Gustavo Salvini nació en el barrio de Mataderos y gracias a la constancia y dedicación por su trabajo pudo comprar un campo de 540 hectáreas a finales de los ‘90
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Sonríe. Es la felicidad que lo invade por poder estar ahí, en lo que él llama el mundial de la ganadería. Son las 18:45 del martes 24 de mayo y del fondo del pabellón amarillo de la Rural sale Gustavo Salvini, un productor de 81 años que desde su niñez luchó para cumplir su sueño: tener su propio campo. Para lograrlo vendió turrones en la calle, remendó zapatos e incursionó en un negocio, hasta que la constancia y el esfuerzo le permitieron poner una distribuidora de calzado en el barrio de Mataderos, donde nació en 1940. En 1997, y fruto de su esfuerzo, pudo comprar las primeras 540 hectáreas donde empezó a armar un rodeo de vacas, por el que recibió varios premios a nivel nacional.
En la Rural predio ferial de Palermo decenas de cabañeros de la raza Angus festejan el centenario de la fundación en la Argentina. Entre ellos está Gustavo, un criador apasionado, quien a los 60 años pudo desarrollar el sueño que anhelaba con sus nueve hermanos cuando eran chicos, mientras trabajaban para llevar el pan a la mesa. Del fondo del box de su cabaña La Angelita, y en medio del ruido ensordecedor de la música, aparece con una sonrisa dibujada en el rostro junto a su esposa Norma, para sacarse las fotos de rigor y más tarde hablar con LA NACION.
En el cuello lleva un pañuelo azul con un pasador, un objeto antiguo que cierra la prenda y que hace juego con su vestimenta casual. Es su único touch campero. Gustavo, un hincha apasionado de Nueva Chicago, es de los pocos asistentes que llevan una gorra y que, a simple vista, lo diferencia del resto: se camufla entre tantos otros empresarios ganaderos que aguardan su turno para ingresar al cóctel de inauguración de la exposición de este año. Está feliz, dice, porque en su debut de esta edición La Angelita ganó tres premios importantes, una hazaña que le toma décadas a los criaderos históricos.
“Es tocar el cielo con las manos. Hay cabañas de 100 años que comenzaron con el surgimiento de la raza y es un orgullo que hoy me toque a mí”, asegura. El hombre comenzó el emprendimiento ganadero con vacas generales, y con el tiempo, gracias al impulso de un remate en Palermo pudo comprar un lote de 11 ejemplares con un crédito bancario: ese fue el comienzo del Puro Controlado de Pedegree. “A partir de entonces empezamos a venir a la exposición, en la que competíamos con cabañas de muchos años y arraigo, porque había gente que sabía mucho más que nosotros, que prácticamente hacíamos nuestras primeras presentaciones. Fuimos mejorando, aprendiendo e incorporando genética. Si metés buenos toros y buena genética vas haciendo un rodeo. Armar un rodeo cuesta entre 10 y 15 años. No es fácil”, explica.
En 2021, La Angelita -que debe su nombre a la madre de los nueve hermanos- también tuvo una excelente actuación en Tandil. En ese entonces salieron “campeones en tríos”, una competencia en la que participan estancieros con tres animales que tengan las mismas características. Después, entre todas las cabañas, cada uno compite con una de su propia terna, de donde sale “el mejor ejemplar individual”, que también ganó. “Este año decidimos venir al centenario, porque esto es histórico, esto es como el mundial del Angus. Venía con expectativas, pero no tantas”, contextualiza. Horas antes, en el transcurso del día La Angelita se quedó con los premios “Mejor Ternera, “Reservado Ternera Mayor (en lotes)” y obtuvo el segundo premio “Lote Ternera Intermedia”. “Esto es tocar el cielo con las manos, porque somos una cabaña nueva, competimos con otras que tienen como mínimo 80 años. Competir es muy difícil, y sobre todo al venir desde abajo como nosotros y poder seguir creciendo. Pero, sin prisa y sin pausa, lo vamos a lograr”, relata.
El nacimiento de un sueño como vendedor de turrones
Gustavo maneja muy bien la jerga del agro, pese a que no se crio en un ambiente propiamente campero. Lo ayudan apenas unos recuerdos que atesora de su infancia en el barrio de Mataderos, donde era uno de los “embretadores”, y las ganas de salir adelante. A pesar de su edad, se toma el tiempo para seguir con su otra pasión: los zapatos. Su distribuidora homónima le garantizó poder hacerse de un crédito bancario a finales de los ‘90, para adquirir la tierra donde ahora está asentada La Angelita.
“Siempre me gustó el campo porque desde chico trabajé en mataderos, arreaba las tropas en el ferrocarril en el mercado de hacienda. Nosotros no teníamos los medios. Somos una familia numerosa, muy humilde. Nos decían que comprar un campo era imposible”, expresa. La sonrisa de felicidad se le dibuja en un costado del rostro porque sabe que la vida le dio la revancha que se merecía. Fue él mismo quien trazó los proyectos que quería en su vida junto a su deseo de crecer y superarse, pero también reconoce que “la Argentina es un país bendito”, donde con esfuerzo, pasión y dedicación se pueden alcanzar los objetivos.
Para llegar hasta acá transitó un largo camino del que solo sus seres queridos fueron testigos. Sus primeros pasos como “emprendedor” los dio cuando era solo un preadolescente, después de que su papá -un motorman que ganaba 500 pesos por mes- le pidiera una mano con el trabajo. En ese momento lo escuchó decir que en Liniers había un mayorista que vendía turrones y le preguntó si se animaba a vender por las casas y en la calle. Con parte del sueldo de la familia pudieron comprar cuatro cajas de 50 que le cambiaron la perspectiva de vida. Todas las mañanas comenzaba el recorrido en el Hospital de Ezeiza, le seguían la General Paz, Timoteo Gordillo, en Rivadavia y Tellier, de donde salía el colectivo de la línea 86. “Hasta que no vendía toda la caja no me iba a mi casa y me llevaba entre 40 y 50 pesos todos los días. Así fuimos peleando ese momento tan duro de la pobreza. Éramos pobres con alegría, aparte, tuvimos una buena formación”, añade. Él y sus hermanos tuvieron la suerte de ser criados por varias mujeres que él llama “sus tres madres”, y que influyeron positivamente en su vida.
A los 15 años encontró trabajo en una fábrica, donde aprendió el oficio de la compostura de calzado, que más tarde lo ayudó a labrar su camino. Su agilidad para los negocios le permitieron seguir en el rubro; en los primeros 20 años remendó zapatos hasta que se puso la Distribuidora, donde aún venden ojotas, zapatillas y botas de goma al por mayor. “Acá pasé de ganar $1000 por mes a $1000 por día en los años ‘80 en este bendito país. Entre 1981 y 1983 había muy buenas ventas y me pude comprar el local que hoy tengo”, añade.
En 1997 y gracias al impulso económico que tuvo, su cabeza hizo un clic para desembarcar en un rubro desconocido. “Me dije ‘este es el momento’. Ahí me tiré a la pileta y pude comprar las 540 hectáreas en Cañuelas. De a poco empecé a armar la cabaña con un yerno que me hizo la segunda. Empezamos a plantar árboles, hicimos corrales, molinos y tanques de agua. Armamos una dinámica que nos tomó entre 6 y 7 años. Le dimos un porcentaje de importancia a las vacas Puro de Pedigree, pero más a la estructura del campo”, relata. Los animales de Pedigree son controlados, en este caso, por la Asociación de Angus, donde les llevan el registro genealógico. “Esto es una pasión, porque te vas a la cama pensando en qué darle a la vaca, y pensás en el ternero que va a nacer. Es como una droga”, compara.
Hoy, La Angelita tiene alrededor de 500 animales; de estos hay 200 vacas Puro Controlada, alrededor de 100 planteneras de Pedigree de primera línea y cerca de 200 vacas de segunda línea. “Estamos muy felices. Por ejemplo, sacar un premio acá es como el pintor que hace un cuadro y gana un concurso. Para nosotros es así, tenemos pasión por esto”, suma el empresario que cada vez suma más proyectos a su vida, como “un pibe de 40″. “Tengo problemas de salud, pero no me importa porque no sé hasta cuándo voy a vivir, pero hasta el último día de mi vida quiero hacerlo con proyectos, sino la vida no tiene sentido. No me gusta ir a matar hormigas a una plaza”, remarca. En la estancia también lo ayudan dos nietos, un yerno y cuatro empleados a los que cobija como si fueran sus hijos.
Dedicarse al rubro agropecuario, muchas veces, puede resultar una tarea engorrosa para la gente que no es especialista o que nunca estuvo relacionada con el campo. En su caso, relata, aplicó el sentido común, pero también se dejó llevar por la pasión. Para finalizar, y en medio del ruido de la gente, se disculpa una y otra vez por hablar de él y sus proyectos. “Yo hablo con alegría y no con vanidad, porque lo que hicimos es muy lindo. Cuando compramos el campo no había nada. Era un campo pelado y lo mejoramos en muchos aspectos. Hoy estamos poniendo otra planta embrionaria, que hace años está impuesto, pero es lo que te ayuda a crecer. Vamos de a poquito, estamos felices”, expresa con fervor.
Los años y la sabiduría lo validan para reflexionar brevemente sobre el contexto económico y social que atraviesa la Argentina, y que repercute fuertemente en el sector agropecuario. “No hay que perder la alegría. Me da lástima que no nos ordenemos, porque los grandes países del mundo como Alemania, Francia o Canadá tienen un orden que nosotros no. El día que lo hagamos vamos a mejorar mucho porque tenemos mucha pobreza. ¡Somos un vivero de pobres! Hay que ordenarnos. Los dirigentes tienen que dedicarse a ordenar y dirigir, no a comentar lo malo que hizo el otro, eso se lo dejamos a los que opinan”, sintetiza antes de camuflarse, otra vez, entre sus amigos camperos.
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