Chispa y organización, dos claves del éxito empresario
La pandemia-cuarentena les genera a quienes trabajan en las empresas desafíos de todo tipo. No digo a las empresas, sino a los seres humanos que las hacen funcionar. A los dueños, a los gerentes y a los obreros y empleados calificados y no calificados. El "espíritu empresario" es fundamental para hacer frente a los múltiples desafíos, pero la organización también es muy importante. Una empresa no puede funcionar donde todos son super creativos, pero tampoco donde ninguno lo es.
Al respecto conversé con el francés André Maurois (1885-1967), cuyo verdadero nombre era Emile Salomon Wilhelm Herzog. Estudió en el Liceo Corneille de Ruán. Hombre de letras, es autor de numerosas biografías, entre las que se destacan las de Lord Byron, Víctor Hugo, George Sand y Voltaire. Pero conversé con él por el testimonio incluido en sus Memorias, referido a la experiencia que vivió en la empresa que tenía su familia.
-En su formación, usted destaca a Emile Auguste Chartier.
-Alias "Alain", Chartier fue mi inolvidable profesor de filosofía. Al terminar mis estudios textualmente me dijo: "Hay grandes peligros para usted. Tiene usted una facilidad tremenda. Temo que escriba antes de estar maduro para escribir. Siendo profesor, no verá casi el mundo que, como novelista, tendría el deber de recrear. Demasiado joven, los pequeños cenáculos literarios lo acogerán. No es así como comenzaron Balzac o Dickens. ¿No es su padre industrial? Me gustaría que entrara en su fábrica. Ahí observará hombres trabajando".
-¿Qué hizo usted?
-Le hice caso, de lo cual no estoy para nada arrepentido. La empresa se dedicaba a la fabricación de telas de lana. Me sorprendía, me turbaba a veces, lo bajo de los salarios. ¿Qué podemos hacer?, preguntó mi padre, cuando le hablé de ello. Apenas ganamos el 3 o el 5% de la venta. ¿No se podría vender un poco más caro? Comprende que los competidores no lo permitirían, me dijo. ¿Y si todos los fabricantes franceses se pusieran de acuerdo para aumentar los salarios? Entonces las casas extranjeras se apoderarían del mercado francés. Se podría protegerlo con los derechos de aduana. Sí, pero hay un límite al que se llegaría enseguida en un país como el nuestro, que necesita exportar. Pero, entonces, ¿qué se puede hacer? Trato de bajar el costo de fabricación mejorando las máquinas y su rendimiento. ¿Has visto el nuevo telar automático? Una sola obrera puede vigilar dos telares. Eso permite pagarle mejor. ¿Pero eso suprime un empleo? Evidentemente.
-¿Qué pasó en 1871?
-Cuando se conoció el balance de la empresa fue preciso admitir que el año había sido desastroso. Los directivos habían hecho cuanto podían. Ni un momento de ocio, ni un gasto innecesario. Pero la moda los traicionaba. Los hermosos tejidos negros, aquellos paños lisos en cuya fabricación eran maestros, se veían cada vez más dejados de lado. Si perdían dinero era porque la cifra de ventas disminuía, en tanto que los gastos seguían iguales.
-¿Y entonces?
-La situación pedía medidas heroicas. Se acordó la creación de un rayado de fantasía, cuya fabricación cierto señor sería encargado de dirigir y de quien yo sería su adjunto, a fin de aprender este oficio nuevo. Como este señor no sabía nada, terminé haciéndome cargo yo. Lo que me faltaba para esta tarea eran conocimientos técnicos. Lo que poseía era método, amor al trabajo y buena voluntad. Antes que nada, necesitaba saber qué quería el público. Me sirvieron los principios generales de las Bellas Artes: lo bello es aquello inteligible sin reflexión. Hice preparar dibujos inteligibles, sencillos, elegantes? ¡y funcionó!
-Lo felicito.
-Le agradezco, pero le aclaro que mi mérito personal no fue grande. La vieja fábrica era un organismo robusto, poderoso, siempre dispuesto a funcionar. Mi tarea se había limitado a exigir un esfuerzo adaptado a los tiempos nuevos, sin el cual mis iniciativas no hubieran resultado suficientes.
-Su testimonio ilustra de manera elocuente la esencial complementariedad entre talento empresario y organización.
-El primero anda a la búsqueda de nuevas oportunidades, porque la realidad es dinámica. Algunos clientes desaparecen, algunos competidores aparecen, la tecnología se modifica, etcétera. Todos son desafíos a los que hay que darles respuesta. Alberto Grimoldi, su compañero de estudios de la UCA, afirma que la empresa que no se reinventa a sí misma termina pereciendo, es decir, que no hay que esperar desafíos externos a la firma para continuar en la cresta de la ola.
-Pero...
-La organización también es fundamental. Las iniciativas se transforman en nuevos productos o procesos, a través de procedimientos. Les mostré mis bocetos a los capataces, los operarios y los vendedores, y ellos supieron qué hacer al respecto.
-Si esto ocurre en circunstancias normales, ahora más.
-Entiendo su punto, pero particularmente en su país, las circunstancias nunca son normales. Claro que ahora se presentan nuevos desafíos. ¿Cómo podría ponerme a producir barbijos, alcohol en gel o sistemas para implementar el teletrabajo, con mi empresa que hasta antes del coronavirus producía libros, arandelas o cortes de cabello? Así razonan los empresarios, quienes aceptan que el Estado les pague parte de sus salarios, si su sector no fue calificado como esencial, pero tratan de pelearla por sus propios medios.
-¿Y la organización?
-Aquí viene. Descubierta la oportunidad de negocios, el empresario se reúne con su gente para ver cómo, con las instalaciones y la mano de obra disponibles, se pueden poner a fabricar algunos de los productos cuya demanda aumentó. Las maquinarias y las habilidades laborales son específicas, pero no totalmente específicas, por lo cual bajo desafíos extraordinarios aparecen adaptaciones que en condiciones normales no se hubieran intentado.
-Su exposición a la realidad fabril también les vendría bien a muchos economistas.
-Para que nadie se ofenda, en vez de dar mi opinión permítame citar lo que Wassily Wassilyovich Leontief decía en sus clases de Harvard. Él criticaba duramente a Charles Wiggins Cobb y a Paul Howard Douglas, quienes en 1928 formularon la primera función agregada de producción. Los criticaba porque decía que antes de ellos, cuando algún economista quería saber cómo funcionaba la economía, visitaba campos y fábricas, mientras que desde entonces consiguen estadísticas de cantidades de trabajo y del capital ocupado, y el PBI resultante, y a partir de una estimación econométrica que hoy se hace en segundos formula recomendaciones de política económica sin salir de su oficina. La excepción, también marcada por Leontief, son los economistas especializados en el sector agropecuario, como Theodore William Schultz y Yair Mundlak.
-Don André, muchas gracias.