Estrategias frente a la vulnerabilidad
Mientras algunos países renegocian su inserción en las redes comerciales globales, otros continúan con una reticencia que desnuda su propia incertidumbre
Analistas y operadores en el cono sur están intentando descifrar cuál es el alcance de la membresía en el Mercosur, a propósito de la normativa que debería ser aplicada para la regulación del comercio entre Argentina, Bolivia, Brasil, Paraguay, Uruguay y Venezuela. Hay aquí una superposición de compromisos no concretados de adhesión a la normativa preexistente, acuerdos bilaterales y reglas del Mercosur supuestamente vigentes, pero que no se aplican. En la última cumbre de julio los mismos países que pretenden ser parte del esquema no aclararon cuál es la estructura normativa plurilateral que los identificaría como tales.
En tanto, en la región, otros países están recorriendo caminos muy distintos, como Colombia, Costa Rica y Panamá, que ingresaron en una nueva fase de formalización de políticas comerciales y económicas internacionales, al margen de los compromisos multilaterales. Esos países -como Chile, México y Perú- ya estaban involucrados en las redes de vínculos conocida por los estereotipos de spaghetti bowl y del noodle bowl, caracterizaciones peyorativas para minimizar la proliferación de los mal llamados tratados de libre comercio (TLC).
Pero los procesos de negociación y renegociación han seguido multiplicándose. Ya no se trata de agregar nuevas contrapartes y materias (inversiones, servicios, compras gubernamentales) sino de asegurar su eficacia. Se advierte que para compatibilizar las concesiones de mercado pactadas en los TLC, los países necesitan obturar los huecos donde podrían filtrarse prácticas que desnaturalizarán los niveles negociados de apertura y de protección a sus mercados.
Lecciones
Las experiencias de integración de Costa Rica, Colombia y Panamá resultan muy aleccionadoras, incluyendo los lazos entrecruzados. Tanto Colombia y Panamá como Costa Rica y Panamá concluyeron exitosamente las respectivas tratativas bilaterales en junio, mientras que Colombia y Costa Rica habían firmado su acuerdo en mayo.
Casi simultáneamente Costa Rica puso en vigencia tratados con Perú (1° de junio) y con Singapur (1° de julio). Asimismo, Panamá y Costa Rica firmaron el 24 de junio en Noruega un tratado con la Asociación Europea de Libre Comercio. Desde el 1° de julio, además, rige el nuevo Tratado de Libre Comercio Centroamérica-México que sustituye tres instrumentos bilaterales. Le queda pendiente a Costa Rica la resolución del conflicto por indicaciones geográficas con la Unión Europea (UE) para poder aplicar el Tratado Centroamérica-UE. Por otro lado, Colombia firmó en febrero el tratado con Corea, en junio culminó las tratativas con Israel, y a partir del 1° de agosto rigen las disposiciones comerciales de su tratado con la UE. Panamá, solidificó los vínculos en Aladi y en América Central (en junio completó el ingreso en el Subsistema de Integración Económica Centroamericana, Sieca). Desde abril tiene vigente el tratado con Canadá y desde el 1° de agosto la sección comercial del tratado entre América Central y la Unión Europea.
Esta frenética fase de refuerzo de las redes bilaterales de integración preanuncia una tercera y decisiva etapa: la convergencia de regulaciones, que distará de ser una licuación de compromisos multilaterales. Por el contrario, las condiciones de producción prevalecientes en la economía global y sus efectos indeseables obligan a los Estados a perseverar en una gimnasia de negociaciones bajo el signo de la reciprocidad, lo que puede implicar la fusión de los TLC preexistentes.
En tanto, se ensancha la brecha que separa a los países reticentes de los que son proclives a involucrarse en las redes de TLC. Una diferencia entre ambas estrategias radica en la previsibilidad de los márgenes de maniobra respecto de dos dimensiones de la materia negociada: las reglas sustantivas (concesiones y excepciones; condiciones y reservas de mercado) y los procedimientos (instancias de gestión, concertación y para la solución de diferencias).
La resistencia sistemática de un país a sumarse a las redes de TLC parece asociarse con una mayor incertidumbre a la hora de afrontar los desafíos que plantean las relaciones económicas internacionales. La pregunta de rigor es entonces: ¿cuál de estas opciones contribuirá al aumento y cuál a la disminución de la vulnerabilidad de los países latinoamericanos en los mercados globales?
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