El peso de los votantes, la necesidad de mantener a la gente viviendo en el campo, la cultura, la tradición y la visión geopolítica de los Estados Unidos han hecho que históricamente mantengan un sistema de subsidios sobre la producción de alimentos.
Los subsidios americanos han evolucionado pasando desde simples mecanismos de pago directo al productor a distintos sistemas de protección que se activan ante caídas de precios o perdidas de beneficios del productor.
El lobby de los farmers americanos se hace sentir a la hora de votar a sus representantes en el Congreso y mantener estos mecanismos. A diferencia del caso argentino, el agro norteamericano tiene una representación importante y activa en el poder legislativo. Cuentan con un fuerte respaldo de los políticos locales y nacionales que buscan el apoyo del voto rural para validar sus puestos en el congreso.
La reciente propuesta de Donald Trump de recortar los gastos del presupuesto federal para reducir el déficit fiscal ha incluido un área tan sensible como los subsidios agrícolas bajo sus diferentes formas de seguros, coberturas de precio y apoyo a la actividad rural. A diferencia de la administración Obama, que buscaba asegurar precios mínimos o un piso de ingresos a los productores en una lenta transición hacia un menor costo fiscal, vemos que la administración Trump ha decidido patear el hormiguero de los subsidios agrícolas sin tener un mínimo consenso previo en el congreso.
Esto ha provocado la reacción de los farmers a través de sus asociaciones como la American Soybean Association (ASA) y de las agrupaciones de aseguradoras pero también del mismo Departamento de Agricultura de los Estados Unidos (USDA), que ve amenazado su propio presupuesto. Recientemente, el presidente de la ASA, Ron Moore, expresó su oposición a la medida que, entre otros recortes, podaría el 36% de los seguros para el agro o unos US$ 28.500 millones.
Para poder avanzar en este camino, Trump deberá enfrentar no sólo la oposición del partido demócrata, sino también la de su propio partido, que ha ganado la gran mayoría de los estados rurales con la excepción de Illinois y Minnesota.
Los productores norteamericanos de granos se quejan de la baja rentabilidad a pesar de la seguidilla de cosechas récords que presenta los Estados Unidos. La caída de los precios internacionales y el aumento de los costos –en particular de las semillas– son señalados con preocupación a la hora de medir las ganancias.
La jugada de Trump parece demasiado agresiva para ser digerida por los políticos de su propio partido. El impacto definitivo sobre el bolsillo del farmer dependerá si triunfa una posición moderada, al estilo Obama, o si los vientos de cambio socaban radicalmente la estructura de subsidios norteamericana.
Un cambio dramático en los subsidios impactará negativamente sobre la decisión de siembra, generando un aumento de precios o limitando una baja de los mismos. El mercado buscará su propio equilibrio, pero no hay dudas que beneficiará a los productores del hemisferio sur, en particular Brasil y la Argentina, al tener reglas de juego menos desiguales.
El autor es CEO de Los Grobo