Aaron Friedberg: “No podemos permitir que nuestras sociedades dependan de China”
EI profesor de Política y Asuntos Internacionales de la Universidad de Princeton advierte sobre las prácticas comerciales del gigante asiático
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A principios de agosto, Paolo Rocca, presidente del Grupo Techint, manifestó en el Congreso Aço Brasil su preocupación por el hecho de que “competir con China durante los últimos 30 años ha sido sustancialmente imposible por varias razones”. Entre ellas, mencionó la influencia del Estado y de las empresas estatales en la adquisición de bienes; la distorsión del sistema financiero; las restricciones a la inversión extranjera y la violación a la propiedad intelectual, entre otras.
En este contexto, Aaron Friedberg llegó a la Argentina para participar en el XIX Seminario Internacional 2024 “China y la reconfiguración del comercio y las inversiones internacionales”, organizado por Techint. El CV de Friedberg refleja que es profesor de Política y Asuntos Internacionales en la Universidad de Princeton y Codirector de la Escuela de Asuntos Públicos e Internacionales del Centro de Estudios de Seguridad Internacional. Obtuvo su Ph.D. en la Universidad de Harvard. Entre 2003 y 2005 se desempeñó como Asistente Adjunto para Asuntos de Seguridad Nacional y Director de Planeamiento de Políticas en la oficina del Vicepresidente de los EEUU. Ha sido consultor de distintas agencias del gobierno norteamericano y es autor de varios libros.
En diálogo con LA NACION, el especialista en política internacional hizo referencia a una era difícil entre China y Estados Unidos, entre otros países. En especial, entre ambas naciones hay recelos y mutua desconfianza, aunque son importantes socios comerciales uno del otro.
– Las relaciones entre Estados Unidos y China tienen un alto grado de conflictividad y sin embargo son socios comerciales en cifras millonarias
– Es cierto que hay tensión entre ambos países. Tenemos una relación económica estrecha, pero cada vez más distante y difícil a nivel geopolítico. Estamos en las etapas tempranas de cambio en la relación política que va a tener un efecto en la relación económica. Hacia el final de la guerra fría, hace 30 años, Estados Unidos en especial puso en marcha una estrategia de políticas que profundizaron su compromiso económico con China. También lo hicieron las democracias avanzadas, con la creencia de que alentarían la transformación política y económica de China a lo largo del tiempo y que sería un país más abierto y más democrático.
–¿Qué fue lo que sucedió?
–A pesar de que la relación económica se profundizó, en lo político China no ha ido en el rumbo que Estados Unidos y los países democráticos creían que iba a tomar. Esto está causando que se reanalice la relación económica con este país. Como consecuencia, las democracias industriales avanzadas implementan mayores restricciones a sus inversiones, a la importación de productos chinos y a la exportación de tecnología. La relación está empezando a deshacerse por problemas estratégicos y políticos, pero de todas maneras sigue siendo muy intensa.
–¿Cómo se ve a China?
– Cada vez más se ve como un país hostil que no está liberalizándose sino que es más autoritario y más agresivo.
–Desde allá, los empresarios y políticos dicen que son maltratados porque hay un temor a la excelencia china y a su crecimiento hasta ser la primera potencia mundial
–Yo diría que no hay ningún país que haya hecho más para ayudar al desarrollo económico de China que Estados Unidos en los últimos 20 o 30 años. Hubo mucha inversión, transferencia de tecnología, educación de jóvenes chinos como científicos, empresarios, ingenieros; se abrió el mercado americano para las exportaciones de China. La noción de que Estados Unidos ha tratado de suprimir a China no es verdad. El problema es que la percepción, en Europa, en Japón, en Asia y en Australia, entre otros lugares, es que China ha estado implementando políticas económicas que explotan y se aprovechan de la apertura de las democracias avanzadas. Por otro lado, el acceso al mercado chino sigue siendo restringido. La posibilidad de empresas occidentales de invertir en China está restringida, lo mismo que la posibilidad de empresas de Estados Unidos y otros países de exportar a China. Hay un desequilibrio: occidente ha sido abierto pero China ha estado restringiendo el acceso a su mercado. Las políticas de China no tienen que ver con el compromiso que hizo con la Organización Mundial del Comercio.
–¿En qué sentido?
–Debía suspender o reducir los subsidios a sus industrias de manufactura pero no lo ha hecho. Se suponía que debían evitar políticas que extrajeran tecnología de las empresas occidentales que querían operar en China, pero siguen robando propiedad intelectual y tecnología. No juegan según las reglas. La resistencia de los países occidentales a estas prácticas se percibe en China como hostilidad.
–Con respecto a la política en China, ¿cuáles son las prácticas más cuestionadas por Estados Unidos?
–Contrario a la expectativa de que el sistema político chino se liberalice, esta yendo en la dirección opuesta. Desde que Xi Jinping es secretario general del Comité Central del Partido Comunista de China, desde 2012, y presidente presidente de la República Popular China, desde 2013, las políticas internas de China se han vuelto más represivas. A nivel doméstico China está más controlada y represora del disenso que en cualquier momento de la revolución cultural. El mismo Xi Jinping se ha puesto en una posición en la cual puede ocupar el gobierno de por vida. La percepción es que es un dictador. Esa visión es una causa de preocupación.
– Hay en este momento una guerra de aranceles, ¿cómo se relaciona con el concepto de libre competencia?
–La motivación inicial de Estados Unidos en imponer aranceles, especialmente desde 2018, fue ejercer presión sobre China para obligarla a que modifique algunas de sus políticas de comercio. Estaban violando los compromisos con la OMC, en especial con el tema de los subsidios. Está claro que China no va a hacer cambios, de modo que los aranceles son algo permanente en la relación comercial entre ambos países. Es verdad que son ineficientes e indeseables, pero si el país con el que se está comerciando sigue políticas que le dan una ventaja injusta a sus propias empresas, hay que decidir si se va a proteger a las industrias y a la economía. La Unión Europea va por el mismo camino con los vehículos eléctricos y quizás con las baterías. Los aranceles es un último recurso. Estados Unidos hizo esfuerzos durante 20 años para que China cumpla con los compromisos con la OMC: que no pongan subsidios, que no manipulen la moneda, que no pongan barreras no arancelarias...Hemos ido a arbitrajes, pero no cambian el comportamiento. Entonces, el único camino posible con China es tomar medidas protectoras.
–¿Cuál es el problema con los semiconductores?
–No podemos permitir que nuestras sociedades dependan de China como fuente de materiales y productos críticos. Por eso necesitamos medidas de protección y también subsidios. No es lo deseable, pero por razones estratégicas es necesario.
–Estamos próximos a la licitación de la Hidrovía. China es un competidor y ha prometido bajar el peaje. ¿Qué opina sobre esto?
–No se los detalles de este negocio, pero hay muchos países donde las empresas chinas han ofrecido su trabajo para la construcción de infraestructura, ganándole a otros en precio, pero hubo problemas de calidad y mantenimiento. También surgieron inconvenientes con las deudas de los países con China, porque sus bancos no han estado dispuestos a renegociarlas y piden adquirir activos físicos. Es una trampa. Una vez que las empresas de China dominan una porción de la infraestructura de un país están en una posición donde pueden cambiar los términos de lo que se arregló originalmente. Las empresas chinas, especialmente las que están involucradas en los grandes proyectos de infraestructura son estatales o nominalmente privadas pero bajo el control del Estado y eso es inquietante a nivel estratégico.
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