La bioeconomía puede dar impulso a la producción agroexportadora
La cadena de valor que genera la industrialización de las commodities es una las variadas posibilidades que brinda la inserción de la Argentina en el mundo
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Cuando se critica que la Argentina es un país agroexportador, se pierde de vista la complejísima cadena de valor que genera. Pongo un ejemplo simple: con maíz se puede generar biocombustibles, uno de los gases que genera el proceso de producción se utiliza para generar electricidad y otro tiene múltiples aplicaciones, por ejemplo, las burbujitas de una gaseosa. El residuo es burlanda que comen cerdos o vacas.
Así, en base a un cultivo, se genera empleo no sólo para quienes trabajan en el maíz o la planta productora o la alimentación de animales, sino para quienes producen o transportan o reparan complejas maquinarias. Se exportan productos de alto valor.
Otro ejemplo: burbujitas de la gaseosa que se toman están hechas con gas que proviene de la explotación petrolera.
Es un avance gigante para el desarrollo de la región donde se instale una planta, con la ventaja adicional de reducir el costo de transporte a puerto, el consumo de hidrocarburos, la migración hacia zonas urbanas empobrecidas, etc. Este nuevo paradigma amplía notablemente las exportaciones. No es una ilusión sino que ya está desarrollada la tecnología y conocimiento... ¡que también se exportan! Esta matriz productiva nos lleva a la cuarta revolución industrial. El nombre de bioeconomía no es por marketing, es una realidad.
Esta matriz productiva nos lleva a la cuarta revolución industrial
Para integrarse al mundo necesitamos mucho más que la bioeconomía u otros sectores como turismo, minería, energía, o conocimiento, que generan un entramado social muy rico que permite un crecimiento armónico. Necesitamos también la promoción de los intereses y valores de la República Argentina, tal como están en nuestra Constitución Nacional.
La política exterior no es la continuación de la política interna por otros medios; tampoco es una sucesión de incidentes. Es una compleja composición de políticas, con un fuerte anclaje en la realidad nacional, y con un delicado equilibrio con las tendencias globales, de las que es imposible olvidarse.
Valores como la democracia, los derechos humanos, la libertad, el respeto al derecho internacional en sincronía con nuestra necesidad de progreso y desarrollo, deberían guiar nuestra conducta.
Nuestro país debe volver a ser un actor activo y responsable en el escenario global, generando, participando efectiva y seriamente en todos los ámbitos bilaterales y globales, privilegiando el multilateralismo y el respeto al derecho internacional y a los principios y propósitos de la Carta de la ONU.
¿Porqué no tener una política de buena vecindad e integración regional? No sólo en el Mercosur sino también con el fomento de una visión bioceánica dada nuestra realidad geografía, mas todo el crecimiento potencial de la Hidrovía. Así, no es difícil tener una visión estratégica.
Qué bueno sería tener una adecuada política de defensa y promoción del soft power argentino: cultura, educación, innovación, ciencia, tecnología y ecología.
Toda política de desarrollo debiera incorporar a los nuevos actores del siglo XXI. Ya no se trata solamente de lo que habitualmente llamamos sectores, ni la diplomacia moderna: se basa solamente en la relación con otro países. Es indispensable incorporar otros actores muy valiosos, como ONGs. Si dejamos las anteojeras y los viejos conceptos que ya no significan nada podremos lograr un país con crecimiento, apuntalado en el comercio exterior, y con un claro objetivo de desarrollo generalizado. Es sólo cuestión de cambiar la forma en que pensamos y poner manos a la obra.
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