Cepo a la carne: ningún gobierno debería prohibir una actividad lícita
Para solventar sus gastos, los gobiernos aplican impuestos que a lo largo de la historia vincularon con distintas manifestaciones de riqueza. Hubo muchos casos estrambóticos como impuestos a las ventanas o chimeneas o sombreros o té, a la barba, jabón, perros, pisos y también a las vacas. Estos ejemplos están descriptos en diversos libros, por ejemplo de Charles Adams o Martin Litwak. La consecuencia es que había menos ventanas o chimeneas, menos ventas y menos producción, etc.
Esta medida tiene pésimas consecuencias: destroza la situación económica de los productores y difícilmente se recuperen mercados cuando abruptamente se incumple con compradores.
Asimismo los impuestos se aplican sobre aquello cuya demanda se desea disminuir, como cigarrillos, gaseosas con azúcar, etc. Por supuesto, cuando se aplican sobre trabajo, capital o bienes, también se restringe su demanda. La pesada carga impositiva argentina reduce exportaciones y trabajo.
Los impuestos a las exportaciones no son una manifestación de riqueza, o sea un stock. Son un flujo. En la Argentina se grava con retenciones el flujo de exportaciones a un nivel tan elevado (sumado a otras restricciones como la obligación de liquidar divisas y el cepo) que desalientan o impiden exportar. Esta semana hemos llegado al extremo de prohibir exportaciones de carne.
Esta medida tiene pésimas consecuencias: destroza la situación económica de los productores y difícilmente se recuperen mercados cuando abruptamente se incumple con compradores. La confiabilidad de la Argentina con toda su producción se ve afectada. No quiero concentrarme en que la medida es incoherente con el plan ganadero propuesto, sino en que es un sistema de políticas que se basa en el garrote y no en incentivos. Más importante aún, ningún gobierno debería prohibir una actividad lícita.
Sorprende la contradicción con medidas también tomadas en los últimos días. Auspiciosamente, a principios de mayo se eliminaron o redujeron retenciones para empresas medianas o pequeñas, con exportaciones hasta U$S 500.000 o U$S 1.000.000. Se reconoce así que los altos impuestos impiden el crecimiento de las exportaciones. Se calcula que beneficia a 3800 empresas y, como soy optimista, espero que muchas más puedan comenzar a exportar. Sin embargo, la prohibición de exportar carne afecta directamente a más de 130.000 productores ganaderos -según el censo agropecuario 2018-. Es decir son 40 veces más los perjudicados que los beneficiados. El garrote y zanahoria tienen efectos asimétricos, mucho más graves los del garrote.
¿Cuál de los dos tipos de medida prevalecerá en el tiempo: prohibición o fomento? Ahí está la clave: en la permanencia de la norma. Es muy difícil lograr compradores externos y si las condiciones cambian es aún más difícil recuperarlos. Sin embargo, la Argentina tiene una larga tradición de modificación de normas. Es decir, se promueve una cierta actividad, y cuando es exitosa, se la grava o penaliza de alguna manera. A veces, de forma abrupta. El criterio para aplicar garrote y zanahoria debe ser favorable a la sociedad en su conjunto y ser positivo para el largo plazo. No es así con la ganadería, ojalá sí lo sea con las pymes.
Los gobiernos deben mantener las regulaciones que favorecen la actividad económica y no sucumbir a la tentación de cambiarlas una vez que la empresa logró generar exportaciones. Mucho menos prohibir una actividad que genera empleo y que siendo un ciclo biológico, se pierde definitivamente.
Espero que esta medida de prohibición no pase de una mala iniciativa y se suspenda inmediatamente. Al mismo tiempo espero que se amplíe el fomento tanto en monto como en alcance para muchas otras empresas adicionales.
Insisto: busquemos el beneficio para toda la sociedad con zanahorias y no con garrotes.
La autora es directora de Relaciones Institucionales y profesora de Finanzas en la Universidad del CEMA
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