Aimé Tschiffely, suizo de nacimiento pero criollo por adopción, que recorrió América junto a Gato y Mancha, descansa finalmente en la estancia El Cardal junto a los pingos; su espíritu pervive en sus escritos y en los gauchos que enfrentan retos con igual entereza
"Al llegar a los desiertos del Perú sentí que me abandonaban mis fuerzas. Repuesto de un desmayo prolongado observé a mis dos bravos compañeros y tuve la sensación de que mi raid había terminado. Apenas tenía fuerzas para levantarme y el Mancha y el Gato, con la cabeza baja, resoplaban ansiando aire, asfixiados en un ambiente de infierno.
"Decidí abandonar una lucha tan despareja con la naturaleza, renunciar al raid y desaparecer, irme a cualquier parte aceptando la razón y los pronósticos de mi fracaso. Pero en esos momentos recordé al doctor Octavio Peró, del que había aceptado una amistad incondicional y al cual había prometido llegar a Nueva York o quedar en el camino, recordé a La Nación , que seguía en sus crónicas la trayectoria de mi raid, comprometiéndose con su apoyo moral y sobreponiéndose a todas las ironías y a las mofas con que acogió mi propósito la mayoría de los periódicos.
"Recordé a Emilio Solanet que me regaló los caballos y que me dijo: "Si usted no afloja, mis criollos llegan". Y con todo este bagaje auspicioso de cariño y con la fuerza que desde Buenos Aires me enviaban mis amigos, sentí como si una voz me dijera: "Seguí, gringo, levantate, gringo". Y seguí, seguí enfermo, como hipnotizado, veía a Nueva York y mis nobles caballos me siguieron."
Las palabras de Aimé Félix Tschiffely, jinete que unió las tres Américas en un recorrido que se prolongó desde abril de 1925 hasta septiembre de 1928, volvieron del pasado el sábado último, cuando sus cenizas abandonaron el cementerio de la Recoleta, para ser depositadas frente a la tumba de sus compañeros de andanzas.
Una procesión de caballos partió de la tranquera de la estancia El Cardal, propiedad de Oscar Solanet, portando las banderas de las naciones por las que atravesó Tschiffely. La reverencia de los girasoles y los rasguidos de una guitarra dieron la bienvenida a los restos de aquel hidalgo.
El paisano que cuidó de Mancha y de Gato hasta su desaparición, Juan Dindart, tuvo el privilegio de custodiar las cenizas de Tschiffely y revivió en el recuerdo las ruedas de mate y los tragos en el boliche del pueblo, que compartió con el hombre que tan alto como tan lejos llevó el prestigio de la raza Criolla. "Nací en esta estancia y trabajé aquí hasta que don Emilio murió. Yo, que fui testigo del afecto que unía a Tschiffely con sus pingos, no puedo contener la emoción en este reencuentro", comentó Dindart, con la voz quebrada.
Casi quinientas personas, entre gauchos de Vidal, Napaleofú, Balcarce, Tandil y Luján, la familia Solanet, descendientes de Violeta Hume (esposa de Tschiffely), vecinos de Ayacucho y porteños participaron de la celebración de una misa. Cuando la bendición de Dios dio por terminada la ceremonia, los restos de Aimé fueron colocados en un monumento ubicado frente a la tumba de Gato y Mancha.
Los informes de viaje que Aimé publicó en La Nación, en La Razón, en Crítica y en revistas como La Estancia y la Chacra, Polo y Equitación y Raza Criolla, su cuchillo y su cámara fotográfica fueron expuestos en el jardín de la casa.
Como a Tschiffely le hubiera gustado, enseguida se organizó un fogón, los payadores hicieron gala del arte de improvisar y el baile unió a los más jóvenes.
Aventuras perennes
Con el ansia de experimentar sensaciones nuevas, aun cuando eso implicara abandonar las comodidades urbanas y lanzarse a la aventura en pagos desconocidos, Tschiffely también se atrevió a cabalgar la Patagonia, a unir el sur de Inglaterra con la región lacustre de Escocia en un viaje a caballo, y a transitar por España en motocicleta. Las impresiones que el atento observador recogió a su paso por las cambiantes geografías fueron inventariadas en varios libros, en los que el jinete dio paso al escritor para incursionar en la senda literaria.
Los cambios de rumbo le permitieron ejercitar la observación y la pluma para afianzarse en ese terreno. Pero más allá de la descripción de paisajes y costumbres, sus escritos constituyen una lección sobre el coraje y el dominio de la voluntad.
La biblioteca de El Cardal conserva íntegra la obra de Tschiffely. Allí, sus libros conviven junto a las seis carpetas que reúnen la correspondencia que envió a Emilio Solanet durante su viaje. "Cuando yo tenía nueve o diez años, mi padre me entregó el material para que empezara a tomar contacto con la aventura de Tschiffely. Desde entonces, supe que ese legado que se depositaba en mis manos, sería un tesoro", comentó Oscar Solanet.
En ese cuarto es posible remontarse al pasado de la mano del registro particular de la cabaña (donde figura el origen patagónico de Mancha y de Gato), del libro "Hipotecnia" y de las cartas enviadas por el noble escocés Cunninghame Graham.
Descanso final
El espíritu andariego de Aimé Tschiffely lo llevó por horizontes alejados de la Argentina, pero la marea de la vida lo condujo de vuelta varias veces para estrechar viejas manos amigas y acariciar a sus pingos en El Cardal. La última vez que los vio fue en 1943. Al año siguiente murió Gato y en 1947, Mancha lanzó el último resoplido.
Pero Aimé siguió nombrándolos y reviviendo sus peripecias en las charlas que brindó a los soldados que participaban en la Segunda Guerra Mundial.
Hoy, a cuarenta y cuatro años de su desaparición, aquella sentencia que expresó al volver del raid arde como una llama en el alma de los hombres de campo: "Un buen caballo comunica espíritu al jinete, tal como un jinete audaz infunde valor al caballo".
Voces criollas
Ciencia gaucha: lo que el paisano aprende en el libro de la naturaleza. Se resumen en esta expresión la inteligencia, el instinto, la astucia y las habilidades del gaucho en las observaciones de su vida a campo.
Así, para poder proseguir su camino después de haber hecho un alto con el fin de dormir un momento, el gaucho que va cruzando grandes extensiones, en medio de una noche oscura y sin estrellas, tiende su recado y pone la cabecera en dirección al rumbo que llevaba; de tal manera está en situación de seguir ese mismo rumbo sin esperar a que aclare el día para orientarse. También lo hace colocando su rebenque sobre el suelo en la dirección que lleva.
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Palenquear: atar un potro al palenque para que afloje el cogote a consecuencia del dolor producido por sus continuos esfuerzos para liberarse, y ceda después con facilidad al ser tirado del cabresto, pudiéndose así amansarlo de abajo, (sacarle las cosquillas), que se acostumbre a estar atado sin sentarse y para quitarle las otras mañas de bagual.
(Extraído de "Vocabulario y Refranero Criollo", de Tito Saubidet).