En un encuentro convocado por el gobierno de Canadá, en Vancouver, en 2012, se comenzó a discutir el concepto de “Low level presence”. Refiriéndose a considerar una tolerancia mayor que cero a la presencia de eventos Organismos Genéticamente Modificados (OGM) no autorizados en un embarque de granos o subproductos en un determinado destino. Cualquier porcentaje distinto de cero que se acepte, por más mínimo que este sea, hace una monumental diferencia a la hora de segregar cualquier material. El cero, en cambio, es una guillotina que cae inclemente, no dando a lugar de maniobra en el comercio de granos. Sobre eso se centró una acalorada discusión internacional en Vancouver 2012.
Los canadienses venían de atravesar un episodio que les costó millones de dólares debido a la presencia de lino OGM mezclado accidentalmente con el habitual lino no OGM que comercializaban principalmente a la Unión Europea (UE). El episodio fue conocido como el “Triffid affair”. El evento, que no estaba autorizado en Canadá ni en UE, era un material experimental de una universidad y no debería haberse mezclado jamás. Pero, de alguna manera, salió el genio de la lámpara, y no hubo manera de frenar la “contaminación” de un lino con el otro. A partir de ese día, todo el lino canadiense quedó bajo sospecha, y en muchos casos con certeza por detección en destino de lino mezclado OGM y no OGM. Los europeos inmediatamente frenaron las compras del lino canadiense y las cotizaciones se desplomaron.
A posteriori de este gran problema, varios países incluida la Argentina, intentaron proponer la aceptación de tolerancias mínimas a la presencia de OGM no aprobados en un embarque.
Durante el transcurso del encuentro en Canadá, me tocó explicar la realidad de un productor, que no tiene la manera de limpiar a cero las sembradoras, cosechadoras, tolvas, camiones, norias, silos, etcétera. Y, por lo tanto, la segregación con tolerancia cero es impracticable.
“¿Pero que parte de tolerancia cero usted no entiende?”. Esa fue la pregunta que cortó el frío aire de Vancouver y que no me la olvido jamás. Pregunta que a su vez llevaba inmerso el mensaje sobre cuál era la férrea política sobre OGM de muchos países, inspirados principalmente por la UE.
Todo esto choca con el sentido común y el Codex alimentario, que buscaban encontrar directrices para aceptar cierta tolerancia ante estos casos, al igual que FAO y OECD que también intentaron tender puentes.
¿Pero cómo actuar ante esto? Sin dudas es junto con otros países que comparten la misma visión. Cuestión que la Argentina lo viene haciendo desde hace una década a nivel internacional con una clara postura. Pero al consumidor y a los organismos regulatorios no se los puede intentar doblegar por razones que ellos no comparten. No se trata de ver quien tiene razón, sino de lo que exige el consumidor.
Los riesgos
Hoy estamos tomando un riesgo irresponsable y de final abierto con la siembra (y ahora cosecha) de 55.000 hectáreas de trigo GMO. Las probabilidades de mezcla se espiralizan y van en sentido exponencial por los distintos vectores habituales como las sembradoras, tolvas, cosechadoras, camiones, plantas de silo, etcétera. Como así también en las distintas campañas, multiplicando los riesgos de manera temporal año a año.
Las empresas de semillas no toman estos riesgos habitualmente debido a que saben que cualquier demanda, como las que hubo en casos anteriores (Maíz y canola), ellas tienen que responder económicamente y hacerse cargo de los daños si los hubiere. Por esa razón no hay trigos OGM en el mercado, a pesar de que tecnológicamente varias compañías los tienen, y hace ya muchos años descontinuaron estos programas.
El trigo argentino tiene un valor bruto de la producción de unos 6000 millones de dólares al año. Cualquier perdida de valor que existiese afectaría a nuestra economía, particularmente a los productores, que van a tener que estar intentando demostrar estar libres de OGM por los próximos años.
El hecho de querer domesticar a la fuerza al consumidor, planteándole que: “Usted no entiende lo que, si yo entiendo”, no parece una manera inteligente de enfrentar un problema como este. No es siendo intolerantes frente al intolerante, que vamos a solucionar las cosas. Y más si las fuerzas están desbalanceadas, ya que Argentina tiene un peso muy reducido en el mercado mundial de trigo, y todo el resto del trigo mundial es no OGM.
Y la pregunta final: ¿Quién es responsable y paga los costos de todo esto si se da una situación similar al lino canadiense? Ahora mismo, y apenas arranca la cosecha, ya lo pagan los productores y la cadena tratando de demostrar estar “Libres de OGM” en cada camión. Pero esto recién empieza. Y el costo de la irresponsabilidad es ilimitado.
El autor es productor agropecuario
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