Por Daniel Tirso Fiorotto Para LA NACION
PARANA.- Morocho, vigoroso, de expresión apacible, Blas Wilfredo Omar Jaime es el único heredero de la raza chaná que dice guardar como un tesoro el idioma de sus ancestros.
Este jubilado de Vialidad recuerda con orgullo a su tatarabuelo, Nicasio Santucho, que prefirió el aislamiento a la domesticación, y afirma que aprendió el idioma de su madre, Ederlinda Miguelina Yelón Moreyra. Su bisabuela Estefanía lo alentaba: "Tu eres un yañá, nunca de dejes tropeiar de nadie", como un mandato de la raza que fue puesta en jaque por el blanco y el charrúa. El último censo reveló que no son pocos los entrerrianos que se saben con sangre chaná, pero el caso de Jaime sorprende porque hasta ahora el idioma de los chanás es todo un misterio.
"Lo mejor sería guardar muy bien ese testimonio y estudiarlo, si ha conservado el idioma es verdaderamente un valor notable", dijo a LA NACION el licenciado en antropología Carlos Ceruti, investigador del Conicet y ex director del Museo de Ciencias Naturales y Antroplógicas de Paraná.
LA NACION entrevistó a Jaime en el barrio El Morro, de Paraná, donde vive con su compañera Guillermina, de origen toba, y un hijo, Guillermito. Allí contó cómo llegó a esta ciudad en los 40, admitió que durante décadas prefirió no hablar su idioma, porque entendía que debía cuidarlo, pero además porque "a nadie le interesaba que yo fuera indio". Lo de Jaime no es casual, los entrerrianos se creyeron "libres de indios", y el desinterés por lo aborigen, que aún persiste, ha llevado a menospreciar la existencia de varias naciones.
Hoy, Blas Jaime lamenta no hallar a nadie con quien intercambiar palabras en su idioma, desde la muerte de su hermano Miguel Machito Jaime. Y si bien no hubo todavía estudiosos de las lenguas que acrediten de algún modo la veracidad de sus relatos, el testimonio exhibe gran fortaleza. Cuando no sabe dice no sé, y no es un personaje que busque prensa.
Blas Jaime comentó cómo habitaban sus antepasados en chozas realizadas alrededor de un árbol, explicó los modos de pescar y cazar, la organización social liderada por un consejo de ancianos y con familias poligámicas. Y se explayó sobre las herencias del matriarcado, las iniciaciones sexuales, las visitaciones espirituales; la actitud defensiva frente a las asechanzas del monte y de las otras naciones.
El centro de los tesoros de Blas Jaime es su idioma, que no tiene desperdicio, aunque él admita que los del chaná eran sonidos guturales difíciles de traducir. Explica por ejemplo: "Timú le dice el chaná al pichón, al hijo. Atá es el agua, ata má es el río, y vanatí ata ma los hijos del río, los arroyos. La laguna atá re nderé, agua que no camina. Beada es la madre y beada á es la tierra. El árbol es el hijo de la tierra, vanatí beada, y sus ramas se llaman palá como el brazo del hombre, como el remo. Yogüin es el fuego. El humo vanatí yogüin, el hijo del fuego que hacía llorar al que quemaba".
Y luego: "Tijuinem es Dios, tijuí es el padre, nem es el espíritu; taé es malo, oblí es lindo, bueno, ancat el alma, ña es la muerte, ña dul la lanza (muerte voladora); opatí somos nosotros, la familia de uno, opatí maá es el poblado", continúa.
Para decir "cayó un rayo, marí depotí. Pescar: ña ichí. Cazar: ña mbaratá. Ocó aratá reé ña ichí, dirá el chaná para adelantar que de noche no pescará, pero de hecho esa expresión no cabe en ese aborigen porque el chaná no pesca de noche, se lo prohíbe aratá, el hijo del sol".
A la nutria "le decimos emú emú (nmu nmu)"; a la vizcacha, "curí, y terrá es todo lo que sea cueva, caverna; mbiní es el pájaro. Atic es el cuero", prosiguió.
Jaime admite que a algunas palabras que le enseñaron las conoció después en guaraní. "Le decían urú a la lechucita, a la víbora mboé; hermano decimos inchalá", comentó. "¿Como en charrúa?", preguntó LA NACION. "Ah, no sabía que los charrúas también decían inchalá a hermano.".