Se trata de Josué “Yusepe” Muñoz Jiménez, un ingeniero agrónomo que trabajó en Panamá, Belice, Inglaterra, España, y países árabes, donde diseñó modelos productivos sustentables que quiere replicar en la Argentina
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El acento cubano con un dejo lingüístico del inglés refleja de inmediato las raíces de Josué “Yusepe” Muñoz Jiménez. El joven, de 30 años, está instalado desde hace dos años en Malargüe, Mendoza, en el país del “folclore y la magia” gauchesca, con el objetivo de llevar adelante un proyecto de producción regenerativa que tiene en mente. El sueño que lo desvela es poder aportar a la macroeconomía argentina, potenciando los campos ganaderos y volviendo a viejos modelos productivos. Desde chico anhelaba con ser un gaucho más.
El joven, hijo de padre cubano y madre colombiana, nació en las afueras de Miami. Aunque visitó por primera vez la Argentina cinco años atrás, vive desde hace dos. Su carrera como ingeniero agrónomo lo llevó a especializarse en los proyectos de agricultura regenerativa. Trabajó en Panamá, Belice, Inglaterra, España, y países árabes, donde diseñó modelos productivos sustentables.
“Desde muy niño sabía que quería venir para acá. Lo tenía claro, era una sensación que, capaz, no tiene mucha explicación. Tenía un llamado a la vida más tradicional, a lo que son los gauchos, las cordilleras, la estepa, la ganadería y los tiempos de antes. Fue una combinación de cosas que confirmaron mi teoría cuando vine por primera vez”, cuenta. Cuando vino a trabajar en una estancia en la Patagonia se dio cuenta de que todo lo que alguna vez imaginó era tan real como lo soñó. “Tuve una sensación de hogar”, completa.
En su etapa como estudiante en Miami vio la posibilidad de mejorar la producción en campos desertificados, haciendo ganadería regenerativa. Esta se hace imitando los movimientos rumiantes a lo natural. “Acá hay mucho campo, mucha posibilidad para este tipo de ganadería y recuperar muchos campos que se han perdido, por ende, poder aportar a la economía argentina, a la preservación de culturas camperas que se están perdiendo, y muchos campos que se están desertificando. Quisiera darle esperanza a los jóvenes, porque cuando los viejitos se mueren, muere el folclore, la magia que ve y vive la gente del campo argentino”, relata.
Desde su lugar busca aportar “un granito de arena” al país y tiene la “esperanza” de salir adelante. Confía que la habilidad de formar campos agroecológicos, rentables y desde cero en lugares inhóspitos es una de sus fortalezas. En Panamá desarrolló una granja sustentable para suplir de alimentación a una aldea de casi 200 personas. Cada proyecto le demanda entre uno o dos años, dependiendo de la extensión del trabajo; excepto uno de Belice, que fueron alrededor de cinco meses. A la Argentina llegó después de desarrollar un campo en Carolina del Norte, Estados Unidos.
“Estoy acá para siempre, ¿a dónde más iría? Amo el lugar donde tengo el campo, y hay mucho por hacer. Cada día descubro un nuevo elemento del campo que me enamora aún más y me doy cuenta de lo tanto que hay para desarrollar. Quiero demostrar que esas técnicas sirven en la ecorregión de la estepa cuyana y patagónica, para que se puedan reproducir. Me gustaría que las técnicas se adopten para que los productores no sufran la sequía y la pérdida de productividad”, subraya.
Asegura que, muchas veces, sucede que las personas que adoptan la ganadería regenerativa, lo hacen como última instancia. “La gente que lo adopta no son los que les va superbién en el modelo convencional y quieren hacer un cambio, son los que han tocado fondo”, afirma. El cambio climático influye en todo esto.
“Hay mucho interés en la ganadería regenerativa, está creciendo rápidamente. Va a haber un momento en el que los productores van a tener que decidir entre desaparecer como operación o van a adoptar las prácticas, porque los números no dan para criar a los animales a puro alimento y no podemos traer agua a 100 km de distancia. Tenemos que trabajar con lo que tenemos. Por eso estoy acá, este es el país que está más listo para la adopción de este tipo de prácticas. Si se adoptaran a nivel país podríamos volver a ser potencia mundial”, asegura.
Un sueño
Ese sueño comenzó a hacerlo realidad en Malargüe, donde están haciendo desde el alambrado, los corrales, la distribución del agua, los estudios y documentación de suelo, flora y fauna, etc. En su campo, asegura, han avistado animales en peligro de extinción; también están en proceso de transición de los caprinos y equinos, a la ganadería regenerativa. “Este campo tenía todas las características de lo que quería emprender en un lugar desconocido. Cuando llegué a la Argentina quería un campo en el norte neuquino, pero no encontré a precios accesibles”, subraya.
La idea es generar empleos, buenas condiciones de trabajo y vivienda, a través de su campo. Todo esto lleva a lo más importante que es la macro aportación de la que habla. “La macro aportación que quiero hacer es ayudar a mejorar los campos de la estepa que abarca muchas zonas áridas y semiáridas de pastizales del país”, afirma y remarca que lo que más le interesa es mejorar la economía desde el puestero del campo a lo que sucede en las comunidades.
Además, asegura que el folclore nacional se da en un entorno donde la tierra es más productiva, evitando así la desertificación y la degradación. “La juventud se sigue yendo de los campos y los mayores se están muriendo, ya no es lo mismo. Tenemos que mantener la cultura y la forma de vivir en el campo, ¿qué esperamos? ¿Traer alimento para el feedlot de China? No, tenemos las praderas más hermosas del mundo”, resume. Antes de finalizar, el joven insistió en que desde su lado quiere aportar a la preservación cultural, haciendo productivos los campos argentinos.
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