En la década del cuarenta hizo furor un juego con figuras de plomo que reproducían el mundo rural
En la Navidad del año 1944 apareció en Buenos Aires, en la tradicional juguetería de las hermanas Burlando, de la calle Esmeralda, un pesebre con pequeñas figuras de plomo ahuecado, del tamaño de los ya famosos soldaditos de plomo ingleses. Así se presentaba la firma de juguetes EG Toys, creada por Ezio Guggiari, un emprendedor italiano afincado en la Argentina. Cabe aclarar que hasta principios de la década de 1940 prácticamente no existía una industria nacional del juguete. Los niños argentinos, o mejor dicho los no tan numerosos a quienes sus padres podrían darles tales lujos, se divertían con juguetes importados, en su mayoría traídos de Europa. Pero la Segunda Guerra Mundial provocó el cese de la fabricación e importación de esos productos, y entonces para cubrir el vacío se fue creando una industria local, primero en forma incipiente y después con gran auge, generalmente sobre la base de la copia o imitación de matrices extranjeras.
En 1945 Guggiari presentó las primeras figuras de la Granja de Don Fabián, también en plomo, basada en la Model Farm Series que la firma inglesa William Britain Ltd. manufacturaba desde 1920, compuesta por campesinos, y por caballos, vacas y demás animales de granja, carros y diversos accesorios, trabajados al detalle y pintados minuciosamente con brillantes colores. Para eso contaba con la valiosa colaboración de Natalio Avondoglio, su diseñador y matricero, que a su vez era propietario de otra fábrica de juguetes más pequeña llamada Talin, quien fue creando con gran imaginación y realismo personajes, animales y objetos propios del campo argentino que se fueron sumando a la colección. Y así aparecieron figuras típicas como la pulpería, la pareja bailando gatos o zambas, el malambeador, el tomador de mate, el domador y el resero, el aljibe, el horno de barro, el nido de horneros, el asado y demás temas característicos de nuestro campo. El éxito fue inmediato y la granja creció hasta convertirse en una típica estancia argentina, llegando a tener más de ciento treinta figuras diferentes que a su vez se multiplicaban al ser pintadas de diferentes colores, y pobló las vidrieras de las jugueterías del país y las mesas y los pisos de muchas casas.
La Estancia tuvo su auge y perduró hasta fines de la década de 1950, cuando los gustos ya empezaban a cambiar y Guggiari vendió la firma, que después se cerró. Hasta entonces había agregado otras series como el Zoológico y la Estación de Trenes.
Con los años, la industria juguetera nacional fue desapareciendo y hoy, como antes de la década de 1940, los niños argentinos se divierten con juguetes, en su gran mayoría, importados.
Nuestro homenaje a Ezio Guggiari y Natalio Avondoglio, aquellos románticos creadores que dieron felicidad a tantos chicos y que la siguen dando a los no tan chicos coleccionistas, que ahora rastreamos por ferias domingueras y por recónditos cuchitriles los personajes de esa diminuta y entrañable estancia.
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