Se trata de La Redención Sofro, que trabaja 30.000 hectáreas en cuatro provincias, la mayoría alquiladas
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CÓRDOBA.- El cordobés Marcos Rodrigué es propietario del Grupo La Redención Sofro, que explota 30.000 hectáreas, la mayoría alquiladas en el sur de Córdoba, Santiago del Estero, Chaco y Santa Fe. Desde siempre hacen agricultura priorizando la preservación de las condiciones productivas del suelo y están avanzando para darle una “impronta nueva” a la empresa, expandiéndose en ganadería e incorporando maquinaria para “sumar valor agregado”.
Rodrigué fue tres veces intendente de Inriville -280 kilómetros al sudeste de la ciudad de Córdoba- por la Unión Vecinal. Ocupó el cargo entre diciembre de 2007 y 2019. Asegura que debería haber “cumplido” su “sueño” de serlo en el primer período, cuando la ciudad que fundó su bisabuelo celebraba el centenario. “Después debería haber dejado; no es fácil hacer política y, a la vez, dirigir un grupo”, dice a LA NACION.
Sostiene que los cambios y la expansión que están encarando es en respuesta a los clientes que los acompañan hace 20 años y a que renovaron alquileres de campo en la zona núcleo por cinco años.
“Hemos crecido verticalmente, pero el horizontal es difícil -describe-. Apuntamos a sumar valor agregado; hemos comprado maquinarias nuevas con ese fin”. El grupo encaró el incremento de la producción ganadera. La estrategia fue vender novillos y, por “la misma plata”, comprar el doble de terneros. La expectativa es, en dos años, contar con 4000 novillos e ir “vendiendo y reponiendo”.
La empresa tiene a 80 personas en relación de dependencia; cuenta con una planta de acopio para 9000 toneladas, una oficina central y otras dos en las provincias donde hay explotación.
Rodrigué repasa que comenzaron con la siembra directa en 1984: “Experimentando con trigo, con alfalfa que se secaba, con maíz. La soja sí funcionaba. En ese entonces no había nada que se adaptara a la siembra directa que, con los años, se masificó y hoy sus ventajas son indiscutibles”.
Grafica que en condiciones de sequía -como este año en el sudeste cordobés, donde llovió poco- una hectárea de maíz rinde 125 quintales y una de soja, 45 quintales. “Con menos agua se produce más y eso más allá de la genética que hay, que es mucha y muy buena. Tener un campo limpio, con barbechos, hace que se consuma menos agua”, apunta.
En el caso de los campos del norte, donde producen, describe que sin rotación con maíz o cultivos de cobertura “sería imposible poder producir como en el último enero, cuando hubo calores de 50 grados”.
Insiste que la de la siembra directa es una práctica con mediciones concretas, lo que no se da, por ejemplo, cuando hay referencias a la captura de carbono. “Es obvio que la hay, pero no sabemos cuánto”, define.
Cuando era intendente, en 2008 -pleno conflicto por las retenciones con el Gobierno de Cristina Kirchner- hizo una carta en la que prometió que si se coparticipaba esa carga, duplicaría los sueldos de maestros, policías, municipales y jubilados.
Afirmó que le alcanzaría para construir 150 viviendas, pavimentar todo el pueblo, hacer un parque industrial, cloacas, sala de terapia intensiva y de partos y hasta un polideportivo municipal.
“El Gobierno busca a quien factura más -señala ahora-. Nosotros producimos lo que se exporta; tenemos trabajo y una demanda sostenida porque se trata de alimentos. Los precios de la soja, el maíz y el trigo aparecen sostenidos hasta fin de año”.
Califica al campo argentino como “muy competitivo”. Sostiene que “se reinventa permanentemente; está cada vez más profesionalizado y tecnificado. Donde antes había cuatro personas en una oficina hay 18. La gestión es diferente”.
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