Los acuerdos de integración económica en tiempos inciertos
El cambiante contexto internacional, derivado de las nuevas configuraciones del poder mundial y de la mayor conectividad entre países, empresas y consumidores, insta a tener relaciones “poligámicas”
La construcción de espacios regionales multinacionales, con objetivos políticos de largo plazo que trascienden el plano económico, y con reglas de juego favorables al desarrollo del comercio, del empleo y de la inversión productiva, no es tarea fácil. En especial cuando tal construcción se refleja en procesos que son menos sencillos de desarrollar que lo imaginado en sus momentos fundacionales.
Quizá sea por ello que hoy los países parecen estar menos inclinados a la idea de una integración económica con naciones del propio espacio geográfico, en particular si es que ella supone disciplinas rígidas, superación de su propia identidad nacional y, sobre todo, cesión definitiva de soberanía.
Se evidencia en las crisis que atraviesan algunos de los principales procesos de integración encarados en las últimas décadas. Los ejemplos más notorios se encuentran en el Mercosur, la UE y el Nafta. No son ellos procesos similares ni en sus rasgos principales ni en su profundidad. Tampoco lo son sus respectivas crisis. Pero ellas evidencian una creciente distancia entre los avances logrados y las expectativas generadas en cuanto a sus posibles resultados.
En los tres casos se observan factores que generan incertidumbres sobre su desarrollo futuro. Ello es evidente en el caso de la UE, como consecuencia de los efectos aún imprecisos del Brexit. En el caso del Nafta se ha concluido la negociación de un nuevo tratado, pero aún no ha sido ratificado. Su futuro también es incierto. Y en el caso del Mercosur, si bien los respectivos países miembros han ratificado su voluntad de continuar con su desarrollo, siguen en pie muchos interrogantes sobre cómo se abordarán cuestiones que inciden en su eficacia y legitimidad social.
Una idea que estuvo presente desde el momento fundacional del Mercosur, al comienzo de década de los noventa, fue la de la negociación de un acuerdo birregional con la UE. En esa fase inicial era una idea con fuerte interés favorable del lado europeo, no solo como consecuencia de los vínculos históricos entre los países de las dos regiones, sino, en especial, por los intereses económicos acumulados en el sector industrial y automotor. Para relevantes empresas europeas, tal negociación birregional adquiría una mayor necesidad y urgencia, ante el interés de Estados Unidos por el desarrollo de lo que se planteó como el objetivo de una gran zona hemisférica de libre comercio.
Es importante para todos los actores contar con estrategias de inserción actualizadas y con el mayor número de países posible
Han pasado casi treinta años desde ese impulso inicial, y unos veinte años desde el inicio formal de las negociaciones, y las respectivas partes señalan ahora que el acuerdo está a punto de ser concluido. Las declaraciones efectuadas con motivo de la reciente visita del presidente brasileño, Jair Bolsonaro, a Buenos Aires, tenderían a confirmar esta expectativa positiva. Si el acuerdo efectivamente se firmara en un plazo corto, habrá que ver con qué facilidad puede superarse la etapa de su ratificación parlamentaria, tanto del lado de los países del Mercosur como del lado europeo. Se iniciaría entonces otra etapa compleja, que sería la del "día después" de la firma, que es donde deberá apreciarse el grado de preparación, especialmente de las empresas del Mercosur, para efectivamente extraer beneficios del acuerdo.
Tampoco está claro cuál podría ser para el Mercosur y para sus empresas un "plan B", en el eventual caso de que el acuerdo birregional o no se firme (ya ocurrió en otras oportunidades) o no se pueda completar su entrada en vigor. Explorar un pleno aprovechamiento del acuerdo marco UE-Mercosur, firmado en Madrid en 1995 y que sigue vigente, podría ser en tal caso una opción inteligente. Parecería recomendable que estuviera presente en la agenda negociadora actual, al menos para neutralizar el efecto negativo que podría producirse en el caso de que el acuerdo birregional no se pudiera firmar.
Es razonable imaginar que hacia adelante los acuerdos de integración, tanto los regionales como los birregionales en sus distintas modalidades, seguirán impactados por las incertidumbres que predominen en el contexto internacional. Ellas derivan, entre otros factores, de los efectos de las nuevas configuraciones del poder mundial; de la mayor conectividad entre países, empresas y consumidores con múltiples opciones; y de la proliferación de fracturas étnicas, ideológicas y emocionales. Acrecientan la importancia para todos los protagonistas de contar con estrategias de inserción internacional, que estén actualizadas, que sean relativamente confiables, y que abarquen el mayor número de países.
Se está entrando en una fase de relaciones internacionales "poligámicas", en la que se tornan obsoletos paradigmas, conceptos y enfoques teóricos del pasado.
En tal fase, será necesario tener una visión actualizada del propio concepto de integración económica entre diversos países. Implica tener claro el por qué un país se asocia en forma permanente con otro país (dimensión existencial) y el cómo hacerlo (dimensión metodológica). Imaginar la integración en términos similares a los que han predominado en otros momentos históricos, especialmente en el plano económico, no parecería ser algo conveniente. En tal perspectiva, una visión dogmática de lo que debe ser una zona de libre comercio o una unión aduanera, suena a algo antiguo.
La que está emergiendo parecería ser una fase de alianzas múltiples y flexibles, con una gran dinámica en su desarrollo. Una fase en la que un país, cualquiera que sea su dimensión, pueda tener dificultades para navegar con eficacia y para lograr sus visiones y objetivos, si es que no tiene un diagnóstico correcto, sobre su ubicación y sobre sus posibilidades efectivas en la competencia por el poder y los mercados internacionales.