El efecto de la devaluación en las exportaciones: ¿solución u oportunidad?
No pareciera posible -al menos en el mundo de los negocios- que un evento económico genere beneficios para todos. La devaluación es muestra cabal de esta dualidad. Mientras algunos sectores de la economía como el retail o el textil, apalancados en el consumo interno y con costos dolarizados pudieran verse perjudicados, los sectores exportadores (más aun aquellos con mayoría de costos en pesos) resultan claramente beneficiados.
El sector exportador experimenta entonces un momento propicio para mostrar todo su potencial. Es que el tipo de cambio real es el más favorable de los últimos años, y si bien alguien pudiera argumentar que el proceso inflacionario erosiona parte del efecto, nadie puede negar que el sector ha recibido una importante bocanada de competitividad.
Se generan entonces buenas oportunidades para el aumento de exportaciones tradicionales tales como el sector cárnico, frutihortícula, vitivinícola y la industria metalmecánica, entre otros; también se generan importantes oportunidades para continuar fomentando las exportaciones "no convencionales", donde nuestro país ya ha mostrado un diferencial, como es el caso de las exportaciones de servicios basados en el conocimiento.
Ahora bien, si pensamos en un desarrollo sostenido de las exportaciones, ¿con la devaluación alcanza? La experiencia nos indica que no. Ya hemos transitado escenarios similares. Lo hemos hecho en 2010 y en 2016 también. Y si bien no se trataron de devaluaciones del tamaño de la actual, fueron devaluaciones que mejoraron la posición exportadora. Sin embargo, no pudieron capitalizarse en un verdadero despegue de las exportaciones. La devaluación entonces es una oportunidad, ya que ciertamente ofrece una mejora en la competitividad, pero no de manera sostenible. La competitividad sostenible requiere de otros condimentos, además de un tipo de cambio conveniente.
Para lograr un sector exportador fuerte en nuestro país debemos, por un lado, apoyar e invertir en la capacidad exportadora. Esto implica financiar el crecimiento de miles de pymes, muchas de ellas en el interior del país, que requieren invertir en capacidad, tecnología y recursos humanos calificados para atender otros mercados. También precisamos que el Estado mejore los costos logísticos – trabajo que se está llevando adelante-, los costos impositivos y laborales para que nuestros productos tengan lugar en las cadenas de valor globales. Debemos también simplificar y modernizar los procesos para que sea fácil exportar, sobre todo para aquellas pymes que no cuentan con recursos para llenar miles de planillas y formularios para perder tiempo en colas de trámites obsoletos.
Si pudieramos lograr esto, podemos entonces prever de mínima una mejora en la balanza comercial (debemos recordar que 2017 registró un déficit de más de US$8000 millones), y de máxima la inclusión de nuevos jugadores en el sector exportador que permitan un crecimiento sostenido de las exportaciones a futuro.
Por supuesto que el Estado debe ofrecer además otras condiciones favorables. Pero sobretodo, resulta trascendente analizar cómo el exportador aprovechará el actual escenario favorable.