Coaching ejecutivo: el arte de pensar en voz alta
Profesionales y directivos se vuelcan hacia esta práctica para encontrar caminos que los lleven a una experiencia laboral más rica y más acorde con sus necesidades y expectativas
De vez en cuando, en las organizaciones, los ejecutivos abren su corazón, exponen su alma y quedan voluntariamente desnudos ante un interlocutor. Tal vez esta descripción de una sesión de coaching es un poco extrema, pero no del todo errónea. Cada año cientos de profesionales y directivos encaran procesos de coaching en sus organizaciones para generar un cambio y, para eso, se comprometen a revisar sus visiones y acciones.
La dificultad de definir al coaching radica en que existen diversas escuelas y estilos. El coaching ontológico –una de las disciplinas más difundidas y practicadas en las empresas– busca facilitar procesos de aprendizaje haciendo foco el ser. Trabaja con las palabras, las emociones y la corporalidad para lograr una transformación. Esta práctica madre dio origen a otras como la psicología transversal y la programación neurolingüística.
"No es consultoría, consejería ni psicología. No se le dice a la persona lo que debe hacer. Las personas van construyendo sus respuestas durante el proceso de coaching. Van apareciendo nuevas miradas que permiten producir acciones diferentes", dice Alejandro Marchesán, presidente de la Asociación Argentina de Profesionales del Coaching (AAPC) y Master Coach Profesional de esa asociación. Lilian Maitino, vicepresidente del capítulo argentino de la International Coach Federation (ICF), miembro del Consejo de Líderes de Latinoamérica de la federación y master coach de Newfield Network, agrega que en la federación aún no consideran que el coaching sea una profesión sino una práctica, pero que trabajan para cambiar esa situación.
El coaching es una disciplina muy joven, de menos de medio siglo, que está en crecimiento y cuya oferta de formación es muy variada. Hay desde cursos de fin de semana hasta carreras. La AAPC avala 23 escuelas en las que cada año estudian alrededor de 3.500 personas y, luego, se certifican aproximadamente 700. Esos números vienen creciendo 25% por año. Para certificarse como coach de la asociación es necesario realizar un curso de dos años de duración. Cuando alcanza los tres años de experiencia laboral puede acceder a la credencial Coach Profesional Senior y a los ocho, ser Master Coach Profesional. ICF también ofrece tres niveles de certificaciones y localmente cada año se certifican 20 personas.
"Para formarse hay que recurrir a una escuela avalada por alguna asociación de coaches, donde el curso tenga cierta duración y ofrezca prácticas. Trabajamos con personas y no puede haber riesgo de causar algún daño psicológico o abuso. Me parece una falla de responsabilidad de los organismos gubernamentales que la profesión no esté regulada", advierte Cristina Oneto, coach certificada por ICF y en Newfield Consulting.
La AAPC está buscando una solución a esa falencia. Actualmente trabaja en un proyecto de ley que permitirá la creación del Colegio Profesional de Coaches Ontológicos para lograr que el ejercicio profesional esté colegiado y matriculado. Según Marchesán podría hacerse realidad el año que viene.
"Hay quienes se hacen llamar coaches y no lo son. Practican una técnica absolutamente conductista, casi de lavado de cerebro, que no tiene nada que ver con el coaching. El coach no les dice a las personas qué tienen que hacer. Los ayuda a reflexionar para que encuentren soluciones por si mismas. Estimula su creatividad y el conocimiento de sus fortalezas", señala Oneto.
Daniel Rosales, ex presidente y director de Relaciones Institucionales de la AAPC, dice que, entre otras, las competencias de un coach refieren a la integridad y ética de su comportamiento, a su capacidad de logro de resultados observables y hacerse cargo de las consecuencias de su accionar responsable. Para la ICF debe lograr generar un vínculo de confianza e intimidad con su cliente, ejercer la escucha activa y la comunicación directa, planear y determinar metas y gestionar el progreso, entre otras habilidades.
Por el contrario, realizar preguntas desde las propias interpretaciones, manipular, empujar hacia la acción y juzgar su accionar o su ser son claros errores de ejecución de la práctica profesional. Los coaches poco duchos pueden cometer errores como no distinguir un cuadro psiquiátrico para poder derivarlo. "En las empresas pueden llegar a hacer lío generar resentimiento porque los problemas no se terminan respondiendo. O generar falsas ilusiones. También pueden exponer a las personas a tener conversaciones no convenientes con sus jefes. Y no distinguir dominios ni líneas de autoridad", dice Maitino.
Hace tres años, los códigos de ética la International Coach Federation (ICF) y la AAPC fueron mancomunados. Entre otros artículos, la norma manda a explicar claramente de qué se trata el coaching antes de empezar el proceso y a tratar los registros generados durante la actividad de manera que no pongan en riesgo la confidencialidad, seguridad y privacidad de los clientes. Si surgen conflictos de intereses, los coaches deben exponerlos abiertamente y proponer retirarse de la relación. El código señala que se debe aceptar "el intercambio de servicios, bienes u otra remuneración no monetaria únicamente si no afecta la relación de coaching". El coach de respetar el derecho del cliente a finalizar el proceso de coaching y aconsejarle que busque servicios de otros profesionales cuando sea necesario. Y, según la norma, el profesional no puede involucrarse "sexualmente con ninguno de sus clientes ni patrocinadores".
En la ICF, cuando hay dudas sobre las actuaciones de los coaches, es posible solicitar pedidos de revisión. Cuando el tema es más grave escala a la asociación madre.