Desde hace algunos años, se ha ido incrementando el interés por parte de la sociedad acerca de la manera en que se producen los alimentos, y de su inocuidad. El estilo de vida moderno que llevamos la mayoría, nos ha colocado en un escenario en el cual no es visible el proceso productivo de los alimentos. Nos acostumbramos a ir a la góndola y servirnos, según nuestros gustos y apetencias.
¿Qué hay detrás de un paquete de fideos, de galletitas, o de una lata de cerveza? Algunos más que otros, sabemos que la gran mayoría de los alimentos que consumimos son producidos en el campo. Del campo pasa a la industria, de ahí a la distribución minorista, y por último llega al consumidor. En este proceso ocurren una gran cantidad de pasos. Tomando por caso al pan, primero se debe haber producido la semilla de trigo, que luego será sembrada, y con esa producción de granos, se hará harina, y con esa harina finalmente, procesar panificados.
Mas allá de la complejidad de las cadenas de producción, el eje de muchos de los cuestionamientos que hoy existen es, ¿cómo se producen estos alimentos? Dentro de esa simple pregunta existen muchos interrogantes emergentes.
Como se sabe, en las últimas décadas se ha producido un proceso de agriculturización que se ha caracterizado por un marcado incremento en el área sembrada de cultivos, que, sumado al aporte de insumos externos, ha generado importantes incrementos de los niveles totales de producción de granos, destinados a la alimentación humana y animal.
Además de los grandes beneficios que este proceso generó en nuestro país, también tuvo (y tiene), impactos negativos en el medio ambiente, y ha modificado el paisaje (en mayor o menor medida, dependiendo de la zona del país que observemos). De todos modos, es importante destacar que cualquier actividad humana, genera impacto ambiental, y modifica el paisaje. El gran desafío es entender cuáles son esos impactos y como se producen, y en base a ese entendimiento, poder manejar los procesos y las consecuencias de nuestras actividades.
Ya hemos visto como el sector agropecuario en nuestro país cambió drásticamente la manera de producir, pasando de la labranza convencional, a la labranza cero, o siembra directa. Eso sucedió como respuesta a un evidente deterioro de los suelos. Eso es un ejemplo de cómo, entendiendo los procesos y sus consecuencias, se puede realizar un diagnóstico, hacer una autocrítica, y generar un cambio. Con la adopción de nuevas prácticas agronómicas, integrando otras ya existentes, y apoyándonos en los avances tecnológicos, debemos poder promover los cambios que necesitamos.
Actualmente, hay consenso en que se deben ajustar y mejorar muchas de las prácticas actualmente utilizadas en los sistemas de producción agrícola. Hay procesos de degradación del suelo, pérdida de hábitats y contaminación que deben ser detenidos.
Mucho de esto ya está en marcha. Hay suficiente información que muestra que debemos poner esfuerzos en disminuir el impacto ambiental. Pero, es más desafiante aún, hablar de disminuir el impacto ambiental, manteniendo, o incluso incrementando la productividad.
En la producción agrícola, como en toda empresa, la actividad tiene que ser rentable. No obstante, la rentabilidad no debe obtenerse a cualquier costo. El análisis de la actividad no tiene que basarse solo en los rendimientos, costos y precios. Se requiere de un cambio de paradigma en donde la planificación y revisión de las actividades deben considerar además los aspectos ambientales y sociales. Es por ello que cuando se decide utilizar agroquímicos, estos deben aplicarse de forma segura y responsable, ajustándose a las buenas prácticas de uso y a las legislaciones vigentes en el orden nacional, provincial y municipal.
En su libro Los desafíos de la agricultura argentina, Fernando Andrade (recientemente premiado con el Premio Houssay a la investigación de manos del presidente Alberto Fernández), nos invita a incorporar una mirada holística sobre los sistemas de producción.
Basando la intensificación productiva en procesos y conocimientos, y no sólo en insumos, buscando ser cada vez más eficientes en el uso de los recursos, y contemplando los balances de nutrientes en el suelo, propone que es posible desacoplar el impacto ambiental de la productividad. Ese parece ser el camino sobre el cual muchos ya comenzaron a andar, y otros debemos comenzar a hacerlo... sobre esos pasos iremos observando las situaciones concretas, corrigiendo errores, pensando entre todos.
En común
En la Chacra Experimental de Miramar, una de las 14 chacras que tiene el Ministerio de Desarrollo Agrario en la provincia de Buenos Aires, nos hemos propuesto aceptar el desafío. Desde hace algo más de un año, empezamos a conversar entre varias instituciones, acerca de la importancia y necesidad de generar un espacio experimental en el que se trabaje sobre la temática planteada.
Así es que, junto con la Asociación cooperadora de la Chacra Experimental Miramar, el INTA Balcarce, la Facultad de Ciencias Agrarias de la Universidad Nacional de Mar del Plata, la Facultad de Ciencias Agrarias de la Universidad Nacional del Centro, Aapresid y CREA, se está trabajando en un proyecto de mediano plazo en el que estamos comparando una rotación agrícola bajo tres lógicas distintas de manejo (representando distintos perfiles de productores), en donde se va a contrastar la intensidad de uso de tecnologías de insumos, de procesos, conocimientos y tecnologías.
Dicho de otra manera, estamos contrastando "cómo" producir. Las evaluaciones se realizan a través de indicadores productivos, socioeconómicos y de impacto ambiental. Las técnicas y estrategias utilizadas en el experimento, son analizadas en función de los aportes que realizan para alcanzar los objetivos de desarrollo sostenible.
Los objetivos específicos que perseguimos son: 1) desarrollar/promover prácticas agronómicas que minimicen el impacto ambiental manteniendo y/o incrementando la productividad, 2) generar opciones de manejo dirigidas a sistemas agrícolas periurbanos, simulando sus condiciones reales, y 3) generar un espacio de intercambio técnico, formación, capacitación para organizaciones sociales, instituciones educativas, municipios y la sociedad en general, a través de visitas, jornadas, pasantías, becas, etc.
Este proyecto de investigación, además de los objetivos anteriormente descriptos, tiene como finalidad generar un espacio de trabajo interinstitucional, en el que se destaque la articulación y coordinación de las capacidades técnicas, científicas, tecnológicas y económicas complementarias que cada participante propone. Diferentes instituciones, diferentes visiones, diferentes fortalezas. Impulsar proyectos con un abordaje amplio, que sean analizados desde múltiples enfoques, generando debate interno y favoreciendo el intercambio, permite lograr un mayor impacto productivo, social y/o ambiental. Asimismo, se convierte en un recurso clave para el desarrollo territorial y el diseño o aplicación de políticas públicas. Por otro lado, siendo conscientes del contexto en el que nos desempeñamos, es nuestro deber optimizar la utilización de los recursos.
Las instituciones anteriormente nombradas, junto con las empresas Corteva y Bayer, están cofinanciando el proyecto, constituyendo un claro ejemplo de la tan necesaria articulación público-privada. Esta se constituye como una estrategia de innovación que implica la búsqueda de complementariedad y de optimización de recursos y capacidades. A través de esta articulación somos capaces de analizar desde múltiples perspectivas un determinado problema, profundizar el análisis en una realidad concreta y tener un entendimiento más integro de un proceso.
Las capacidades de innovación y colaboración, pueden brindarnos las soluciones necesarias para satisfacer las futuras demandas de alimentos, aprovechar la oportunidad que tiene Argentina para promover el desarrollo equitativo de los territorios y, paralelamente, reducir el impacto ambiental. Tenemos la ambición de que este proyecto público-privado en el que nos hemos embarcado, sirva precisamente para brindar parte de estas soluciones, al menos para la zona en la cual estamos desarrollando la experiencia.
El sector agropecuario tiene el enorme desafío y responsabilidad de satisfacer las necesidades del presente, sin comprometer las capacidades de las generaciones futuras, buscando el equilibrio entre el crecimiento económico, el cuidado del medio ambiente y el bienestar social. Es nuestro deber unir nuestros esfuerzos para lograr estos objetivos.
El autor es ingeniero agrónomo
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