Camuflaje ideológico: intentar defender ideas contrarias a las propias, una forma de medir si “la ves”
Quienes participan de debates en redes sociales no suelen apreciar las razones de quienes tienen posturas políticas opuestas; las claves y la utilidad de un experimento que llevó a un grupo de personas a defender ideas que no eran las propias
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“¿Quién necesita a los políticos cuando podemos pensar por nuestra propia cuenta?” Esta pregunta anticasta no surgió en la Argentina de Javier Milei, sino que proviene de una canción de 2013 (Take Control) de una banda británica de reggae (By The Rivers). La letra representaba fielmente la mezcla de bronca y decepción que muchos ingleses tenían, y todavía tienen, con su sistema de representación. La canción demandaba mayor participación de parte de la ciudadanía en la toma de decisiones. Poco tiempo después les iba a llegar la oportunidad de salir a la cancha y participar masivamente de una decisión importante: continuar o no en la Unión Europea. Sabemos el final de la historia. El plebiscito del Brexit demostró contundentemente que el voto mayoritario puede dar lugar a decisiones desastrosas.
Sin embargo, para ser justos con los británicos, no queda tan en claro que hayan podido pensar por sus propios medios durante el referéndum de 2016. Se sabe que esa campaña estuvo ensuciada sobre la base de desinformación, noticias falsas y ejércitos de trolls y bots que polarizaron la discusión.
Expuestas a niveles muy altos de toxicidad en redes sociales, las conversaciones políticas dejaron de ser tales y se convirtieron en un hervidero de agresión, insultos y degradaciones. En ese contexto, resulta imposible analizar fríamente la evidencia y contemplar argumentos a favor y en contra de cada decisión. O sea, resulta imposible pensar.
Justamente, las personas que participan de debates en redes sociales no suelen apreciar las razones de quienes tienen posturas políticas opuestas. Siguiendo el vocabulario de las chicanas contemporáneas en X: “No la ven”. La mayoría de estos debates terminan en lugares poco productivos, porque interpretamos el desacuerdo como falta de moral o inteligencia de parte de nuestros oponentes. Pero la realidad es mucho más compleja y el problema de “no verla” trasciende la coyuntura y las grietas locales.
De hecho, en 2011 se dio un debate entre economistas estadounidenses sobre qué tan hábiles eran los demócratas y republicanos en comprender argumentos del otro partido político. Paul Krugman sostenía que la derecha era incapaz de entender a la izquierda, pero Bryan Caplan, un economista libertario anarco-capitalista, estaba en desacuerdo. Para ver quién tenía razón, Caplan propuso un experimento para determinar si la gente de derecha conocía los argumentos de la izquierda y viceversa. Sin darse cuenta, diseñó un instrumento de medición para decidir si alguien “la ve” o “no la ve”.
El experimento
Ese experimento se basa en la vieja idea del Test de Turing de la computación. Se dice que una inteligencia artificial pasa dicho test si logra producir una conversación idéntica a la que produciría un ser humano. Tomando prestada la idea de camuflarse, Caplan propuso un Test de Turing Ideológico. Para superar esa prueba, una persona debe producir argumentos que sean indistinguibles a los producidos por un oponente político. Por ejemplo, si un kirchnerista pudiese dar argumentos a favor de la privatización de Aerolíneas Argentinas que fueran igual de sólidos, ante los ojos de un libertario, que los producidos por otro libertario, entonces diríamos que esa persona logró camuflarse exitosamente. Pasar el Test de Turing Ideológico implica tener la habilidad de generar argumentos con los que uno está en desacuerdo y que estos estén muy bien formulados, de modo que sean persuasivos para sus oponentes políticos.
Por años, esta idea quedó en el plano teórico hasta que, hace unos meses, investigadores de la Universidad de Sheffield en Inglaterra decidieron hacer el experimento. En el trabajo usaron temas diversos, como la desconfianza en las vacunas de Covid-19, el veganismo y el Brexit.
Les pidieron a 600 personas que produjeran argumentos a favor y en contra de cada uno de estos temas. Luego, otro grupo independiente evaluó la calidad de los argumentos. Con esta información pudieron determinar quiénes lograron producir argumentos en contra de su propia opinión que fueran igual de sólidos que los producidos por sus oponentes.
Prueba superada (por la mitad)
Encontraron que aproximadamente la mitad de las personas logró superar esta prueba. “En todos los temas estudiados, ambos lados del debate eran igual de malos en ponerse en el lugar del otro”, comenta Lotty Brand, autora principal del estudio. Pero quienes sí lograron pasar esa prueba parecen poseer características que son deseables en un debate democrático civilizado. “Era menos probable que vieran a sus oponentes como ignorantes, inmorales o irracionales”, explica.
También lograron ver que la habilidad de camuflarse ideológicamente no parece tener que ver con una característica individual, como lo puede ser un aspecto de la personalidad. Algunas personas son mejores que otras, pero no parece ser un atributo demasiado rígido. “Pasar el test está relacionado con estar expuestos a argumentos de ambos lados del debate”, completa la doctora Brand. El hallazgo es esperanzador y nos dice que probablemente podamos entrenar esta habilidad. “Es imprescindible que en los debates no solamente expresemos nuestras posturas, sino también nuestros argumentos”, dice Tom Stafford, coautor del trabajo. De esta manera, si compartimos nuestras razones, “personas con visiones distintas del mundo podrían quizás entenderse y hasta respetarse mutuamente”.
¿Por qué necesitamos más gente que “la vea”? ¿Para qué sirve formular bien las ideas con las que uno está en desacuerdo? Se podría pensar que esto es útil para construir una democracia más saludable, lo cual debería ser incentivo suficiente, pero la realidad es que también existen motivos menos altruistas.
Cuando uno quiere convencer a otra persona de sus ideas, resulta poco eficiente discutir con una mala versión de su oponente. Al contrario, lo único que se puede conseguir en ese contexto es que quienes piensan distinto refuercen esa postura preexistente. Incluso si uno no tuviera el más mínimo respeto por las ideas ajenas, resulta clave poder entenderlas, expresarlas y comunicarlas, porque es la única manera de cambiarlas.
Poder ponerse en el lugar de quien vota candidatos o sostiene ideas que a uno le parecen aberrantes es el primer paso para poder construir instrumentos de persuasión legítimos en el campo deliberativo. Para poder cambiar una idea, es necesario antes poder verla.
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