El uso de la herramienta ya divide a escépticos y entusiastas; cuáles son los mejores usos que se le puede dar, según una investigación, y ante qué requerimientos falla más
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“Culo”, buscó en el diccionario Sopena ni bien sus padres se lo regalaron cuando era un niño. Ya de grande, en los tempranos 90, lo primero que escribió en el Mosaic, el icónico browser que aceitó la revolución de internet, fue “Pamela Anderson”. Y, por cuestiones que debería hablar con su analista, la semana pasada debutó en el ChatGPT poniendo su nombre y apellido.
ChatGPT es un bot de inteligencia artificial que, como toda tecnología disruptiva, agrieta al público. Los escépticos dicen que es Google con esteroides, un “loro aleatorio”, como socarronamente dijo la experta en lingüística computacional Emily Bender, en un provocador artículo. Los entusiastas hablan de un cambio radical en la forma en la que interactuaremos con la realidad. “Me siento como en 1993, cuando entré por primera vez a internet”, dice Gustavo Ventura, el prestigioso economista argentino, profesor en la Universidad del Estado de Arizona. “ChatGPT es una herramienta desarrollada para imitar la capacidad comunicativa de los humanos. Su prioridad no es ser un sabelotodo, sino, más bien, construir oraciones, párrafos y textos como si fuera un humano. Y eso lo hace muy bien”, opina Fredi Vivas, autor del recomendable libro Como piensan las máquinas.
¿Y qué promete ChatGPT para los economistas? Hace unos días, Anton Korinek, de la Universidad de Virginia, se propuso una noble tarea, entre ciclópea y quijotesca, prematuramente condenada a una obsolescencia inmediata. Escribió un artículo –que batió récords de accesos en el sitio del National Bureau of Economic Research–, en el cual describe 25 actividades de la investigación y la enseñanza de la economía que tienen grandes chances de ser beneficiadas por el uso de ChatGPT.
Señala Korinek que lo primero que llama la atención de ChatGPT es la coexistencia de errores garrafales con aciertos asombrosos. Por ejemplo, inquirido acerca del autor de esta nota, el ChatGPT dice, alternativamente, que fue ministro de Economía, empleado de Oracle o de IBM, autor de libros inexistentes, ganador del Premio Nacional de Literatura, o que nació tres años antes de la fecha correcta, entre otras “alucinaciones”, término que se usa en la jerga para denotar estos dislates. Por otro lado, ante la instrucción “escribí una carta dirigida al decano de la facultad de ciencias económicas apoyando la designación de Juan Gómez como profesor emérito”, ChatGPT produce una nota profesional, que puede ser enviada casi sin la revisión de un humano.
Pero lo que sorprende de las primeras experiencias con ChatGPT no es tanto esta convivencia de yerros y aciertos, sino lo rápido que uno mismo aprende acerca de dóonde están las ventajas y las desventajas. “Está mal, pero no esta tan mal”, diría el popular conductor Guido Kaczka, sobre estas interacciones iniciáticas con el bot.
En esta línea, Korinek sugiere que el ChatGPT es particularmente útil en “microtareas”, como reformatear datos, generar gráficos y tablas, y producir, resumir o corregir textos simples. Es decir, tareas con las que el ChatGPT se siente cómodo y en las que es fácil detectar sus errores e interactuar con él para remediarlas. ChatGPT puede escribir código computacional sencillo (“escribime un programa en Python que genere 20 números de la sucesión de Fibonacci y mostrame los resultados en un gráfico”), es capaz de resumir textos, proponer tuits inteligentes que reflejen el contenido de un artículo y sugerir títulos ocurrentes para una nota.
En términos de investigación, Korinek señala que ChatGPT es muy útil en la etapa de generar ideas disparadoras (“sugerime diez razones por las cuales se debería esperar que la inteligencia artificial aumente la desigualdad”). O responder dudas técnicas. “ChatGPT me acaba de solucionar una duda de LaTeX que no pude resolver googleando. Definitivamente estamos ante un game changer”, dijo el economista Martín Trombetta en las redes sociales.
Entre las limitaciones, Korinek sugiere que ChatGPT es malo (cuando no peligroso) para buscar literatura preexistente, en donde la tendencia a “alucinar” (cuando no a inventar trabajos inexistentes en la literatura) es inaceptable.
Korinek propone una taxonomía de tareas en donde ChatGPT puede tener un impacto considerable en la investigación: generación de ideas, escritura, investigación previa, programación, análisis de datos y manipulación matemática.
Según Korinek, ChatGPT funciona muy bien en la escritura de base (corregir, resumir y editar textos, generar títulos o tuits, etcétera), en disparar ideas, extraer datos de textos, reformatear información y hacer análisis cuantitativos simples. Todavía se encuentra en una etapa experimental en cuanto a evaluar ideas, explicar conceptos o código computacional, clasificar texto o construir modelos simples. Y, por último, funciona aún muy mal para buscar literatura relevante, manejar deducciones matemáticas o explicar modelos, aun los más simples.
ChatGPT puede revolucionar la práctica docente en economía. Los exámenes del tipo “composición tema la vaca” recibirán una merecida estocada final con esta tecnología. Resulta interesante observar la reacción de ChatGPT ante exámenes técnicos, que involucran alguna manipulación matemática, como los que abundan en la disciplina. En un experimento implementado para esta nota, ante un ejercicio de esta naturaleza, ChatGPT arranca bien, comete algunos deslices algebraicos y llega a una conclusión razonable. “Ah, ¡como cualquier alumno decente!”, acotó un colega.
De manera interesante, ChatGPT es cauto y ecuánime cuando es puesto a opinar sobre política económica. Inquirido acerca de cómo terminar con la inflación en la Argentina, propone medidas que excitarían y espantarían a Javier Milei y a Sergio Massa por igual (desde eliminar el déficit fiscal hasta controlar precios, pasando por dolarizar o establecer un sistema de metas de inflación). Es importante aclarar que, en sus versiones actuales, ChatGPT no accede a internet, sino que se alimenta de una monumental base de datos disponible hasta 2021, para beneplácito de los simpatizantes franceses, que todavía sienten cierto alivio cuando buscan “quién es el actual campeón del mundo”. O, seriamente, complica el análisis geopolítico en relación a los eventos de Rusia y Ucrania.
Korinek concluye que los economistas deberían adoptar una actitud “Ricardiana”, en el sentido de confiarle a ChatGPT aquello para lo que tiene ventaja comparativa: la generación de contenidos. Y, en forma acorde, dejar a los humanos las tareas de evaluarlos.
Y, ahora, es el momento de sacarnos la careta. ¿Qué porcentaje de esta nota fue escrita por ChatGPT? Como diría Bob Dylan, preferimos que la respuesta quede soplando en el viento. O, tal vez, el lector debería llevarle esta preocupación al mismísimo ChatGPT. Y, de paso, preguntarle si, en relación a estas cuestiones no es cierto que lo de “Ricardiana” del párrafo anterior remite tanto a David como a Fort.
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