De Brasilia a Pekín
En el último tiempo, China consolidó su liderazgo en América del Sur; los países encuentran en el gigante asiático lo que antes les ofrecía Brasil
Con el transcurso del primer mes de 2015 parece consolidarse y acelerarse un fenómeno en la política sudamericana que comenzó a principios de la segunda década del siglo XXI. Para muchos de los países de la región el centro de referencia del accionar externo ha dejado de estar en Brasilia para trasladarse a Pekín. En otras palabras, el espacio dejado por una retracción del liderazgo brasileño empezó a ser ocupado por una mayor influencia de China, actor que parece decidido a jugar un rol cada vez más importante en la política global.
A su vez, esta tendencia se hace visible en aquellos países donde la política exterior brasileña bajo los gobiernos de Lula da Silva realizó importantes esfuerzos diplomáticos a partir de la afinidad política, como en la Argentina, Venezuela y Ecuador.
En los primeros años del siglo XXI se conjugaron una serie de factores que posibilitaron una mayor influencia política y económica de Brasil en la región. La relativa desatención de Estados Unidos hacia Sudamérica en el marco de las guerras contra el terrorismo; el inicio de experiencias progresistas en muchos de los países sudamericanos; el alza de los precios de las materias primas, la profundización de las asimetrías de poder en favor de Brasil y una mayor vocación regionalista e internacionalista de Brasil bajo el liderazgo de Lula posibilitaron una profundización de los lazos con muchas naciones del subcontinente.
En aquellos años, Brasilia se transformó en el centro estratégico debido a que proveía bienes materiales y simbólicos funcionales a los nuevos modelos de desarrollo que se erigían sobre las ruinas del neoliberalismo. Los proyectos de la Agencia Brasileña de Cooperación, el financiamiento del Bndes (Banco de Desarrollo) para la facilitación del comercio y para realizar importantes obras de infraestructura ejecutadas por multinacionales brasileñas, y los convenios monetarios con el Banco Central de Brasil eran todos mecanismos que, sumados a una actitud diplomática proactiva, lograban que las relaciones exteriores de los países giren en torno de Brasilia. El gigante sudamericano conseguía vincular cuestiones y así ser un nodo de atracción para sus pares.
Esa situación comenzó a mutar en los últimos años y la inercia del proceso se aceleró en los últimos meses. Muchos de los países de la región ahora buscan y consiguen en China aquello en lo cual Brasil parecía no tener competencia. Algunos ejemplos así lo demuestran. En la Argentina las principales obras de infraestructura a ejecutarse (Represas Néstor Kirchner y Jorge Cepernic sobre el río Santa Cruz) fueron ganadas por la empresa china Gezhouba, con financiamiento de China Development Corporation, el ICBC y el Bank of China. Cabe recordar que en primera instancia la obra había sido adjudicada a un consorcio liderado por la brasileña Camargo Correa pero debido a los problemas para conseguir financiamiento el convenio fue dejado sin efecto.
En el mismo plano, el avance de la construcción del soterramiento del Sarmiento -adjudicado a la brasileña Odebrecht- está paralizada por las demoras en el financiamiento del Bndes. A su vez, ante la falta de dólares de la economía argentina, el Gobierno acordó a mediados de 2014 un swap de monedas con el Banco Central de China para robustecer las reservas internacionales. Ante un contexto similar en 2009, ese mecanismo se había realizado con el Banco Central de Brasil.
Por último, la hoja de ruta que sirvió para afianzar el vínculo bilateral entre ambos países (Consenso de Buenos Aires firmado en 2004) parece quedar opacado en el marco del avance de los convenios firmados entre la presidenta Cristina Fernández y su par chino, Xi Jinping, los cuales ya tienen la media sanción del Senado. Los mismos ofrecen facilidades y beneficios para el arribo de inversiones y financiamiento chino a sectores estratégicos de la economía argentina.
Ecuador y Venezuela
Los casos de Ecuador y Venezuela son similares. En enero de 2015, el presidente de Ecuador, Rafael Correa, anunció desde Pekín que el Banco de Exportación e Importación de ese país, Eximbank, financiaría proyectos tecnológicos y de construcción en su país, entre ellos, el metro de Quito. Años anteriores, ese tipo de emprendimientos se firmaban en Brasilia, y se realizaban bajo un crédito del Bndes (Hidroeléctrica San Francisco, canales de riego Carrizal-Chone y el Aeropuerto de Tena, entre otros). Luego de la controversia entre Ecuador y Brasil en torno de la construcción de la mencionada hidroeléctrica, las relaciones entre los países nunca volvieron a ser las mimas.
Por su parte, bajo la presidencia de Hugo Chávez, el capital brasileño se convirtió en una de las principales fuentes de divisas para Venezuela. En el marco de un repliegue del capital extranjero tradicional debido al mayor control del Estado en la economía, empresas como Odebrecht, Gerdau, Petrobras, Camargo Correa, Ultrapar y Queiroz Galvão, entre otras, invirtieron miles de millones de dólares en Venezuela bajo el paraguas de la diplomacia presidencial de Lula.
Cuando el régimen chavista sufría momentos de asfixia política, la asistencia material brasileña estaba presente a partir de la firma de innumerables convenios bilaterales. Sin embargo, en la difícil coyuntura que atraviesa Venezuela en la actualidad, su presidente decidió viajar a China, tras una invitación de Xi Jinping, para acordar proyectos diversos de carácter económico, financiero, energético y tecnológico. Según lo informado por el propio Nicolás Maduro, el resultado de su primera gira internacional de 2005 fue un financiamiento por valor de más de US$20.000 millones para diversos proyectos.
El corrimiento del eje de Brasilia a Pekín que vienen experimentando muchos de los países de la región también tiene una explicación multicausal. En primer lugar, el gigante asiático parece decidido a jugar activamente su rol de gran acreedor internacional. En un escenario de fragilidad externa para muchas de las naciones sudamericanas producto de la caída de las principales commodities, la abultada billetera china aparece como la gran fuente de financiamiento. Motivo por el cual, el mayor involucramiento político de China en la región está acompañado y respaldado por sus recursos económicos de poder, los cuales, ejercen mayor atracción que los que puede ofrecer Brasilia. De forma paralela, el primer gobierno de Dilma Rousseff estuvo signado por una retracción relativa en el ejercicio del liderazgo regional, en comparación con los gobiernos de Lula. El repliegue regional de Brasil obedeció tanto a variables políticas (menor compromiso de la presidenta por los asuntos externos) como económicas (estancamiento de la economía, aparición de déficits fiscal y de la cuenta corriente). En el inicio de su segundo mandato esta situación parece acentuarse. Los recursos acumulados en los años de bonanzas serán utilizados para enfrentar los desajustes macroeconómicos y no para intentar obtener más influencia en el plano regional.
En definitiva, el tan aclamado "ascenso chino" comienza a jugar un rol central en la política internacional sudamericana. Al contrario de lo que sucedía una década atrás, hoy en día el gigante asiático representa una fuerza de atracción mayor a la del gigante sudamericano. Este movimiento cambia el mapa geopolítico de la región y altera las interacciones al interior del subsistema regional. En dicho espacio, la "C" -en referencia al acrónimo Brics- comienza lentamente a desplazar la primacía que alguna vez tuvo la "B".
Avance
El avance de las exportaciones de productos chinos se dio vis a vis una reducción de la participación de bienes brasileños. En 2007, 14,8% de las importaciones de los países de América del Sur eran de Brasil y 10%, de China; en 2013, la participación brasileña cayó a 11,2% y China subió a 17,4%. China viene ganando espacio en los servicios de ingeniería y construcción en América latina y es una amenaza a las pretensiones de las empresas brasileñas en los países vecinos. En 2003, los asiáticos tenían una participación de 1,8% en el mercado latinoamericano de grandes obras de ingeniería; para 2013, esa cifra subió 7 veces.
El autor es Profesor de la UNR y becario doctoral del Conicet
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