Brasil es una incógnita política, pero no económica
Las elecciones en Brasil son relevantes para Argentina, pero no por (o no sólo por) un tema político. Brasil es nuestro principal socio comercial. Por un lado somos competidores pero fundamentalmente somos complementarios. Hay muchas actividades en las cuales somos interdependientes. Si la competencia es buena para mejorar e innovar, aún mejor es la complementariedad porque los productores deben someterse al estándar más elevado de cada participante.
El saldo comercial con China es notablemente negativo, al revés de lo que muchos suponen. El saldo en 8 meses de 2022 ha sido negativo en US$7589 millones. Exportamos por US$4149 millones e importamos por US$11738 millones. China es nuestro principal proveedor, mientras que Brasil es nuestro principal cliente, aunque también tenemos un saldo negativo de US$2824 millones: exportamos por US$8147 millones e importamos por US$ 10971 millones. Como puede verse los números son mayores y más beneficiosos que con China.
En otros términos, el 13,6% de lo que exportamos va a Brasil y sólo el 6,9% va a China. Tal vez sorprenda que Estados Unidos es un mercado más importante para nuestros productos, con el 7,5% del total.
Con Brasil compartimos frontera y las distancias a puertos de Europa o China no son mucho mejores que las nuestras. Nuestra agricultura y ganadería se influencian mutuamente y, es cierto, se compite en algunos mercados, pero también les abastecemos de maquinarias agrícolas y desarrollos biotecnológicos. La complementariedad en la industria automotriz es muy grande y hay una larga lista similar.
Hace unos días el embajador Daniel Scioli presentó en Brasil una serie de propuestas para la relación bilateral a empresarios brasileros y asesores presidenciales. Incluiría temas mineros, energéticos, desarrollo del sector agroindustrial y hasta un swap de monedas.
Aunque un swap de monedas pueda captar más la atención, claramente no debiera ser el principal objetivo –ni un obstáculo- para que se integren más ambas economías.
El Mercosur y especialmente la relación con Brasil están lejos de las expectativas que generara hace más de 30 años. Más que crear mayor comercio, ha tenido un efecto que se suele denominar “desviación de comercio”, dado que los países prefieren comerciar entre ellos por la diferencia arancelaria y de costos logísticos, más que por el precio del producto en sí. Recientemente hemos tenido pruebas palpables con el trigo, donde Brasil ha comerciado con otros países a pesar de este diferencial.
Desde su creación, el Mercosur tuvo como objetivo principal propiciar un espacio común que generara oportunidades comerciales y de inversiones a través de la integración competitiva de las economías nacionales al mercado internacional. Esta integración podría haber sido mucho mayor sin los vaivenes políticos. El potencial de haber armado un poderoso bloque comercial no se ha logrado y hasta pudiera llegar a decirse sin pudor que ha impedido avanzar con otros tratados de libre comercio.
Estos tratados, como ya se ha dicho tantas veces, no sólo abren mercados, sino que empujan a las empresas a lograr la mayor eficiencia y adaptarse a los estándares de calidad más exigentes. De lo contrario, se generan relaciones comerciales asimétricas, donde el país A puede exportar al B porque tiene alta calidad, pero a la inversa no siempre es posible. En ese sentido, tanto las Cámaras como los institutos certificadores y los entes rectores tienen una tarea gigantesca por delante.
Es de destacar que muchas de las posibilidades de comercio desde Argentina están limitadas en el tiempo. Por ejemplo, la venta de electricidad o gas –uno de los elementos que se destacaron en reuniones bilaterales- está limitado por el potencial de desarrollo del en Brasil. Los avances tecnológicos y las gigantescas reservas de ambos países pudieran ayudar a convertirlos en un polo mundial, si se logra evitar la miopía de desarrollar sólo el mercado interno.
De la misma manera, los adelantos biotecnológicos que están permitiendo cultivos resistentes a distintos eventos como plagas, clima o fitosanitarios tiene como límite temporal los nuevos avances que rápidamente se están desarrollando en otros países. La industria biotecnológica argentina es muy fuerte, pero no es la única en el mundo, y pierde rápidamente ventajas por sus dificultades para establecer propiedad intelectual y lograr las inversiones necesarias.
La complementariedad en otras áreas, como alguna vez fuera el monumental proyecto Río Colorado de producción de potasio en Malargue, Mendoza -desarrollado por Vale do Rio Doce- era notoria. Sin embargo, ha quedado como un ejemplo de todo lo que debería evitarse. Actualmente el gobierno de la provincia de Mendoza se encuentra abocado a intentar reactivar el proyecto, pero ya hubo un gigantesco costo para todas las partes involucradas.
Brasil es un gigante tanto en tamaño geográfico como con su población de más de 210 millones de personas. Tiene una economía en crecimiento y reservas internacionales por más de US$300.000 millones con una más que razonable estabilidad monetaria. No debemos olvidarlo, ya que son más las veces que se hace notar su potencial como competidor que como socio cercano y complementario.
Las elecciones en Brasil tienen en vilo a los brasileros, y por supuesto que tendrá impacto en el resto de Latinoamérica. Sin embargo, no debiera tener importancia si desarrollamos y afianzamos relaciones comerciales fuertes. Justamente, ese es uno de los grandes beneficios del comercio, que permite relaciones de paz y mutuamente beneficiosas entre naciones sin importar raza, credo u orientación política.
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