Al amanecer del 26 de abril de 1829, narra la historiadora Patricia Pasquali, fracasada la gestión en busca de una solución conciliadora, las fuerzas federales de Juan Manuel de Rosas y Estanislao López se enfrentaron a las tropas de Juan Lavalle en el Puente de Márquez, en la provincia de Buenos Aires.
No obstante verse rodeado de cuatro mil cristianos y tres mil indios, el formidable Lavalle no tuvo temor en hacer alto, dos o tres veces, y quitar los frenos a los caballos para que pastasen. Pero la ventaja correspondió a sus enemigos, quienes pudieron arrebatar las caballadas de reserva, asustadas por la gritería de los indios y los tiros de cañón disparados en todas direcciones.
La indecisa acción culminó con la retirada de Rosas y López, el campo seco y sin ganado, y la afirmación de Lavalle de que la batalla había sido “gloriosa para nosotros, aunque sin resultados”.
Cuando el comandante Yúpez, bizarro soldado también improvisador y guitarrista, vio que el gobernador Estanislao López aprestaba a sus dragones santafesinos para entrar en combate, exclamó: “Esto me huele a soga”.
La frase, asegura José María Aubín en el “Anecdotario argentino” (1910), pasó de un campamento a otro y dio origen a una “saladísima broma”. Enviados Domingo Oro y su edecán Yúpez a conferenciar con Juan Lavalle, cierto bullicioso y afamado músico célebre por sus sátiras, tomó la vihuela y comenzó: “López, Rosas y Quiroga/y el fraile San Juan Bautista,/se están perdiendo de vista/porque ya no están en boga, /y aquel cierto olor a soga/les causa serios temores./¡Humilde y glorioso Antonio/rogad por los pecadores!”
Yúpez, sin alterarse, soportó la carcajada general de los presentes. Terminado el barullo, sigue José María Aubín, fue invitado a responder a aquella octava picaresca. Y su respuesta, “más que copla, resultó picante sinapismo”. Primero, unos rasgueos en las cuerdas le dieron el tiempo necesario para pensar; luego, en el mismo tono de cifra usado por su ocasional adversario, cantó: “López, Rosas y Quiroga/y el fraile San Juan Bautista,/se están poniendo a la vista/porque van entrando en boga, /y aquel cierto olor a soga/causa mal a los sicarios./Humilde y divino Antonio: /¡rogad por los unitarios!”
El “retruque” fue muy festejado. En su libro “El arte de los payadores” Ismael Moya explicó que el modismo “olor a soga” se usaba con sentidos diversos. Podía significar dar una suerte de changüí o ventaja, estar “dando largas a las defensas de un vencido” o, también, “oler” una próxima paliza.
Aubín concluye su relato de la anécdota de la siguiente forma: “Los oficiales de Lavalle, porteños en su mayoría y, por lo tanto, dados a la jarana y al buen humor, hicieron víctima de sus bromas al que primero improvisara y que, pensando fumarse al santafesino, resultó graciosamente fumado”.
Ismael Moya sostuvo en su libro que la respuesta dada por Yúpez era una “prueba cabal de que ni el cantor ni los que lo rodeaban, sentían encono alguno ni alentaban propósitos subalternos contra el edecán de Oro”.
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