren mostrar: es más fácil culpar a los fondos buitre que a nuestros políticos y a nosotros mismos por votarlos. Los fondos buitre simplemente cumplían, cumplen y cumplirán su rol en la cadena alimentaria. En síntesis, se especializan en adquirir activos baratos y en default para subsecuentemente litigar en pos de una ganancia financiera.
A veces nos olvidamos de la magnitud del colapso argentino. Luego de 2001 -cuando se produjo tal vez una de las mayores crisis monetarias de la era moderna- el país vio depreciada su moneda en más de 75% en cuestión de meses y la deuda pública pasó de 45% como porcentaje del PBI en 2000 a 166% en 2002. El default fue por US$ 81.200 millones, y superó por mucho a cualquier otro anterior, incluyendo el ruso (US$ 30.000 millones).
El default incluía a alrededor de medio millón de inversores divididos en más de 150 especies diferentes de bonos e instrumentos financieros denominados en seis monedas diferentes. En síntesis, una tragedia. Desde un punto de vista político y social, la situación no era mejor ya que la economía, el gobierno y el sistema bancario colapsaron. Un desempleo del 20%, cinco presidentes en dos semanas, confiscación de depósitos, etc.
La pregunta es si después de recordar todo esto los 15 centavos nos siguen pareciendo un regalo.
Ahora cabe mirar hacia adelante y cerrar uno de los capítulos más vergonzosos de nuestra historia. Pero, lejos de olvidarnos de los fondos buitre, deberíamos recordarlos. Alemania es un ejemplo de esto. Ese país aprendió el valor de la historia y de los sufrimientos del pasado como elemento de enseñanza para las los más jóvenes. Debemos entender por qué los berlineses siguen hoy después de tantos años manteniendo, con dinero de sus bolsillos, el monumento más vergonzoso de su historia, como es el del soldado soviético, construido por Stalin, que recuerda no sólo la caída de Alemania sino las violaciones y desmanes cometidos por esas tropas sobre la sociedad civil al final de la guerra. Esa estatua es hoy parte de Berlín y de su pasado, uno del que no quieren olvidarse y al que nunca querrán volver.
Recordar a los fondos buitre es recordar un pasado al que la Argentina tampoco quiere volver, a un default vergonzoso al que no se quiere retornar; pero es también entender que ésa fue la consecuencia de nuestra falta de acción sobre gobiernos que por ganar votos engañaron a la sociedad. Nuestros políticos no sólo recurrieron al endeudamiento desmedido sino también a la inflación (sobre todo en períodos electorales), usaron las empresas públicas como tomadores de empleo y ejemplos de ineficiencia, mostraron una corrupción nunca vista y generaron un gasto público que simplemente nuestros impuestos no podían costear.
Como dijo alguna vez Friedman: "Presten atención a una cosa: a cuánto gasta el gobierno, porque ése es el verdadero impuesto. Si ustedes no pagan por él en forma de impuestos explícitos, lo estarán pagando en forma de inflación o endeudamiento".
El autor es socio fundador de White-Bridge Capital, fue Head de Latinoamérica de Deuda Corporativa y Soberana para ABN-AMRO Bank y es especialista en reestructuración de deuda