Propiedad de Ernesto Tornquist, este diseño del arquitecto Carlos Nordmann tiene un parecido notable con los palacios del rey Luis II de Baviera, a orillas del río Rin
Ernesto Tornquist es un exponente del "renacimiento argentino", período histórico brillante que se ubica entre las dos presidencias de Julio Argentino Roca, entre 1880 y 1904.
Representativo de la pujante "Generación del 80", en la que brilló por sus talentos natos para manejar grandes empresas mercantiles, Tornquist había nacido en la Argentina en 1842, fruto de una familia de origen sueco radicada en Buenos Aires.
Estudió en Alemania y de allí volvió a la Argentina, con la cultura de aquel país incorporada a su formación y gusto estético.
Dedicado principalmente a las operaciones bancarias, sus capitales respaldaron importantes iniciativas empresariales, como la construcción de puertos e instalaciones ferroviarias, emprendimientos industriales, explotación de recursos naturales y la edificación del Hotel Plaza, en Buenos Aires, su creación más emblemática.
Tornquist era muy amigo de Roca, a quien brindó apoyo económico para la Campaña del Desierto, haciéndose cargo de la compra de las telas para los uniformes de las tropas.
Pintorescas montañas
Los bonos del empréstito patriótico con el que se financió la campaña militar eran canjeables por tierras "limpias de indios" , motivo por el que Tornquist accedió a medio centenar de leguas cuadradas en aquellas viejas montañas, que tienen un agujero como una ventana, extraña característica que hizo que se bautizara a la cadena como Sierra de la Ventana.
Cuando Tornquist fue a conocer sus nuevas tierras, se enamoró del pintoresquismo de las sierras que rompían la monotonía de la llanura, y decidió construir una casa y una estancia. Por ello, llamó al arquitecto Carlos Nordmann, exponente del grupo de profesionales de origen alemán que habían impuesto en la construcción de la época el estilo del romanticismo medieval, en esa línea evocativa de los castillos típicos de orillas del Rin.
En la Argentina de entonces se gastaba en arquitectura, que era la expresión de riqueza de la época y a juzgar por las casas que Tornquist habitó en Buenos Aires, en el Tigre o en Mar del Plata, se nota claramente que le encantaban los bellos palacios y castillos alemanes.
La edificación de esta vivienda sureña se comenzó en 1903, con materiales adquiridos en Europa, puestos en el puerto de Buenos Aires y de ahí enviados en el tren que iba a Bahía Blanca.
Así se dio el fenómeno de que, terminada la conquista de aquellas tierras aún salvajes, enseguida llegó el tren. Allí, cerca de las tierras de este pionero, en una estación llamada Tornquist en su honor, se bajó un piano. En el mismo lugar donde hacía un puñado de meses sólo se podían encontrar tolderías.
Fue la prima y esposa del banquero, Rosa Altgelt, la que eligió y encargó todo el mobiliario y complementos de la decoración del castillo a una firma muy acreditada de Europa, que le mandó por correo todo lo que ella había elegido por catálogo. Eso era algo típico de la época, en la que había centenares de empresas europeas que se ocupaban de fabricar todo lo necesario para vestir lujosamente una mansión ubicada en cualquier región del continente.
Jardín majestuoso
La sofisticación de un castillo levantado entre los pajonales duros de las Sierras de la Ventana debía complementarse con un jardín de la misma jerarquía estética, ya que la rusticidad del terreno contrastaba con la edificación. Por eso, Tornquist contrató al célebre paisajista francés Charles Thays para que le diseñara un parque acorde al medio geográfico.
Thays empezó el trabajo en 1905 y a partir de entonces, durante seis años seguidos fue a la estancia La Ventana, donde puso alrededor de 2000 plantas anuales, contando con que se perdería la mitad. Con sólidos recursos económicos y tanto espacio libre para hacer el parque que más le gustara crear, Thays hizo un diseño muy extenso, con estatuas, copones y un quiosco alejado de la casa para que las señoras caminaran y fueran a tomar el té.
Además, aprovechando el arroyo que atraviesa el casco, se levantaron varios puentes ornamentales y se cavó un lago artificial que conectaba uno de los frentes a la casa con la vista más espectacular de las sierras de La Ventana.
En la entrada a la propiedad, sobre el camino que une las localidades de Tornquist con La Ventana, en vez de una tranquera se instaló un gran portal de hierro forjado, a la usanza de las grandes mansiones rurales europeas.
Posteriormente, éste fue donado al parque provincial Sierra de la Ventana, donde luce en la actualidad.
Este establecimiento ganadero, el primero de la comarca, se fraccionó muchas veces para dar lugar a otras estancias y al asentamiento de colonos suizos y alemanes que trajo Tornquist. En la actualidad, el casco histórico de la estancia La Ventana, todavía pertenece a la descendencia de su fundador.
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