Daniel Funes de Rioja: “Debería existir un programa de primera exportación para pymes”
El dirigente empresario que conduce la Copal y la UIA, asegura que desarrollar una cultura exportadora puede impactar de forma positiva en el mercado interno en el corto plazo; las dos caras de la capacidad de generar alimento para 440 millones de personas.
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Mientras que la Argentina debate cómo hacer frente a una inflación que acumuló 16 puntos en el primer trimestre, con una aceleración en el precio de alimentos y bebidas (21%) que responde tanto a condiciones de inestabilidad internas como a la crisis económica que generó la guerra entre Rusia y Ucrania, el mundo incrementa la demanda de alimento.
Aunque la guerra no puede leerse de forma positiva bajo ningún criterio, en concreto, la Argentina tiene capacidad para generar alimento para cerca de 440 millones de personas, 10 veces su población. Una oportunidad concreta que se presenta como la otra cara de problemas estructurales: inflación, pobreza y pérdida del poder adquisitivo.
En un escenario interno convulsionado, con un entramado productivo de más de 14.500 empresas, conformado en su mayoría por pymes (97%), la Industria de Alimentos y Bebidas (IAB) se erige como una pata estratégica de la economía. Con una importancia relativa en términos de actividad ya que genera el 28% del valor agregado de la industria manufacturera y emplea 387 mil trabajadores -33,5% del total de puestos de trabajo industrial-, se destaca, principalmente, por su capacidad de generar superávit comercial.
“Aunque hay que destacar que la evolución ha sido más de precio internacional que de volumen, la IAB presenta el mayor superávit comercial por lo que resulta clave para la generación de divisas”, destacó Daniel Funes de Rioja, titular de la Coordinadora de productos Lácteos (Copal) y líder de la Unión Industrial Argentina y repasó que en 2021 el sector registró exportaciones por US$ 32.801 millones, lo que representa el 42% de las ventas totales de bienes al exterior del país y sólo requirió US$ 2.029 millones para acceder a insumos.
El resultado arrojó un saldo favorable de US$30.772 millones en el último año, dato que refleja la importancia de estas actividades, dispersas en cada provincia del país, para empujar al balance positivo del comercio exterior. “La condición de superavitario neto se debe al gran potencial exportador del sector, y a que sólo importa el 6% del total de sus ventas”, describió Funes de Rioja, pero advirtió que “el 75% de las ventas externas del sector corresponden a los complejos oleaginosos y cárnicos”.
“Salvo excepcionalidades como el café o el cacao, los alimentos que producen las economías regionales, en general, no requieren importar insumos o lo hacen en mínimas cantidades y no superan, en el mayor de los casos, el 30 % de los costos”, reafirmó el dirigente empresario.
Frente a la fuerte incidencia que mostraron los aumentos en los precios de alimentos, en el Índice de Precios al Consumidor, en los primeros meses del año, el Gobierno conformó una mesa de trabajo que encabeza el titular de Economía, Martín Guzmán, y, en ese marco, acordó con la CGT y la UIA coordinar acciones anti inflacionarias.
Además de programas con precios regulados, una de las primeras medidas anunciadas fue la apertura de paritarias anticipadas para equilibrar la pérdida del poder adquisitivo en los salarios. En ese sentido, Funes de Rioja, destacó que en el sector industrial “no hay desfasajes críticos en los 800 Convenios Colectivos” y agregó que “el nivel de remuneración promedio -en noviembre de 2021- era de $125.000″. “Al mirar la realidad del mercado, estamos con promedios de actualización interanual en torno al 50%, con lo cual, las brechas no son tan agudas”, dijo.
“Hay que mirar con mayor prudencia los sectores donde la incidencia de la mano de obra es mayor, en torno al 25% del costo del producto, a diferencia de otras donde es del 5 al 10 %. Los que tenemos larga vida de negociaciones y lo hemos hecho en las buenas y en las malas, vemos que, de cualquier manera, sin estabilidad macroeconómica es muy difícil que el incremento del poder adquisitivo no sea efímero”, agregó.
- La exportación es una de las herramientas para generar divisas de forma genuina ¿existe esa visión en las mesas de trabajo con el Gobierno?
-Tenemos mesas en Cancillería, Desarrollo Productivo y con Agroindustria. Se plantea el debate, pero creemos que habría que centralizar más el balance de las conclusiones y darle un sesgo de incentivo pro exportador. Desde la Unión Industrial Argentina se plantea que llegaron a existir, en 2011, 12.800 empresas exportadoras, de todas las dimensiones y actividades, lo que implica una fuerte presencia pyme porque no existen esa cantidad de grandes empresas en el país. A partir de 2012 la situación comenzó a declinar y hoy hay 9500; por eso, el postulado debe ser recuperar esa capacidad con un programa de primera exportación para pymes.
- ¿Se observa continuidad en términos de política exportadora?
- Si, hay una política de Estado y un actor relevante es la Agencia Argentina de Inversión y Comercio, pero lo que falta es aterrizarla en medidas concretas y direccionadas que actúen como estímulo e incentivo. Y bien comunicadas, pero también plantear reglas como sucede en minería o hidrocarburos, con plazos de tiempo para que se pueda consolidar una actividad. ¿Cuántos años le llevó al vino adquirir un perfil exportador como el que tiene en la actualidad? y más allá de algunas caídas y vicisitudes, lo tiene. Luego, puede haber declinaciones por cuestiones de consumo o precio, pero se genera una cultura exportadora.
- ¿Cómo se construye es identidad exportadora?
- Lo que vemos con la actividad vitivinícola, la frigorífica o alguna golosina nacional que se consume en el mundo, es que hay que transmitirlo en una estrategia, que no puede ser sólo del sector público o sólo del sector privado. Tiene que ser una alianza para la exportación de productos alimenticios con valor agregado, que es el otro gran secreto. Agregar valor al producto primario significa formalización, mano de obra más calificada, incorporación de tecnología, cadenas de valor hacia arriba.
-Ante el contraste entre la inmensa capacidad de producir alimento de la Argentina y el contexto de alta pobreza e inflación con una participación determinante del rubro alimentos ¿cómo puede contribuir el sector para estabilizar los precios en el mercado interno?
- Creo que se necesita una estrategia de largo plazo, pero los resultados pueden ser a lo sumo de mediano e incluso corto plazo. En primer término, porque estamos frente a una redefinición estratégica de bloques económicos en el mundo. La globalización post-Covid y post-invasión rusa a Ucrania va a significar un realineamiento de mercados. El efecto colateral de la guerra, las sanciones económicas, implican un realineamiento. En segundo lugar, la logística de exportación se ha concentrado en el norte, lo que generó serios problemas de buques (muchos llegan hasta el puerto de Santos, Brasil, y desde ahí regresan sin hacer escala en Argentina); el precio de los contenedores se ha decuplicado y también los seguros marítimos.
El contexto nos obliga a pensar nuevos escenarios y probablemente nuevas vías para pasar al Pacífico, sobre todo, las producciones regionales más cercanas a la cordillera de los Andes.
- ¿Este nuevo escenario puede contribuir en términos económicos en el corto plazo?
-Si se consolida la estrategia, no veo de tan largo plazo los resultados: la Argentina necesita exportar para generar divisas para abastecer a la propia industria que por cada punto del PBI que crece necesita inyección de importación de insumos; porque tenemos una deuda que pagar y, además, porque tenemos que crecer en tecnología e innovación. Necesitamos caminos y conectividad, pero también viviendas, escuelas y hospitales para volver a equilibrar el país desde el punto de vista demográfico. Esto se consigue con infraestructura física y social que se puede conseguir a través de financiamiento internacional, pero requiere tanto de repago como de inversión local.
- Que también plantea sus requisitos...
-Si, en el interior se ve vocación de inversión. Esos tiempos pueden acelerarse, deben hacerlo, porque una política inteligente hoy, marca que hay que aprovechar estas dos crisis para entrar en el realineamiento; hay oportunidades.
-Aunque la guerra no puede leerse en términos positivos por el daño humano que genera, existe mayor demanda de alimento ¿la Argentina tiene capacidad para dar respuesta?
-Sí, y se va a notar. En el ámbito del B20, se ve esa evolución que también se alinea con otras tendencias. Desde el punto de vista ambiental, la producción de alimentos afecta la emisión de carbono, pero en la Argentina la huella es baja de 0,4 puntos; se trata de industrias limpias que rápidamente pueden contribuir también a la economía verde.
- El acuerdo con el FMI trajo calma financiera y cierta previsibilidad. ¿Qué falta?
- No cabe ninguna duda que la estabilidad macroeconómica como el propio Gobierno ha señalado tiene un componente monetario; el fiscal, el gasto, con una economía formal que no aguanta más impuestos sin una administración eficiente de los recursos y el tercero, es el comercio exterior, la necesidad de incentivar exportaciones para traer divisas. Es clara la necesidad de profundizar las políticas que posibiliten la exportación de productos con mayor valor agregado, lo que requiere previsibilidad y estabilidad macroeconómica, así como decididas medidas para una política comercial con sesgo pro-exportador.
- El Gobierno redujo a cero derechos de exportación para 67 productos agroindustriales de las economías regionales ¿es un incentivo?
-Sí, contribuye porque el principal problema de las economías regionales son las asimetrías generales. Desde el punto de vista fiscal tiene una constelación de impuestos nacionales, provinciales y municipales, de ahí que un alimento tiene 38 % de impuestos y una bebida 47 %. En definitiva, se termina exportando impuestos que están hechos sobre la facturación. En algunos casos se han realizado sobre la exportación que es inconstitucional.
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