Santiago Romero Ayala y un grupo de socios crearon durante la pandemia equipos para desinfectar ambientes y superficies; con la llegada de las vacunas se reinventaron con foco en el campo
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Ante la propagación del Covid-19, los paranaenses Santiago Romero Ayala, bioingeniero, y los hermanos Claudio y Fabián Cerrudo, ambos empresarios metalúrgicos, quisieron usar sus conocimientos para desarrollar una herramienta que ayudara a luchar contra el virus que se había llevado la vida de millones de personas. Fue así que en 2020, después de varios meses de trabajo, crearon equipos de luz ultravioleta para eliminar distintos microorganismos, entre ellos el SARS-CoV-2.
Con la ayuda de un crédito de $300.000 que les dio la Municipalidad de Paraná, consiguieron tubos de luz ultravioleta. Su primera venta llegó de la mano de la Cámara de Instituciones de Diagnóstico Médico, que les compró dos equipos para donarlos al Hospital Nacional de Posadas y al Hospital de Agudos Paroissien, de la Matanza. Luego los contactaron desde Jujuy, Santa Fe, Chaco y Misiones.
“Comenzamos a vender en diferentes partes del país y como ya habían decretado la pandemia, fue una locura porque para entregarlos teníamos que atravesar las provincias y todos los controles policiales y de gendarmería que había prácticamente cada 20 kilómetros”, recordó Romero Ayala sobre Lumi, como le pusieron a la empresa.
Sin embargo, con la creación de las vacunas mermó la demanda de equipos de salud. “Como cayeron las ventas tratamos de redefinir y buscar nuevos nichos y apareció el agro como una alternativa”, explicó.
Tras investigar otros mercados, rediseñaron su desarrollo para utilizar la radiación ultravioleta corta (UV-C) para eliminar hongos, enfermedades y plagas en los cultivos de frutilla y así reemplazar el uso de químicos.
“La luz UV-C es la misma luz que irradia el sol. Estamos usando algo que ya existe en la naturaleza, aplicándolo directamente sobre la planta de otra manera. Esto no daña las frutas, no le cambia las propiedades, y se obtiene una fruta que dura mucho más en góndola, sin pesticidas”, detalló Romero Ayala. La aplicación se hace tres veces por semana de noche y solo unos minutos.
Luego, al proyecto se unieron como socios de la firma Fernando Santini, excompañero de la facultad de Romero Alaya que trabajaba como gerente de ventas en una importante empresa de bioingeniería. Llegó a la firma para potenciar la parte de ventas. También se incorporó Salvador Celía, que provenía del polo tecnológico de Paraná. En tanto, los hermanos Cerrudo, si bien siguen aportando al proyecto, no están en el trabajo diario.
A esta tecnología ya la aplicaron en la campaña 2022 de frutilla con dos productores de Coronda, Santa Fe; uno está monitoreado por una experta del INTA. Sumaron un productor en Mar del Plata. En este contexto, además de la frutilla apuntan a migrar hacia el arándano y la vid. “Los tres [productos] son los que más pueden aprovechar esta tecnología porque la luz penetra en toda la fruta y la planta”, comentó.
Recientemente comenzaron a recibir el apoyo de la Fundación Sadosky, que los financia para que expertos en robótica y automatización del Conicet y de la Universidad Nacional del Litoral los ayuden a desarrollar el prototipo robótico de aplicación de luz ultravioleta. Va a estar disponible para la venta el año que viene.
“Para nosotros es un gran apalancamiento y una sinergia de trabajo muy importante porque nos da la posibilidad de trabajar con expertos y con una fundación que promulga la articulación entre el sistema científico-tecnológico”, dijo Ayala; y agregó: “Este robot no solo va a aplicar luz ultravioleta y va a ser independiente de la persona, tenemos un aparato que va a recorrer todo el cultivo y nos va a permitir obtener otros datos. Por ejemplo analizar si le falta algún nutriente y también, con inteligencia artificial, proyectar la producción”.
Ricardo Medel, coordinador del Área de Vinculación Tecnológica de la Fundación, explicó: “Estos proyectos requieren de conocimientos avanzados de computación y robótica que son generados en nuestros centros de investigación, pero además se necesita la experiencia de cómo utilizarlos para desarrollar soluciones que puedan ser efectivamente utilizadas en nuestra industria agropecuaria, algo que la empresa aporta al proyecto”.
“Nuestra convocatoria apuntó a buscar iniciativas como esta, que permite aplicar conocimiento local a soluciones innovadoras para mejorar la productividad de la industria y la salud de la población”, agregó.
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