La celebración de los 150 años de la publicación de la primera parte del Martín Fierro constituye una buena ocasión para hacer un alto en el camino y ahondar en aspectos poco frecuentados del poema hernandiano: el mensaje humanístico-trascendente y las cualidades de su protagonista, un rebelde redimido gracias a los valores cristianos incorporados en él ancestralmente.
José Hernández, hombre polifacético, vivió con cosmovisión humanista y multicultural, comprometido con su tiempo y con sus contemporáneos, aun los más humildes. Se expresó en variados discursos de la palabra. Algunos poco conocidos o tal vez olvidados como el discurso político, el discurso ensayístico y el discurso periodístico y también el discurso que, sin dudas, es el que tenemos más presente: el discurso poético.
Las dos partes, El gaucho Martín Fierro y La vuelta de Martín Fierro, constituyen la obra que hoy conocemos como el Martín Fierro. Este poema es paradigmático ya que permitió ver con exactitud la caracterización del gaucho como arquetipo y ser representativo de todo un estamento social en el que se encuentran las bases de nuestro “ethos”, que por tener en su confluencia la cultura cristiana, contiene valores cristianos. En él se da el trasfondo histórico de la evangelización que palpita y proporciona identidad semejante a los pueblos hispanoamericanos.
José Hernández profundiza en la esencia del hombre argentino en la que encuentra la esencia del hombre cristiano, pues entrar en contacto con el poema es asomarse al destino humano. El poema presenta una experiencia de fracaso -con un cantor que la anuncia y un auditorio inmenso que está en la misma situación- y los pasos que invariablemente sigue el hombre que tiene dignidad: primero la subsistencia, aguantando, rebelándose y huyendo; luego la trascendencia, redimiéndose y respondiendo a los valores que le dan sentido a su vida y que son los valores evangélicos. El protagonista es un hombre sencillo que se sabe responsable de sí mismo, de los demás y de su historia y establece una verdadera relación con Dios: ni mítica ni fatalista, sino filial. Dios está siempre presente para ayudarlo a superar las dificultades con sus propias fuerzas y aún con sus debilidades.
El contenido de la obra completa nos ayuda a comprender el movimiento interior del alma que corresponde a la experiencia vital de Martín Fierro y su doble camino: la ida al desierto, el exilio, y la vuelta a su propia tierra y a su propio ser humano con principios y valores cristianos. No quiero decir con esto que a Martín Fierro, el personaje representativo de una clase social a la que le tocó vivir una situación muy difícil, se lo muestre como un verdadero cristiano, ni mucho menos como un ejemplo de buen cristiano, sino que en él hay preceptos cristianos, heredados de España y ancestralmente incorporados a su ser, como para actuar en consecuencia. Es decir, Martín Fierro no es un cristiano practicante pero tiene suficientes fundamentos de fe y de ética católicas como para comprender cuándo obra mal y cuándo obra bien, por qué es delito matar a un hombre, cuál es el valor de la oración, cómo debe invocar a Dios en los peligros, agradecerle por sus favores o tener confianza en su Providencia.
Mas quien manda los pesares/ Manda también el consuelo;/ La luz que baja del Cielo/Alumbra al más encumbrao,/Y hasta el pelo más delgao/Hace su sombra en el suelo. (II, vv. 367-372)
El gaucho Martín Fierro (1872) hasta el año en el que se publicó la primera edición de La vuelta de Martín Fierro (1879) tuvo gran cantidad de ediciones y se difundió muy rápidamente, sobre todo en ranchos y pulperías. Los gauchos lo escuchaban con atención e inmediatamente se identificaban con el personaje.
Hoy recordamos con orgullo esta primera edición de la primera parte del Martín Fierro porque fue el comienzo de una obra original que conlleva valores humanísticos inherentes a nuestra identidad cultural.
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