Hay tres escritores argentinos de auténtica cultura en cuyas letras está la esencia del ser argentino: José Hernández, Leopoldo Lugones y Saúl Alejandro Taborda.
José Hernández nació en las chacras de Perdriel, provincia de Buenos Aires, donde su familia poseía el caserón de los Pueyrredón. La muerte de su madre, a los 9 años, y su salud resentida impulsaron a los mayores al traslado del menor al campo, a vivir con el padre Rafael Hernández. El niño, que ya lleva el poeta adentro, renació "en medio de la inmensidad cautivante de la pampa". Su mente y su ánimo incorporaron las experiencias y las vivencias de la tierra madre y del gaucho. Salió de allí a los 22 años.
El hombre de pluma y de acción que fue José Hernández libró luchas del cerebro, batallas de la inteligencia, e incorporó al gaucho a las letras con su Martín Fierro.
Lugones vivió la aridez del norte cordobés, con vivencias en Santiago del Estero. Con solo 9 años, pasó a vivir en Córdoba, pero llevaba la voz de la tierra, y la impronta, conocida de cerca, del gaucho que ama la libertad, y que es generoso, culto, cortés y religioso. Y con todo el paisaje montañés y de campo y sus vivencias que acendradamente incorporó a su destino. Fue el paisaje argentino de campo en el panorama de las letras, que consagraron al poeta Lugones.
Saúl Alejandro Taborda nació en la estancia de Chañar Ladeado, donde convergen los límites de los departamentos San Justo, Río Primero y Río Segundo. Esa región de la Córdoba, mirando hacia el mar de Ansenuza, y por donde surcaban los ríos Primero y Segundo, era zona de montes nativos, que la mano del hombre modificó para la agricultura y la ganadería. En esas feraces tierras entre el bosque nativo y los pastos naturales, aprendió el oficio de relacionar las fases de la Luna con los tiempos de siembra, aprendió a convivir con la naturaleza, calculando los tiempos de lluvia y de seca y viendo la flora y la fauna en su estado puro.
Saúl Taborda supo internalizar las vivencias de la vida rupestre que le dieron un carácter indomable y una voluntad firme como también convicciones fundadas en la relación con el pasado familiar y la altivez del que se siente dueño de la mística relación con el medio ambiente. Cuando partió con sus 14 juveniles años, apoyado por una familia criolla (de hombres de campo) para formarse primero en Córdoba, luego en La Plata y Rosario y más tarde en el mundo, aquellos códigos del esfuerzo y los valores familiares lo inmunizaron para que, sin renegar de sus orígenes, incorporara los valores de la cultura cosmopolita y produjera la síntesis del pensamiento tal como lo vemos reflejado en su cosmovisión facúndica, en los vuelos literarios de su prosa y de sus versos, el análisis crítico de la realidad de su tiempo, el pensamiento filosófico y pedagógico y las expresiones revolucionarias de la Reforma del 18 en la Universidad.
Saúl Taborda realiza una integración de los valores de la cultura criolla que mamó en su niñez y la expresión de la madurez intelectual que cultivó no solo en su país sino en la vieja Europa. Salió de allí a los 14 años.
El hombre facúndico incorporado a la indagación espiritual de su esencia ancestral.
Hernández, Lugones y Taborda llevaban la tierra madre en sus venas, el paisaje y las gentes, es decir el mensaje material y fundamental de la Patria. Así le cantaron y le escribieron, y constituyen arquetipos únicos de argentinidad. Y así dicen con Fermín Chávez, al final de su V poema en su "Una provincia al Este":
"Quiero volver al pueblo y sus crecientes?
Quiero lavar mi luz cada mañana.
Quiero entrar en la tierra. Este es mi canto."
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