Doña Nocenta Turra de Pisetta llega a nuestro país como la joven esposa de un viudo 40 años mayor que ella, don Carlos Pisetta, inmigrante también, pionero de la vitivinicultura y uno de los bodegueros más prominentes de La Rioja.
Corría 1930 y don Carlos, de 65 años, viaja a Trento, Italia, en busca de nueva esposa. Joven y bella. Nocenta se deja cautivar por este importante señor. Oriunda de un hogar humilde, campesina y de fuerte personalidad, entiende que debe enfrentar grandes cambios en su vida.
Pronto inicia su propio crecimiento intelectual y cultural, desafiando la distancia y el aislamiento del medio donde vive. Inicia lazos de comunicación con importantes personalidades del mundo, quienes responden a su solicitud a través de cartas y banderines de cada sitio. Nocenta se convierte en ferviente coleccionista y crea un álbum testimonial.
Su deseo de ser madre se concreta al quinto año de matrimonio. Tras largas promesas y oraciones, Dios le concede la gracia del hijo y Carlitos Pisetta viene al mundo en Nochebuena. En agradecimiento promete entregar en cada Navidad un gran pesebre al niño Dios, alcanzando estos una fama inusitada entre 1930-1940. Mientras tanto, el destino le deparaba una amarga sorpresa. Su hijo fallece trágicamente a los 31 años.
Este hecho luctuoso de proporciones inmensurables, más la viudez y el ocaso de una vida fastuosa, despiertan en ella a una nueva mujer. Para no morir, se reinventa y nace la artista plástica que, con el tiempo, descollaría con su obra amasada en arcilla, dando pruebas de su capacidad de resiliencia y auto-superación.
Autodidacta, comienza una dura tarea, la de desarrollar el arte en arcilla. Para ello debía perfeccionar el dibujo, luego el modelaje y, finalmente, el manejo del fuego en horno a 600 grados de temperatura. En su mente inquieta un proyecto pretencioso se abre camino, el de construir un pesebre de imponentes dimensiones. Era necesario disponer de un espacio donde albergar sus piezas y surge la luminosa idea de fundar El Templo del Niño.
Lo lleva a cabo con ayuda de los gobiernos y de la gente. No solo fue un proyecto de grandes dimensiones y grandes pretensiones, sino también de inusual originalidad. Una de las obras más destacadas es La última cena, un despliegue de talento y exquisitez en cada detalle de este magnífico grupo escultórico. Su gran inspiración se manifiesta en una obra única en su género: Jesús sosteniendo el cáliz, impartiendo la bendición a sus doce discípulos.
Junio de 1969. Fecha cumbre de la historia: el hombre llegaba a la Luna y Nocenta quiso estar presente. Decide enviar a los tres astronautas -Armstrong, Aldrin y Collins- tres zapatitos "de la suerte" dedicados a cada uno, hechos en arcilla con una carta de buenos augurios y la leyenda de que la ofrenda les traería suerte en la expedición.
La respuesta no se hizo esperar. Una carta con membrete de la NASA y firmada por el comandante Louis Armstrong la colmó de felicidad. Un gesto más de que doña Nocenta no era una mujer común.