Brasil y su estruendoso silencio político
La principal potencia económica de la región no ejerce su rol de líder ante los avances sobre instituciones democráticas en América latina
Ante la proliferación de gobiernos latinoamericanos que aparentan ser democráticos exclusivamente porque convocan a elecciones con regularidad constitucional (aunque las mismas puedan ser amañadas impúdicamente), pero que en la realidad toman decisiones antidemocráticas –como por ejemplo, no respetar la división de poderes– es más que llamativo el estruendoso silencio del país que precisamente se considera y es considerado por muchos el líder de la región: Brasil.
La primera obligación de un líder, o de quien pretenda serlo, es llevar la voz cantante a cuyo ritmo los demás acompañarán desde el coro. No es el caso de Brasil. Por ejemplo, ha sido por demás significativo el ominoso silencio del ex presidente Lula Da Silva en sus ocho años de mandato con respecto a la violación de los derechos humanos en Cuba y su paciente tolerancia con respecto a la falta de elecciones libres y ejercicio democrático en ese país, por no decir sino dos de los tantos y múltiples aspectos que merecen ser mencionados en el caso de la monarquía hereditaria cubana. A todo lo cual deben sumarse los atentados a la democracia perpetrados por el ex presidente venezolano Hugo Chávez, el avasallamiento de los derechos fundamentales tanto en Venezuela como en la Nicaragua de Daniel Ortega, en el Ecuador de Rafael Correa o en la Bolivia de Evo Morales, y la fracasada política diplomática que se empleó en ocasión de la destitución del presidente de Honduras o la silenciosa y prescindente actitud frente al conflicto argentino-uruguayo por la planta de celulosa radicada en Fray Bentos, bloqueo de los puentes internacionales durante cuatro años incluido (lo que afectó, y mucho, el funcionamiento y el libre tránsito en el Mercosur).
Lo acontecido con Paraguay es otra muestra más de la llamativa falta de participación brasileña en los acontecimientos. Se limitó solamente a acompañar a la Argentina y al Uruguay en la "suspensión" del restante socio fundador del Mercosur. A lo cual se agrega actualmente la lentitud y la parsimonia en decidir su pleno reingreso a la organización. Uno de los pretextos es que se debe aguardar a la asunción del nuevo gobierno paraguayo como si el actual estuviera siendo ilegítimo y al margen de la Constitución guaraní, algo que por supuesto, no es así. Una vez de regreso al Mercosur se anuncia que se retomarán las negociaciones con la Unión Europea. Lo curioso del caso es que los embajadores de Alemania y Francia en Asunción ya declararon en febrero pasado que para ellos el Paraguay nunca ha dejado de ser socio pleno del Mercosur. A los embajadores no se les puede haber escapado la absoluta ilegalidad de las medidas adoptadas por los tres socios restantes del Mercosur, por lo cual suspender las negociaciones con los europeos no es para nada un gesto de deferencia con Paraguay sino un reconocimiento implícito de que la decisión adoptada en Mendoza el año pasado de suspenderlo era totalmente ilegítima.
Intervenir en los asuntos internos del Paraguay es obviamente contrario al debido respeto que merece un Estado Parte, violatorio de la esencial igualdad entre todos los asociados y de la imprescindible abstención de intervenir en los asuntos internos de los mismos. La presión que se ha ejercido sobre el Paraguay por parte de la Argentina, Brasil y Uruguay nos asocia al triste recuerdo de otros acontecimientos ocurridos en el pasado, como la Guerra de la Triple Alianza que sucedió hace más de ciento cuarenta años.
La mención de todos los acontecimientos citados no es obviamente exhaustiva porque podrían mencionarse algunos más todavía. Pero alcanzan para señalar que Brasil, con esas actitudes, no puede ser nunca el líder que, por su tamaño, población y situación geográfica debería ser. Y no es.
Si alguien pensó que con la asunción de la presidente Rousseff las cosas iban a cambiar se equivocó de medio a medio. La situación permanece igual que siempre hasta el momento. Los demás países latinoamericanos seguirán entonces sin tener un liderazgo que los conduzca. Quizá sea mejor así, dado que los países que maduran no necesitan líderes. Como las personas adultas.