La economía de Medio Oriente está atrapada en un fuego cruzado
Hasta la guerra en Gaza, los países árabes estaban en camino hacia el boom económico
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Hasta hace apenas dos meses, antes del ataque de Hamas a Israel, en Medio Oriente había buenas razones para el optimismo. Los Estados del Golfo Pérsico seguían invirtiendo miles de millones de petrodólares en construcciones faraónicas en el desierto y adquisiciones de equipos deportivos de alto perfil, o en desarrollar sectores productivos enteros desde cero. Y ese dinero, se ilusionaban los más optimistas, tal vez terminaría derramando también sobre los países pobres de la región.
Pero esa ilusión tenía fundamento: el periodo de paz más largo en el mundo árabe desde las Primaveras de 2011. Los conflictos más enconados, como las guerras civiles en Libia y Yemen, así como la resistencia palestina organizada contra Israel, parecían estar en el freezer. Las escaramuzas y los cruces violentos era raros, y algunos llegaron a pensar que no volverían a existir. Los grandes rivales de la región parecían acercarse cada vez más, y los inversores internacionales acudieron en masa para poner el Golfo en acción.
Pero el ataque de Hamas y la respuesta de Israel sugieren que la región cargará con un conflicto cruento y destructivo durante meses, o incluso más. La presión interna en sus países obligó a los mandatarios árabes a responsabilizar a Israel por la situación, aunque se cuidaron mucho en las palabras. De la noche a la mañana, su rol había cambiado, de enfocarse en el crecimiento económico, a tratar de contener y acortar la guerra. Los países de toda la región, incluidos Egipto y Qatar, están tirando de todos los frenos de mano diplomáticos para impedir la propagación del conflicto.
Y aunque logre ser contenido, el conflicto entre Hamas e Israel tendrá sus costos. Los analistas eran muy optimistas por los vientos de integración económicas que soplaban en la región. En 2020, los Emiratos Árabes Unidos y Bahréin normalizaron sus relaciones con Israel, abriendo la puerta a una profundización de las relaciones comerciales. Y aunque muchos otros países árabes se siguen negando a reconocer al Estado judío, cada vez son más los que están dispuestos a hacer negocios con él por debajo de la mesa. Hasta empresas sauditas invirtieron sigilosamente en sus contrapartes israelíes, cuyos empleados ranquean entre los más productivos de la región. De hecho, justo antes de la guerra, ambos países trabajaban en un acuerdo de normalización de sus relaciones.
Habrá que ver cuánto dura la pausa que le impuso la guerra a esas negociaciones, pero cuanto más destruida quede Gaza, más problemas tendrán los líderes árabes para codearse con los israelíes, debido a la presión propalestina de su población y los países vecinos. Aunque el ministro de comercio emiratí, Thani al-Zeyoudi, prometió separar negocios de política, muchos creen que no será posible. Un banquero de inversiones de Turquía que reúne contratos con empresas del Golfo, informa que la mayoría de sus clientes que estaban considerando invertir en Israel están en espera hasta ver qué pasa.
Para los países más pobres de Medio Oriente, las consecuencias podrían ser peores, y para ninguno peores que para Egipto. El país ya tenía problemas, una inflación anual del 38% y el gobierno sobreviviendo entre pagos de su astronómica deuda pública pidiendo prestados los depósitos de los bancos centrales del Golfo. El 1 de noviembre, el gobierno de El Cairo permitió el paso por sus fronteras de un puñado de heridos gazatíes, así como de personas de doble nacionalidad. Algunos diplomáticos tienen la esperanza de que con los correspondientes incentivos financieros, Egipto acepte una oleada de refugiados mucho más grande, tal vez de la escala que se vio en Jordania cuando recibió a los palestinos en la década de 1940 y a los sirios en la década de 2010. En 2016, la atención de los 650.000 refugiados sirios le costó al estado de Jordania unos 2600 millones de dólares, mucho más de los 1300 que recibió de ayuda internacional: en Gaza hay el doble de ese número de desplazados.
¿Y si el conflicto escala? En el peor de los casos, la región entera desciende a la guerra, incluso tal vez con una batalla directa entre Israel e Irán, y todas las economías quedarían patas para arriba. Cualquier guerra de ese tipo haría que se dispare el precio del petróleo. Y los grandes productores árabes hasta podrían restringirle el suministro a Occidente, como hicieron durante la Guerra de Yom Kippur de 1973, lo que según estimaciones del Banco Mundial empujaría el precio del crudo de 70 a 157 dólares el barril.
Aunque actualmente la economía mundial es menos energointensiva, eso beneficiaría a los países que son grandes productores. Una guerra abierta y desatada, sin embargo, frustraría sus esfuerzos por diversificar sus economías. Los trabajadores migrantes se irían, la incipiente industria manufacturera no podrá despegar, y los hoteles y shoppings futuristas se vaciarán de turistas. Y para los países de la región que son importadores de petróleo, incluidos Egipto y Jordania, una disparada del crudo sería directamente una catástrofe.
Pero hay otro escenario de escalada, y más plausible. Hasta el momento Irán se ha abstenido de convertir las amenazas y los misiles errantes en un ataque directo. La invasión terrestre de Israel —más pequeña y lenta de lo que se esperaba— está permitiendo que la tapa no se desborde. Sin embargo, el conflicto todavía puede colarse fuera de las fronteras de Gaza, basta con imaginar combates en Cisjordania o una mayor participación de Hezbollah: en ese escenario, invertir en Medio Oriente sí sería mucho más arriesgado. Si la guerra se contagia a los países vecinos, a los líderes del Golfo les costaría mucho más convencer a los inversores de que el acercamiento con Israel se reanudará en breve.
¿Y el paracaídas?
Egipto no sería el único país gravemente afectado por ese escenario. La caída libre de la economía del Líbano —una crisis que lleva tres años y con tasas de inflación por encima del 100%—, se aceleraría aún más si Israel tuviera enfrentamientos con Hezbollah, que tiene base en ese país. Y los combates en Cisjordania, donde la tensión va en aumento, sería un problema para Jordania, su vecina de al lado. Jordania está tan quebrada como Egipto. En año pasado tomó un préstamo de 1200 millones de dólares con el FMI y el Fondo acaba de avisarle que la tasa anual de crecimiento del 2,6% no alcanza para cubrir los desequilibrios. Ante una ola de refugiados, el Estado jordano no podría pagar sus deudas. Y la agitación en sus fronteras podría disuadir a potenciales prestamistas.
Si Egipto o Jordania se quedan sin reservas, el efecto sobre la región será de desestabilización. Ambos países tienen frontera con territorio palestino, al que proveen de suministros e información. Egipto y Jordania comparten algo más: ambos tienen una gran población de jóvenes descontentos. Las Primaveras Árabes demostraron lo fácil que puede contagiarse el malestar en un país árabe a otro. Y hasta los gobiernos del Golfo, por relativamente aislados que estén, deberían querer evitar ese tipo de inestabilidad en toda la región.
Traducción de Jaime Arrambide
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