Con foco en destacar el aporte positivo que puede hacer la actividad en materia de captura de carbono, en la Sociedad Rural Argentina (SRA) están desarrollando un protocolo y una certificación propia
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“La acusación que se le impuso a la ganadería como actividad contaminante por la producción de metano entérico es injusta porque se parte de un cálculo que no está bien hecho”, dispara Andrés Costamagna, director de la Sociedad Rural Argentina (SRA), a cargo de la Comisión de Sostenibilidad y Agricultura Familiar.
“En 2006, cuando los países decidieron compararse en producción de gases de efecto invernadero, se usó una metodología que solo consideraba las emisiones y no la captura de carbono que hace, por ejemplo, el sistema suelo-planta-animal”, critica.
Esas mediciones comparaban a la ganadería con las emisiones de los aviones, del transporte terrestre o de la fabricación industrial, y le daban un mismo peso que las actividades más contaminantes. Estas visiones erróneas se derrumbaron con la aparición del covid-19.
“Durante la pandemia se dejaron de utilizar todos los transportes y se vio como se purificaba el ambiente a través de distintos indicadores”, argumenta Costamagna. Ante esa realidad, se pudo constatar que el uso de petróleo es el principal generador de gases de efecto invernadero (GEI), que se sigue usando por ser una fuente barata de energía. “En ese momento, la producción agropecuaria no estaba preparada para la discusión con las demás fuentes de contaminación y no se hicieron las aclaraciones pertinentes”, lamenta Costamagna.
Con el correr del tiempo, los científicos que estudian el clima vieron que las fórmulas teóricas no se ajustaban a lo que sucedía en la atmósfera y eso es lo que hoy está en discusión. Por ejemplo, se admite que la producción de dióxido de carbono proveniente del petróleo, gas o carbón es distinta de la que genera la ganadería. En esta última, el ciclo del carbono comienza con la fijación del elemento desde el aire con una pastura. Luego ese forraje es consumido por la hacienda, que emite metano al ambiente.
El carbono contenido en ese gas es capturado nuevamente por la planta y se cierra el ciclo sin provocar aumentos de la producción de dióxido de carbono. Este ciclo es distinto al del carbono del sector petrolero, que permanentemente emite dióxido de carbono al planeta y no genera casi ninguna captura. Es decir, las actividades tienen distintos balances de carbono en la atmósfera. “Por los supuestos descriptos, es muy probable que en próximos años se cambien las métricas de medición de gases de efecto invernadero usadas hasta hoy”, proyecta el especialista.
Huella de carbono
En los últimos años, las sociedades le han prestado mucha atención a la huella de carbono. Este es un indicador ambiental que refleja la cantidad de gases de efecto invernadero, expresada como CO2 equivalente, que es emitida directa o indirectamente como consecuencia de una actividad determinada.
A juicio de Costamagna, es una metodología que lleva a la confusión. “Se diseñó para medir las emisiones de la industria, no de los sistemas productivos”, diferencia. Tenía como propósito medir, por ejemplo, en cuánto disminuirían las emisiones de una fábrica determinada si se aumentaba significativamente la producción.
En el terreno productivo pierde eficacia como indicador. “Por ejemplo, el cordero neozelandés tiene baja huella de carbono porque se produce con una carga de 15 animales por hectárea. El argentino tiene alta huella porque se produce con una carga de 15 hectáreas por cordero. Sin embargo, el neozelandés tiene alto potencial contaminante por la aplicación de fertilizantes y de otros insumos que no se usan en la Patagonia”, distingue.
Costamagna critica que las mediciones de huella de carbono corren el arco frecuentemente: Europa ya cambió las exigencias tres veces y no se ve una agenda clara y transparente hacia adelante. “Entonces, más que medir únicamente las emisiones de gases de cada actividad unilateralmente con la huella de carbono, es preferible considerar el balance de ese elemento”, desafía.
Con esa mirada, se puede observar que la Argentina tiene capturas y emisiones de carbono en la ganadería pastoril. Las plantas toman el dióxido de carbono del aire y lo fijan en el suelo y en los tejidos vegetales, que neutralizan las emisiones de carbono provenientes de los eructos vacunos. Entonces, el balance de carbono muestra que la captura equilibra las emisiones y se llega al tan buscado carbono cero. Algo similar se puede calcular para maíz con siembra directa. Y algunos sistemas argentinos serían carbono positivos, como los pastoriles de la Patagonia. “Un campo con ovejas captura carbono del aire y podría requerirse algún pago por ser carbono positivo”, propone Costamagna.
Las principales fuentes de captación de carbono en el sector agropecuario son:
- Árboles. Toman dióxido de carbono de atmósfera para crecer y lo almacenan en el fuste y en las raíces.
- Pasturas.
- Todos los sistemas que producen más con menos. Los planteos silvopastoriles podrían ser sistemas carbono positivo; es decir que capturan más carbono del que emiten.
“Si se respetan, a futuro, los compromisos ambientales de carbono cero en 2050 tomados por los países, vamos a un cambio en el paisaje, con algo verde durante todo el año y desarrollo de la silvicultura en zonas donde nunca estuvo: por ejemplo, álamos y eucaliptus en la provincia de Buenos Aires, que generarán industrias locales y sombra para los animales”, adelanta Costamagna. Las petroleras ya avizoran ese potencial paisaje y prueba de ello es que YPF desarrolla 7000 hectáreas de forestación en Neuquén, para alcanzar un balance de carbono positivo a mediano plazo.
Fuentes de emisiones de carbono
Todas las actividades humanas emiten carbono al aire: el hombre al respirar, un tractor al marchar; etc. Las actividades que generan más emisiones son:
- Sector aeronáutico.
- Minería.
- Urbanizaciones (construcción de casas y edificios).
- Transporte terrestre de personas.
- Energía. La más contaminante es la derivada del petróleo. Se debería suplantar por energía solar, eólica, biogás, etc.
- Residuos urbanos.
- Actividades agropecuarias. En la Argentina, la agricultura, ganadería y bosques son responsables de un tercio de las emisiones de carbono. Nuestro país produce el 0,6% de las emisiones globales.
Los principales países emisores de gases de efecto invernadero son: Estados Unidos, la Unión Europea, Japón y Australia, donde cuanto más desarrollo económico exhibe un país, más emisiones produce.
Ganadería y metano
Desde 2006 se viene midiendo la concentración de dióxido de carbono y de otros gases en la atmósfera. Se nota una tendencia creciente pero, en el mismo período, el stock ganadero mundial pasó de 1100 a 990 millones de cabezas, lo que demostraría que el incremento de GEI no sería responsabilidad de la actividad pecuaria. A su vez, hoy cada vaca produce mucho más leche y carne que en 2006, por lo que se produce menos metano en términos relativos.
Las carnes sintéticas y cultivadas tampoco aportaron de manera significativa al balance de carbono y a reducir las emisiones globales de cada país. “Fue gastar mucho dinero en una campaña contra las proteínas animales que no dio los resultados esperados en la actitud de los consumidores. Las acciones de Beyond Meat se derrumbaron porque los compradores no apreciaron un efecto positivo sobre el ambiente”, observa Costamagna.
Mientras el tema se discute, la investigación está ensayando distintos compuestos para mitigar la producción de metano por fermentación entérica. Han sido probados correctores a base de algas, tanino, saponinas y monensina con resultados dispares. El otro camino de mitigación es la selección genética de animales más eficientes, que generen más producto por kilo de alimento. Así, cuanto más producción se logra por cabeza menos emisiones llegan al ambiente.
Certificaciones
Los productores argentinos pueden aprovechar las oportunidades que genera el balance de carbono con certificaciones que permitan compensar las emisiones de petroleras, mineras, de residuos urbanos, etc. para llegar a carbono cero en 2050 como se acordó entre los países.
Hay certificaciones de distintos tipos, a saber:
- Requerimientos de la Unión Europea y de otros mercados para las importaciones. Por ejemplo, para comprar carne, cueros, harina de soja o biodiésel los oferentes deben ser países que no desarrollan procesos de deforestación.
- Normas internacionales como ISO, IRAM y otras. Todas tienen un protocolo que indica cómo medir capturas y emisiones, con un verificador que controla el cálculo y que emite los certificados.
Hay que aclarar que los protocolos van cambiando; en la medida que se alcanza determinado nivel, las certificadoras piden otro superior. En la Sociedad Rural Argentina están desarrollando un protocolo y una certificación propios que tenga reconocimiento internacional. “Es una tarea que requiere mucha inversión y trabajo”, concluye Costamagna.
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