Dramática expansión de China en América Latina
Los gobiernos de la región no terminan de entender los riesgos de una dependencia que no para de crecer
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El espigón principal es visible desde un avión a 6000 metros de altura, como un inmenso gancho que se adentra en las aguas del Pacífico desde las desérticas costas de Perú. Si todo sale según lo planeado, en noviembre el presidente chino, Xi Jinping, inaugurará un inmenso puerto en Chancay, 70 kilómetros al norte de Lima, en el que la empresa china Cosco y su socio local han invertido hasta el momento más de 1300 millones de dólares.
Chancay es un perfecto ejemplo de la cabecera de playa que ha establecido China en Latinoamérica desde que arrancó el siglo. Entre 2002 y 2020, menos de dos décadas, el comercio bilateral entre China y la región pasó de 18.000 a 450.000 millones de dólares. Si bien Estados Unidos sigue siendo el mayor socio comercial de Latinoamérica en su conjunto, China es ahora el principal de Sudamérica, donde están Brasil, Argentina, Chile, Perú, y otros países. Pero la presencia del gigante asiático no es solo económica. Sus embajadores en la región son muy versados en cuestiones latinoamericanas y hablan perfecto español y portugués. Además, el staff diplomático de las embajadas viene creciendo sostenidamente. Por el contrario, las designaciones de embajadores de Estados Unidos suelen quedar vacantes durante meses, cajoneadas en el empantanado congreso norteamericano. China además les ofrece viajes de formación gratuitos a América Latina a sus funcionarios locales, periodistas y académicos, y durante la pandemia hizo llegar vacunas a Latinoamérica mucho antes que Estados Unidos o Europa.
Esa expansión de China en la región alarma a políticos norteamericanos como el senador republicano Marco Rubio, que integra la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado. Rubio dice que Estados Unidos “no puede darse el lujo de permitir que el Partido Comunista chino extienda su influencia y absorba a Latinoamérica y el Caribe en su proprio bloque político-económico personal.” Y según dijo a principios de este año la generala Laura Richardson, jefa del Comando Sur, “China está a 20 pasos de nuestra patria.”
En general, la respuesta de América Latina ha sido encogerse de hombros. Sus funcionarios sostienen que al actuar como comprador, inversor y financiador de la infraestructura que necesitan en sus países, China simplemente ha llenado el vacío dejado por Occidente. Si bien Estados Unidos tiene acuerdos de libre comercio con 11 países latinoamericanos, no muestra interés por firmar más. El gobierno de centroderecha de Uruguay, por ejemplo, está negociando un acuerdo con China después de haber solicitado uno con Estados Unidos que fue rechazado. Y Francia y otros países europeos están bloqueando la ratificación de un acuerdo comercial entre la Unión Europea (UE) y el Mercosur cuya negociación insumió más de 20 años.
Estados Unidos y Europa siguen siendo los mayores inversores extranjeros en América Latina. Estados Unidos todavía domina el comercio con México, América Central y la mayoría de los países del Caribe. Pero a medida que el papel de China como socio comercial y de inversión va creciendo, especialmente en América del Sur, los gobiernos no quieren verse obligados a elegir entre las dos grandes potencias del mundo. “Nuestra política es de cobertura, para tratar de mantener un equilibrio”, dice un canciller latinoamericano. Algunos quieren convertir la estrategia de cobertura en una doctrina de política exterior más firme de “no alineamiento activo”, término acuñado por Jorge Heine, exembajador chileno que en 2023 publicó un influyente libro que propagó esa idea. El concepto se remonta al Movimiento de Países No Alineados fundado durante la Guerra Fría por líderes del Tercer Mundo —como se lo llamaba entonces—, como Jawaharlal Nehru de la India y Sukarno de Indonesia. Heine sostiene que la adopción del proteccionismo por parte de Estados Unidos durante el gobierno Donald Trump —y que ha continuado con Joe Biden— y el ascenso del grupo BRICS, que incluye a Brasil y China, representan un cambio irreversible en el orden mundial. El “no alineamiento activo”, sostiene Heine, “permite a las países acercarse más a una de las grandes potencias en algunas cuestiones y a otra potencia para cuestiones diferentes”. Es una idea especialmente atractiva para la izquierda latinoamericana, históricamente irritada por lo que considera el imperialismo de Estados Unidos en la región. Sin duda, es una hipocresía que Washington le pida a América Latina que prohíba a Huawei por el riesgo de espionaje chino, del que no han aportado ninguna prueba. De hecho, en 2013 un informante revesó que la propia Agencia de Seguridad Nacional de Estados Unidos venía ejecutando un programa de vigilancia en América Latina: había interceptado las comunicaciones de la entonces presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, y de Petrobras, la empresa petrolera estatal brasilera. “América Latina valora mucho que la política exterior de China no sea darles sermones”, dice Matias Spektor, de la universidad Fundación Getulio Vargas, Brasil.
Pero si bien la “política de cobertura” puede tener sentido para América Latina, en la práctica sus líderes suelen parecer ajenos a las posibles consecuencias políticas de esas decisiones económicas. “América Latina no está pensando en el dominio de China ni en formular políticas a corto plazo ni a largo plazo”, dice Margaret Myers, de Diálogo Interamericano, un centro de estudios de Washington. Y eso es especialmente aplicable a Perú, que, además del puerto de Chancay, ha permitido que las empresas estatales chinas se alcen con el monopolio del suministro eléctrico de Lima, capital del país. El ente regulador de la competencia aplicó menos condiciones para la compra a otras generadoras eléctricas, pero ningún organismo del gobierno peruano consideró las implicancias geopolíticas. La amenaza no es tanto que China los deje sin luz, sino que ha adquirido una herramienta que le permite aplicar una presión más sutil. “China está tratando de generar una situación termine definiendo el entorno internacional en el que se mueve de América Latina de acuerdo con sus intereses”, dice Myers.
Por supuesto que eso es lo mismo que viene tratando de hacer Estados Unidos desde hace añares, pero en América Latina hay mucho más conciencia de eso, y por lo tanto, hay un pensamiento más independiente sobre cómo responder. “El problema es que nadie está pensando organizadamente sobre las inversiones chinas”, dice el canciller latinoamericano. No hay un análisis estratégico de las inversiones extranjeras, como sucede en Europa o Estados Unidos. Una empresa estatal china tiene una relación claramente diferente con su gobierno de origen que, por ejemplo, una empresa privada europea. Pero en Latinoamérica hay escasez de expertos en cuestiones chinas, ¿y saben quién financia varios de los pocos centros de estudios sobre política exterior que existen en la región? China.
Ahora tanto la UE como Estados Unidos están hablando más de invertir en América Latina. En una cumbre el año pasado, la UE se comprometió a invertir más de 45.000 millones de euros en la región hasta 2027, centrándose en energías verdes, digitalización y minerales de importancia crítica. Poco después, el presidente Joe Biden recibió a diez países de América Latina y el Caribe para la primera cumbre de una “Alianza para la Prosperidad Económica en las Américas”, respaldada principalmente por fondos del Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Los diplomáticos latinoamericanos dicen que ambas iniciativas no son más que un “reempaquetamiento” de programas ya existentes y que carecen de contenido. Más fuerza tendría la aprobación la Ley de las Américas, un proyecto enviado en marzo al Congreso norteamericano y que cuenta con el respaldo de ambos partidos. Esa ley ofrecería ventajas comerciales, financiación para infraestructura y subsidios de inversión para la relocalización de empresas a América Latina y el Caribe.
Si se aprueba, China al menos enfrentaría un poco más de competencia en la región. En cuanto a Latinoamérica, si quiere sacar máxima ventaja de sus muchos pretendientes y minimizar el riesgo de dependencia, tienen que observar el cuadro completo y con una mirada más despierta.
(Traducción de Jaime Arrambide)
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