El ministro bombero entra a terreno peligroso con un blindaje y una profecía
MAR DEL PLATA.- Desde la mirada de los hombres y mujeres más poderosos del país, Sergio Massa es un ministro llamado a ocupar un lugar único: lo ven como el relojero que puede desactivar una bomba que estaba destinada a explotarle al próximo gobierno.
La afirmación anterior contiene dos diagnósticos. Por un lado, le asigna al jefe de Economía una capacidad para maniobrar cables pelados mayor a la que tuvieron sus antecesores Martín Guzmán y Silvina Batakis. Pero también le adjudican una fecha de finalización a su trabajo: como máximo, llegará hasta diciembre del año próximo, cuando otro color político reemplace al Frente de Todos en la conducción del país.
Es la profecía que se respira en el 58° Coloquio de Idea, que se hace en esta ciudad, así como en los directorios de grandes compañías y en embajadas del primer mundo en la Argentina. Nadie descree de la habilidad de Massa, pero tampoco de las encuestas, que traducen un futuro desolador para el Gobierno.
El ministro de Economía llega a la recta final del año envuelto en una aleación que nunca protegió a los dirigentes kirchneristas: el visto bueno del sector privado. Marcos Bulgheroni lo puso en palabras. Después de hacer un raid que lo llevó de ver a la secretaria de Energía, Flavia Royón, a la mañana en Buenos Aires y terminar la noche en Añelo (Neuquén) para hacer una reunión de directorio con sus socios chinos, se sinceró en esta ciudad en la noche del miércoles pasado.
La conversación con los periodistas duró tres minutos, pero dejó un concepto clave: aseguró que está más tranquilo ahora que hace tres meses, cuando se empezaron a acelerar los acontecimientos que condujeron a la salida de Martín Guzmán.
Massa se encargó de alimentar entre sindicalistas, políticos y empresarios la idea de que es un bombero en la emergencia. No les habla de grandes proyectos ni de iniciativas de largo alcance. Todo lo contrario. La primera parte de su agenda llega hasta diciembre. El segundo capítulo, que todavía no está escrito, comenzará en la primera parte del año próximo.
Hasta fin de año se desarrollará la batalla por los dólares. Es una de las cosas que más fastidian al ministro. A mediados de la semana pasada, mostró su frustración cuando lo acosaban con un billete de Benjamin Franklin.
Mientras Guillermo Michel, que trabaja en la Aduana, pero recorre todo el carretel de la gestión, le contaba acerca de importaciones fraudulentas de toallones, los organizadores de espectáculos le preguntaban cómo iban a pagarle a la banda inglesa Coldplay. Toda una ironía para el ministro. Su playlist solo tiene espacio para Soda Stereo y Damas Gratis, cuyo líder es Pablo Lescano, que además es hincha de Tigre. Los gustos musicales de Massa están alineados con su necesidad cambiaria: sus artistas preferidos cobran sus derechos o sus entradas en pesos.
De esas molestias salieron dos decisiones públicas: un nuevo tipo de cambio y una modificación radical en el método para traer cosas a la Argentina.
Fuera de los grandes trazos, el equipo económico también golpea entre bandas. Dos lobbystas profesionales que representan intereses importantes advirtieron casi en paralelo que el secretario de Comercio, Matías Tombolini, demoraba las respuestas para aprobar importaciones más de lo que ellos estaban dispuestos a esperar.
Comenzaron a buscar caminos alternativos, hasta que llegaron al WhatsApp de Germán Cervantes, un funcionario de menor rango a cargo de las autorizaciones para importar. La voz corrió y hoy los ejecutivos prefieren esquivar para estos temas el número de Tombolini, a quienes sus propios compañeros le hacen bullying. Massa, incluso, le puso un límite. Fue cuando se juntó con los kiosqueros para resolver la escasez de figuritas del Mundial. Según el ministro, son problemas secundarios en un país que tiene un 7% de inflación mensual. Las figuritas, además, siguen en falta.
Las grandes empresas, en cambio, parecen haber digerido mejor algunos de los problemas derivados de la suba de precios. Como saben que deberán convivir con cifras de tres dígitos este año y probablemente el próximo, aplicarán recomposiciones salariales cada dos meses en 2023 a su personal jerárquico.
Los empleados más talentosos disfrutan ya de una situación mejor. Como las compañías no quieren perderlos, negocian aumentos a partir de la inflación, y nunca por debajo. La misma regla se extenderá, con más cuidado, hacia el resto de los trabajadores sindicalizados. Es como si el pedido del ruidoso gremio del neumático se haya convertido en la regla. Siempre será mejor que la paritaria que lanzó Pablo Moyano para Camioneros, con un reclamo del 130%.
Las preocupaciones, en cambio, pasan por la manera en que el hecho de no estar cerca de esas pautas de mejoras en los últimos dos meses y medio del año altere el humor de los trabajadores informales y de los movimientos sociales.
Son conversaciones que atraviesan al equipo económico desde hace tiempo. Rigo, jefe de Hacienda y un experimentado explorador del laberíntico mundo del gasto público, se lo planteó a Massa en las reuniones fundacionales que se hacían en el búnker del Frente Renovador, con el ministro recién llegado. Si bien las cuentas más o menos le cerraban para lo que buscaba, sabía que iban a estallar focos de conflicto que solo se apagarían con el agua de los bonos del Estado para fin de año. Pura nominalidad. Es la palabra de moda para describir a la excesiva inflación.
El blindaje empresario al ministro no deriva solo de sus últimas decisiones. También se beneficia en la comparación con los anteriores. Un hombre dedicado al consumo masivo lo puso en términos simples. La exsecretaria de Comercio, Paula Español, les pedía mover los precios menos de 1% cuando la inflación mensual superaba el 3,5%. Nadie en el equipo de Massa les reclama tanto. Alcanza con que las remarcaciones estén unas décimas por debajo de lo que dice el Indec.
La supuesta generosidad de la gestión económica con quienes aumentan los precios es más técnica que ideológica. Saben que en un contexto de alta inflación, pasarse en la curva de la coerción conducirá a la banquina del desabastecimiento. Es otro de los fantasmas que se esperaban, pero todavía no apareció.
La situación se puede ilustrar con ejemplos. Los italianos de Enel, un gigantesco grupo eléctrico que en el país es dueño de Edesur, elaboró un informe profesional sobre la transición energética. Se lo presentaron a Royón, pero tienen escasa expectativa de que pueda trascender en el tiempo. Así que golpearon a la puerta de Mauricio Macri, de Javier Milei, de Patricia Bullrich, de Horacio Rodríguez Larreta y de Facundo Manes, entre otros.
Nadie en el círculo rojo cree que los nombres que manejan ahora la economía, permanezcan en su lugar tras el recambio que, intuyen, anticipan luego de los próximos comicios.
Si el Gobierno repasa el checklist electoral, verá que tiene en blanco casi todos los ítems: alta inflación, pérdida del poder adquisitivo del salario, estancamiento de la economía, amplia brecha cambiaria y escasa libertad para hacer negocios.
Quizás por eso, Massa no se resigna a aplicar un plan. Lo charla el ministro con su vice, Gabriel Rubinstein, que ya escribió de esto antes de llegar a Hacienda. Pero también los más jóvenes -Lisandro Cleri con Pablo Carreras Mayer (Banco Central)- y todos los anteriores con Marco Lavagna (pasó los límites del Indec y se encarga de la relación con organismos de crédito), Rigo y el jefe de Gabinete, Leonardo Madcur.
Todos coinciden en que las decisiones que se aplicaron en los últimos dos meses pueden ser el prólogo de algo más serio que, incluso, no terminen los intérpretes actuales. Se trata de un plan de estabilización. La misma idea tienen economistas opositores como Carlos Melconian, Hernán Lacunza o Luciano Laspina. La dificultad es que eso implica hacer cosas antipáticas al principio, en un horizonte temporal cada vez más corto para el Frente de Todos. Massa lo charla abiertamente con sus interlocutores, que se animan a hacerles preguntas.
“¿Estás dispuesto a pagar el costo político?”, le preguntaron distintos empresarios en los últimos 15 días. “Vamos a ver cómo está el Frente y el país a principios del año próximo”, les respondió a todos.
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