La Argentina no sabe lo que quiere ni lo que no quiere
Existe una política comercial que oscila entre medidas antagónicas en plazos breves; nuestra participación en el comercio global cayó a un 0,3%
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Andrés Calamaro nos canta: “quiero elegir del mapa un lugar sin nombre a donde ir, será el lugar donde viva lo que quede por vivir” (Donde manda marinero). Así pareciera que la Argentina transita por su comercio exterior.
En cuanto a las importaciones, aranceles y cupos, según estadísticas del Banco Mundial, el promedio de aranceles utilizados por la Argentina es más de dos veces y media el promedio mundial. Sería importante preguntarnos, ¿quienes ganan y pierden con un arancel?. El Estado gana por mayor recaudación.
El promedio de aranceles utilizados por la Argentina es más de dos veces y media el promedio mundial
Los productores nacionales del bien protegido también ganan porque eliminan o disminuyen la competencia extranjera, debido a que un arancel desincentiva la importación. Pero ojo, si uno ve la cadena completa, los productores que utilizan el bien protegido como insumo, pierden, ya que el mismo es difícilmente reemplazable en las mismas condiciones (calidad, precio). Se dice que tienen una tasa negativa de protección y por el incremento de sus costos se reduce el margen que tienen para competir con fabricantes extranjeros de su nivel.
A su vez, el mundo pasa de largo. Como no somos un “global player”, nuestros aranceles no mueven la aguja del precio internacional, como podría hacerlo una potencia económica. Por ejemplo, si China elevara el arancel de importación de soja, habría una puja a la baja del precio internacional. Y lo más importante es que los consumidores nacionales pierden, ya que el arancel incrementa el precio en el mercado doméstico.
En el caso de los cupos de importación (puede leerse entre líneas hoy también como las licencias de importación, que ilegítimamente el Estado Nacional aprueba a cuentagotas) sucede todo lo dicho, pero para peor el Estado ni siquiera recauda.
Ahora bien, eso implica que ¿un cupo o un arancel no conviene a los intereses nacionales? (lo digo al margen de su legitimidad para hacer foco en este análisis). De ninguna manera, la respuesta es ser coherente con el efecto neto buscado. A priori, y como lo hemos visto, un arancel o una cuota de importación distorsionan la producción y consumo nacionales, y en el caso de nuestro país, no mueve el precio internacional. Pero no es lo mismo dificultar la importación de un bien de consumo masivo (por ejemplo, hoy día teléfonos celulares), o un insumo industrial de alta necesidad puntual, y que se beneficie a pocos empresarios y un grupo relativamente pequeño de trabajadores, que un arancel que afecte a un bien de lujo (por ejemplo, joyería) u otro que afecte a un bien del que dependa un volumen sustancial de mano de obra nacional.
Exportación, retenciones, cupos
Pensemos por el lado de las exportaciones. Somos uno de los pocos países del globo que aplica derechos de exportación o retenciones (son doce en el mundo). A corto plazo el Estado gana, porque recauda más y los consumidores nacionales también pueden beneficiarse por un menor precio local (que a veces ni sucede). Por supuesto, los productores del bien gravado pierden porque ahora el neto de sus exportaciones es menor. Nuevamente, el mundo puede permanecer inmóvil porque un país económicamente chico como el nuestro no tiene efectos importantes sobre el precio internacional. Pero a mediano y largo plazo la caída de rentabilidad puede comprometer la decisión de producción, y ahí sí podemos perder todos.
Aunque en lo personal no estoy a favor, eso no significa que nunca deban aplicarse, sino que al menos es importante definir dónde, durante que cantidad de tiempo y con qué alícuota. Y en el marco de una política concisa. Por el lado de los cupos de exportación tienen similares efectos pero además privan al Estado de ingresos. ¿Entonces?
La llave de esta situación es el criterio acertado, tener claro cuál es el efecto neto buscado (que debe ser el del bien mayor). Esto, tener criterio acertado, es lo que justamente ante marchas y contramarchas permanentes nuestro país denota carecer. Se toman muchas decisiones cortoplacistas, aisladas de una política sólida de 10 o 15 años de horizonte. Medidas que a mi entender se adoptan erráticamente y desde un análisis parcial, teniendo en cuenta sólo a uno de los actores involucrados y/o sin proyección hacia el futuro de las consecuencias finales.
Sin ir más lejos, podemos observar el efecto de la reciente restricción de exportaciones de carne, que en poco tiempo pueden transformarse en un boomerang para los propios consumidores, debido a que destruye la producción local pegando en la oferta con consecuente suba de precios, y sumando a ello la inminente pérdida de mercados y divisas que tanto costaron obtener.
Una política comercial que oscila entre medidas antagónicas en plazos breves denota justamente la falta de un plan y estrategia nacional. El mundo sigue girando y mientras eso sucede, nuestra participación en el comercio global cayó al 0.3%.
Debemos definir un norte de país y dotar a la política comercial de fundamentos que perduren en el tiempo, porque sus medidas parecen salidas de un guión improvisado. Un amigo me dijo una gran verdad: la Argentina es un país que de un día para el otro cambia todo, pero si volvés después de diez años está igual. Parafraseando a Calamaro, a veces parece que somos un país que no sabe lo que quiere… pero es imperdonable es que al menos no sepa lo que no quiere.
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