La evolución de las cadenas de valor y las exportaciones “invisibles”
Dice Richard Baldwin (lanzando su último libro The Globotics Upheaval) que la globalización no solo no se detiene sino que avanza mutando de naturaleza. Dice que han habido diversas globalizaciones: la primera (que comenzó en el siglo XIX) separó la producción del consumo y generó el primer auge del comercio internacional de bienes aprovechando el avance del transporte y sin soporte gubernamental; la segunda fue la que desarrolló aún más el comercio transfronterizo, pero al amparo de instituciones internacionales creadas tras la Segunda Guerra Mundial (el comercio mundial de bienes creció 150 veces entre 1960 y 2018); la tercera se produjo desde los años ’90 del siglo pasado, cuando la revolución de las comunicaciones hizo que cruzaran fronteras no solo los bienes sino también las fábricas, produciéndose el crecimiento de la inversión transfronteriza, que se quintuplicó entre 1990 y 2017 (hay unas 100.000 empresas multinacionales en el mundo, que lideran la que Gary Gereffi llamó la revolución de las cadenas globales de producción); y ahora avanza una cuarta y reciente globalización que consiste en la internacionalización directa de la producción de servicios, lo que permite crear redes productivas en diversos lugares en el mundo en simultáneo a través de telecommuting o telemigraciones. Para Baldwing, en esta nueva etapa lo que se globaliza, a diferencia de las anteriores, no es lo que producimos sino lo que hacemos, y añade que los servicios son los protagonistas, pero no solo por su exportación -que se multiplicó por 12 desde 1980-, sino por su mera producción.
Un reciente estudio de McKinsey Global Institute sostiene que las cadenas de valor en todo el mundo están evolucionando hacia un uso más intensivo del conocimiento y que, concomitantemente, la mano de obra menos calificada pierde importancia como factor de producción.
Puede decirse, entonces, que el tráfico internacional de intangibles es la nueva cara de la globalización.
En primer lugar, debe decirse que crece en el planeta el comercio internacional de servicios (en 2018 creció 8%) y en la tendencia de varios años lo hace con mayor intensidad que el de bienes (que en 2018 creció10%). Según el Banco Mundial, en el período 2009/2018 las exportaciones mundiales de servicios crecieron 65% y las de bienes 51%; desde 2001 el comercio mundial de servicios creció de US$1,6 billones hasta US$5,8 billones en 2018 (alza de 262%). A la vez, las exportaciones mundiales de bienes crecieron desde 2001 hasta 2018 desde US$6,2 billones hasta US$19,4 billones (alza de 212%). El comercio transfronterizo de servicios ha crecido desde que se inició el siglo en una cifra porcentual un cuarto mayor que el de bienes.
Pero, en segundo lugar, también sostiene McKinsey que dentro de las exportaciones de bienes físicos se están exportando crecientemente servicios que las estadísticas no reflejan, y estos servicios generan alrededor de un tercio del valor representado por los bienes manufacturados (I+D, ingeniería, ventas y marketing, finanzas y recursos humanos, que son algunos de los servicios que hacen posible la llegada de los bienes físicos al mercado).
En tercer lugar, hay intangibles que las empresas comparten que tienen un valor que las estadísticas no computan: la fuente citada expone que los intangibles que las compañías multinacionales envían a sus subsidiarias en todo el mundo –software, branding, diseño, procesos operacionales o propiedad intelectual– representan un valor enorme que por lo general no recibe la asignación de un precio a menos que estén catalogados como cargos por uso de propiedad intelectual.
Las cadenas de valor están evolucionando hacia un uso más intensivo del conocimiento
A su vez, hay que considerar los otros grandes flujos de datos e información sin precio (pero con valor económico) que las empresas efectúan intrafirma a través del telecommuting del que habla Baldwin.
Todo esto lleva a algunas conclusiones. La primera es que las grandes firmas, que son las que crean las exportaciones intangibles, son más que relevantes en esta etapa. Y que, como dice Rita Gunter Mc Grath, las empresas con competencias adaptables son las que prevalecen en el presente. Así, aunque se tengan buenos productos, sin empresas modernas no hay inserción externa.
La segunda es que, como supone Stan Sheh (dibujando una curva que llama "de la sonrisa", que es más alta en el inicio y el final y más baja en el medio), hoy el mayor valor se genera en el inicio del proceso productivo (invención, propiedad intelectual, ingeniería, diseño, know how) y en el final (marketing, comercialización, servicios postventa), mientras que la manufacturación que se encuentra en el medio del proceso (si no es parte de lo anterior) pierde valor relativo (por eso se trasladó a los países que operan con menos costos o se automatizó).
La tercera es que las estadísticas que tenemos están viejas porque solo revelan las transacciones con valor comercial transfronterizo y no el flujo de información sin precio pero con valor económico (dice McKinsey que las transacciones internacionales deberían incluir unos US$8300 millones más, y que hay unos US$4000 millones que se computan como comercio de bienes que deben ser considerados comercio de servicios, lo que haría que este comercio de servicios sea en el mundo hoy mayor que el de bienes físicos).
La cuarta, consecuentemente, es que si la Argentina quiere ingresar en esta cuarta globalización debe preparar su acceso a la economía planetaria basándose en innovación, conocimiento, diferenciación cualitativa, atributos competitivos; con empresas que califiquen más que sus propios productos y con exportaciones en las que el conocimiento sea el factor crítico.
Las exportaciones argentinas de servicios en 2018 llegaron a US$14.129 millones y deberían crecer sustancialmente (especialmente las basadas en conocimiento, que representan el 40% de ese total). Pero, además, el país deberá contar con más empresas vinculadas a los sistemas productivos cognitivo/tecnológico/científicos transfronterizos (no ya meras empresas exportadoras sino empresas que actúan en lo que el profesor inglés John Kay llama arquitecturas vinculares internacionales), para elevar el tránsito de esos intangibles que son el alma de la globalización actual.