La devaluación del yuan y su impacto en la región
Salvo Brasil y Chile, toda América latina tiene déficit en su balanza comercial con el gigante asiático, que compra en la región materias primas a cambio de productos con tecnología; la Argentina acumula US$ 25.000 millones de déficit desde 2008
El modelo de crecimiento económico afianzó la conducción política del Partido Comunista chino y permitió contener las tensiones sociales que supone la emergencia de una sociedad civil en un régimen totalitario. El modelo conjugaba promoción de las exportaciones, bajos costos laborales, una creciente reconversión de sus manufacturas hacia mayores niveles de contenidos tecnológicos y una alta proporción marginal al ahorro. Hoy, China es la economía con mayor incidencia en el comercio mundial, el tercer emisor de inversión extranjera directa y disputa el primer puesto con los Estados Unidos en términos de PBI.
Entendiendo que el crecimiento económico no era suficiente para lidiar con la contaminación ambiental, la disparidad del ingreso, los niveles de corrupción y las demandas de mayor libertad, el Partido buscó una solución económica para un problema político.
Desacelerar el crecimiento, estimular el consumo interno, consolidar la modernización y expandirla a las regiones que no habían recibido los beneficios de forma equitativa a las zonas económicas especiales. Se estimularía el consumo interno sobre la promoción de las exportaciones. El Estado chino adoptó entonces un rostro más humano para lidiar con los problemas de la seguridad social, pero esto era sólo en apariencias porque la verdadera meta era mantener el poder, garantizar la gobernabilidad.
Y acá está el error. La respuesta debió ser mayor libertad política y no desaceleración económica. En un contexto donde la quinta modernización sigue postergándose, no puede mantenerse o incrementarse la legitimidad del Partido sin crecimiento económico. La caída de la bolsa en Shanghai semanas atrás generó temor entre los altos mandos del Partido. La solución se buscó otra vez en clave económica: devaluar el yuan, estimular las exportaciones y acelerar el crecimiento económico.
¿Cómo afecta esto a América latina? China se ha convertido en el primer, segundo y tercer socio comercial más importante de la región. Al mismo tiempo, se presenta como una fuente imprescindible de financiamiento para obras de infraestructuras. No obstante, coincidiendo con los estudios críticos sobre una nueva dependencia, el esquema comercial con China verifica concentración en pocos rubros y estrictamente vinculados a los recursos naturales o sus derivados.
En contraste, las importaciones de la región desde China son manufacturas de bajo, medio y alto contenido tecnológico. Esto último condiciona la posibilidad de generar mayor valor agregado en las exportaciones y, de la mano de eso, la Cepal ha insistido en que los vínculos comerciales con China no contribuyen a la expansión de las actividades económicas intensivas en mano de obra. Por otro lado, sólo Brasil y Chile tienen superávit con China, así la pérdida de divisas es un problema común a la mayoría de los países.
Ante la devaluación del yuan es de esperarse que el déficit comercial de los países de la región con China se amplíe aún más y que se reduzca el superávit de Chile y Brasil. Así, si Brasil redujo entre 2013 y 2014 su superávit comercial con China en poco más de un 60% (cayó US$ 5450 millones) es eminente una caída similar en este nuevo contexto.
A esto hay que sumar la baja del precio internacional de las commodities (soja, petróleo, trigo, etc.) por lo que exportación de la región hacia China estará muy condicionada y no asegura un importante ingreso de divisas. Además, China continúa poniendo en jaque el comercio intrarregional porque desplaza a los países latinoamericanos como proveedores de manufacturas de bajo, medio y alto contenido tecnológico. El Mercosur particularmente es víctima de este proceso de reprimarización.
Ante la devaluación del yuan las manufacturas chinas ganan competitividad frente a los productores locales. Y lo que termina de imprimir ese poco prometedor futuro es la falta de una negociación regional con el gigante asiático. En contraste, la clásica vinculación bilateral –que opera sobre la lógica de las "asociaciones estratégicas"– continúa favoreciendo las asimetrías de poder a favor de Pekín: "Divide y reinarás".
El caso argentino
¿Cuál es el escenario para la Argentina? La Argentina no escapa a la tendencia. Se registró un déficit comercial de más de US$ 6000 millones en 2014 y acumuló más de US$ 25.000 millones desde 2008. Nuestras exportaciones a China entre 2010 y 2014 estuvieron concentradas en poroto de soja (70%), crudo de petróleo (12%) y aceite de soja (10%). Los tres productos representaron el 92% del total exportado. Por un lado, es claro que la devaluación del yuan ampliará aún más ese déficit. La pérdida de divisas, no obstante, podría mitigarse en caso de activarse nuevamente el swap monetario que se acordó el año pasado.
Pero de lo que no hay duda es que los industriales nacionales se verán amenazados por la mayor competitividad de China y el incremento de las importaciones argentinas provenientes de este país. El 40% de los electrodomésticos que se utilizan en los hogares argentinos ya son de origen chino. Inexorablemente, la UIA reactivará sus reclamos ante el nuevo gobierno, con total independencia de su signo político.
Esa mayor dependencia de manufacturas chinas también contribuye a que se erosione la relación con nuestro principal socio y aliado: Brasil. China lo está desplazando sistemáticamente y a la vez nos desplaza a nosotros como proveedores de manufacturas del mercado brasileño. Entonces dos preguntas para la Argentina ante la devaluación del yuan: ¿No era el Mercosur una política de Estado? ¿No era la clave del modelo incrementar el valor agregado de las exportaciones argentinas? Todo parece indicar que ya es hora de ajustar el rumbo de nuestra política comercial.
El autor es Ph.D en Relaciones Internacionales y director del Grupo de Estudios del Asia en la UAI
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