Mi Salta Chalchalera, libro de Raimundo Goyanes y Alejandro Grand, recorre la vida artística del músico
Sesenta y tres años hace que Juan Carlos Saravia, "el gordo Saravia", forma parte de Los Chalchaleros, los mismos sesenta y tres que tiene el conjunto folklórico. Sin dudas había llegado el momento del homenaje escrito y así fue que apareció Mi Salta Chalchalera, escrito por Raimundo Goyanes y Alejandro Grand. El libro recuenta esos años en los que se amontonaron experiencias graciosas, gozosas, y algunas dolorosas; pero todas enriquecedoras. Allí los triunfos, los viajes y los premios. Los Chalchaleros en Alemania, en Miami, en España, en Hollywood, en todas partes.
El conjunto empezó con cuatro salteñitos que alteraron la siesta provinciana y se animaron a cantar en público en uno de los aniversarios de la muerte de Güemes. De manera que el cuarteto nació, así puede decirse, amparado por el prócer gaucho y con un nombre bien norteño. Sólo allí se llama chalchalero al zorzal; precisamente porque se alimenta del chalchal.
El camino de estos salteños se pobló de canciones a la tierra, al surco, al pago viejo, a la belleza de la naturaleza favorable y a la que hay que oponer trabajo y valor. Llegaron a tener un total de 395 canciones propias.
Claro que en el repertorio de Los Chalchaleros hay cuecas, vidalas y chacareras, pero siempre predominó la zamba; las más grabadas fueron La nochera, la Zamba del chalchalero y la Del grillo.
Los salteñitos aquellos fueron Juan Carlos Saravia, Aldo Saravia, Víctor José Zambrano y Carlos Franco Sosa. Y hoy, Juan Carlos Saravia, el único entre los fundadores, integra el conjunto con su hijo Facundo, Polo Román y Pancho Figueroa. Y en el camino los acompañaron quienes ya no están, Ernesto Cabeza, Francisco Figueroa, Ricardo Federico Dávalos y José Antonio Saravia Toledo.
Consagración
Para algunos, Los Chalchaleros y Los Fronterizos fueron una especie de River y Boca, y para la mayoría, simplemente fueron la consagración del folklore. Consagración a la que contribuyeron muchos conjuntos como Los cantores del alba, Los Quilla Huasi, Los Carabajal, Los hermanos Abalos, Los Nocheros, Las voces de Orán, Los de Salta y tantísimos más como Atahualpa Yupanqui, Eduardo Falú, Jaime Dávalos, Ariel Ramírez, el Cuchi Leguizamón.
Jorge Cafrune, Javier Anzoátegui con su Zamba para Javier y Hernán Figueroa Reyes, Tránsito Cocomarola con Kilómetro 14, entre tantos otros, formaron parte de la legión.
Quizás el que cantaran cosas esenciales como la tierra, la lluvia, el amor, los hijos y el trabajo, fuera la causa de que el folklore tuviera un contenido poético tan grande. Además de la música, por supuesto, hay muchas letras en el cancionero folklórico que alcanzan la poesía más alta.
Al ejemplo de los grandes y, en mi opinión, atraídos por ese valor poético, proliferaron los grupos que se dedicaron al folklore; hubo los más o menos caseros, los del fin de semana, los fogones en el campamento y las guitarreadas en la playa, los hubo buenísimos y de los otros. Los que continuaron y los que apenas duraron un verano.
Todos, todos fueron importantes porque entre otras cosas lograron que los de las ciudades miraran hacia tierra adentro. Y así se anoticiaran sobre la suerte del jangadero y del arriero, supieran cómo es la zafra, lo que es que el rancho hasta la cumbrera ya se anegó, entre camalotes, entre piquillines y chañares, garzas y los palmares. Y mientras conocieron el alazán y otros pelajes criollos pensaran si está muy malo el corralero. Con guitarras y bombos, todos estos conjuntos en medio de huellas dormidas, cauces ariscos y montes sombríos, contaron historias de gurises y de coraje.
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