Andrés Pallaro: “La biotecnología y la revolución de alimentos deben ser las apuestas de la Argentina”
Dirige el Observatorio de Futuro de la Universidad Siglo 21, y define como clave que el Estado se convierta en “emprendedor” para catalizar el diálogo con los privados
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CORDOBA. La biotecnología y la economía del conocimiento son los dos sectores que a mediano plazo un especialista “en futuro” ve como los que más protagonismo deben tomar en las exportaciones argentinas. En la transición, dice, el país seguirá dinámico por las comodities, pero en el mediano y largo plazo es definitorio “el cruce de disciplinas verticales” -como salud, educación, seguridad- con la tecnología.
Andrés Pallaro, director del Observatorio de Futuro de la Universidad Siglo 21, plantea que, en materia de alimentos, la Argentina debe subirse a la “revolución” que vive el sector en el mundo aprovechando la potencialidad que tiene y las empresas que ya trabajan en esa línea: orgánicos, gourmet y hasta congelados.
“El mundo vive una revolución en las maneras de producir alimentos. Más, mejores y más accesibles, dejando de afectar el medio ambiente -agrega- Producir mejor no requiere decrecer. Crecer es sinónimo de progreso y empleo. Hacerlo de forma amigable con el ambiente es fuente de sustentabilidad y evolución”.
En diálogo con LA NACION, Pallaro apunta que el Estado debe cumplir el rol de “emprendedor” como lo denomina la economista italiana Mariana Mazzucato. La clave, según esa mirada, es trabajar para conseguir coinversiones y nuevos tipos de acuerdos entre los sectores público y privado para direccionar el crecimiento económico hacia un modelo inteligente, sostenible e inclusivo.
Ese Estado implica el fin de las eras del “gran y del pequeño” Estado y avanza hacia diseños institucionales basados en las ciencias del comportamiento y a una inversión pública estratégica que es “posible y deseable”.
-En el mediano y largo plazo, ¿qué demandará el mundo?
-En nuestro observatorio nos dedicamos a pescar señales y a someterlas a reflexión y lo que vemos es que avanza el cruce de disciplinas verticales con la tecnología. Es decir, salud educación y seguridad con software e inteligencia artificial. Eso es lo que está en ebullición; es el eje de la quinta revolución tecnológica que será más evolucionada y dinámica que la cuarta. Eso permite el desarrollo de nuevas necesidades y oportunidades para la Argentina que le permitirían salir de la dependencia de las exportaciones de comodities.
-¿Qué sectores en la Argentina son los que están en esa línea?
-Uno de los emergentes es la biotecnología; la biología aplicada a animales, plantas y personas. Tenemos las condiciones sistémicas; hay una Cámara Argentina dinámica con una aceleradora de proyectos y con empresas que trabajan y crecen como Don Mario o Bioceres, además de muchas startups. Podemos aprovechar la abundancia de talentos que tenemos y crecer cada vez con más fuerza.
-¿Qué hace falta para que ese impacto se de?
-Estrategias sostenidas en el tiempo. Hay consenso, entre la gente sensata que está fuera de los extremos ideológicos, que esa es la clave, el ingrediente crucial. Se deben sostener dos décadas; si uno ve los números hoy son buenos, crecen, pero no llegan a mover el amperímetro. La biotecnología y la economía del conocimiento van bien pero hace falta más. Mientras se las sigue apuntalando, en la transición, el país puede seguir con las comodities. La biotecnología es un caso concreto que se aleja de los extremos; hay estrategias público- privadas; hay una cámara activa, empresas recién nacidas que exportan y grandes que invierten. Es un sector del que debemos aprender incluso más que de la economía del conocimiento que, por el momento, está concentrada en servicios que hay que empezar a transformar cada vez más en productos.
-¿Qué rol cumple la educación en este plano?
-Es la madre de todas las explicaciones que hay en el mundo de más valor agregado, de más atracción de dólares, de la posibilidad de sacar gente de empleos precarios. Lo que se está haciendo no alcanza; se requiere un esfuerzo más intensivo y medido. Mientras más gente seamos capaces de involucrar será mejor. No escapamos a la regla general de que hay posiciones que no se pueden cubrir y están vinculadas a tecnología, a análisis de dato. No logramos que puedan adquirir esas habilidades en el corto plazo. Hay esfuerzos de todo tipo universidades, de institutos técnicos, pero todavía no logramos convertirlos en una masa de volumen, en un gran movimiento.
-¿Qué caso en el mundo usaría para graficar una de las vías que se puede seguir?
- Francia. Emanuel Macron fue reelecto y hay mucha polémica, pero en su primer mandato -apenas asumió- afirmó que apuntaba a revitalizar la Francia tecnológica y a lograr 25 unicornios en su gestión. Y lo hizo. El secreto es el Estado emprendedor de Mazuccato más los empresarios que corran riesgos, que se animen a desarrollar. El Estado debe ser un catalizador para que eso suceda. Es lo contrario de lo que escuchamos a los nuevos libertarios; se requiere un trabajo sinérgico y mancomunado del Estado con los privados. Implica un cambio de paradigma de enorme impacto que viene dado por la transformación del Estado para servir y apalancar las iniciativas privadas de innovación. El conflicto habitual entre aquello vigente y lo nuevo en desarrollo se encamina notablemente con un Estado inteligente que abre ventanas de prueba fuera de regulaciones existentes, invirtiendo en los procesos de experimentación.
-¿En dónde se ubica el Estado argentino respecto a ese modelo?
-Está lejísimo del Estado emprendedor. En términos globales el Estado argentino está colonizado por distintas facciones que se adueñan de los organismos y la burocracia técnico- profesional queda relegada. Cambian los gobiernos, los políticos, y pocas cosas se sostienen en el tiempo. Un caso, aunque con mucho esfuerzo es la base de la economía del conocimiento. Brasil y Uruguay, aun con problemas, tienen políticas y resultados más perdurables que los nuestros.
-¿Qué característica elegiría como la más significativa para desarrollar de ese modelo?
-La de hacerse cargo de definir las hojas de rutas, la de construir las conversaciones necesarias y las síntesis. Aquí, en el país, se lanzan programas que no tienen fuerza porque no están basados en esos diálogos de consenso. En Francia, por ejemplo, el plan nacional de inteligencia artificial se montó sobre esos acuerdos y después, a partir de ahí, vienen las inversiones públicas, los riesgos empresarios. El Consejo Consultivo que creo (Gustavo) Beliz puede venir por ese lado, pero pareciera que no tiene el apoyo necesario ni en su gobierno.
-La Argentina tiene hoy lo que el mundo necesita, energía y alimentos, ¿pegarse a esos sectores puede poner en riesgo el desarrollo de otros?
-Corremos ese riesgo. Desde una mirada holística pueden convivir los vectores de transición con los largos plazo. En el caso de alimentos más desarrollos de las categorías gourmet, orgánicos, freezados. Podemos seguir vendiendo lo que tenemos o crear una revolución. Se expande en el mundo la idea de que la innovación más disruptiva en la economía digital y verde hacia la que vamos aceleradamente, es cada vez más difícil que suceda en las grandes compañías. La gran apuesta para la multiplicación pasa por las startups. Se puede convertir en algo fundamental a largo plazo. Vaca Muerta puede ser pan para hoy y mañana empezar a languidecer; mientras se la aprovecha hay que mirar las energías alternativas, el potencial en lo eólico y en lo solar.
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