Mateo Comba, un joven rosarino, tiene un novedoso emprendimiento de mates; vende 1500 por mes y espera exportar con trazabilidad
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La palabra mate proviene del quechua matí, que significa calabaza, el recipiente donde comúnmente se toma esa infusión. Hace seis años, casi por casualidad y casi por herencia nació “Che Mate”. Al igual que Jorge, su padre, Mateo Comba siempre fue un busca de la vida, ese que encuentra oportunidades donde no las hay y, sin tratar de ir por la fácil, asume los desafíos, haciendo camino al andar.
Pese a que está muy familiarizado en todas las conversaciones de los argentinos, el significado de la palabra “che” en guaraní tiene un sentido de pertenencia, de posesión de la primera persona singular: “mi”. Esa fue la idea que tuvo para su emprendimiento de mates.
De familia de productores agropecuarios, el joven rosarino vivió, junto a sus cuatro hermanos, una niñez y adolescencia entendiendo que, para tener éxito en el sector había que tener perseverancia, un objetivo claro hacia dónde ir, ser creativo, apasionado y constante y, por sobre todo ser flexible.
Esa flexibilidad y ductilidad que tuvo su progenitor, ingeniero agrónomo, cuando decidió diversificar su empresa agrícolo-ganadera en Escalada, en el centro de Santa Fe, y sumar una producción de pistachos en una finca en San Juan, donde también hacía pasas de uva y olivos.
Con el sello agro tatuado en su corazón, al igual que sus hermanos más grandes, decidió ser agrónomo. Sin embargo, esos días de intenso estudio en la universidad fueron el disparador perfecto para entender que quería abrirse un camino laboral apartado de su familia. El mate, como el mejor compañero de esas tardes, fue el móvil de su emprendimiento. Así como su padre, décadas atrás, decidió “poner los huevos en diferentes canastas”. El joven buscó un horizonte nuevo para fabricar y vender esos productos.
“Siempre acompañamos a nuestro padre que nos permitió tener una visión bien amplia a lo relacionado con el sector, donde no todo era agricultura y ganadería sino que había otras actividades y eso fue algo que me gustó. Desde chico supe que quería ser ingeniero agrónomo. El hecho de que nos haya podido mostrar distintos puntos de vista del agro fue muy enriquecedor y me dio la posibilidad de seguir explorando, diversificando y mirar al campo desde otros ámbitos”, cuenta a LA NACION.
Con esa independencia en su ADN, encontró en la infusión un rumbo inesperado. Pese a su corta edad, 24 años, no era su primer emprendimiento: ya había vendido carne, perfumes, plantitas, entre tantos productos. Esa vez el objetivo era comprarse un motorhome para viajar por el mundo.
Así arrancó con una inversión de US$2000, con los típicos mates de camioneros, un par de bombillas y despolvilladores. El living de la casa de sus padres se convirtió en un taller y showroom. Allí en la mesa ratona colocaba los productos prolijamente para poder sacarle fotos y subirlas a las redes sociales.
Pero como quien no quiere, la cosa empezó a funcionar y a tomar un vuelo que ni él imaginaba. Era él contra el mundo y los pedidos de hasta 1000 unidades se volvieron cada vez más frecuentes. La bola se hacía más grande pero sabía, por legado, que cada peso que entrara se debía reinvertir, por ejemplo en una máquina grabadora láser y, por supuesto, en materia prima. “Aunque fueron tiempos de mucho sacrificio, de perderme cumpleaños, fiestas, atrasarme en la carrera, de fines de semana encerrado trabajando, desde un principio le tuve fé, sentía que lo que hacía tenía un buen norte”, describe.
Un día conoció unas ingenieras ambientales que le plantearon por qué no convertía su emprendimiento en una empresa B (de triple impacto: económico, ambiental y social). Sin conocer del tema, se embarcó en ese nuevo eje: ser amigables con el ambiente, principalmente.
Comenzó fabricando un porta mate y bombilla, de tela náutica, con un cierre impermeable, para que se deje de utilizar las huellas plásticas y en esas “pequeñas cosas ir transformando la vida de la gente y el planeta”.
Luego se unió a una ONG para plantar árboles nativos en regiones que habían sufrido quemas. “Junto a ReforestAr, en la Patagonia, nos vimos en la necesidad de colaborar con la causa de reforestación y aportar nuestro granito de arena para restaurar bosques nativos degradados. En febrero de 2024 nos sumamos a la campaña de reforestación en Cholila, en Chubut, donde plantamos especies como el ciprés de la cordillera y el coihue”, destaca.
Su tercer gran paso fue convertirse él mismo en productor de su materia prima, de las llamadas calabazas para mates (Lagenaria) que venían de Brasil. Era su “lado patriótico de defender y potenciar las economías regionales”.
“Me dije ‘pará loco, por qué no podemos producir nosotros y tenemos que buscar las calabazas afuera, siendo la Argentina un monstruo en todo lo que se refiere al campo; esto no puede pasar más, tiene que cambiar’. Y así comencé las primeras pruebas de calabaza en el campo familiar de San Juan. Ahora, desde ahí conecto todo y comienza la trazabilidad del producto final”, detalla.
En un cuarto de hectárea todavía la producción no alcanza a abastecer su demanda y aun siguen comprando afuera. Está en camino de mejorar las variedades y calidad de la calabazas. En el corto plazo piensa llegar a dos hectáreas plantadas. En cada 10.000 metros cuadrados se puede llegar a producir unas 25.000 calabazas.
“Hoy en día vendemos unos 1500 mates por mes y mi idea es producir toda la materia prima que necesito. Paso a paso y en un futuro muy próximo el que compre mi mate sabrá dónde se produce, dónde hace su transformación la materia prima y quien se lo vende: toda su historia”, dice.
Ahora está en el último escalón para certificar su emprendimiento. Luego vendrá el tiempo de mirar nuevos horizontes: “Es preferible tardar más tiempo pero que cada paso que dé sea firme. Comenzamos con el negocio minorista, luego el mayorista, nos asociamos con una ONG, empezamos a producir nuestra propia materia prima y estamos muy cerca de ser empresa B, el próximo camino es llevar nuestro producto al mundo”.
Pese a los costos que tiene y donde al negocio aun le falta para que ser rentable, Comba está orgulloso donde llegó. Se autopercibe como “un resiliente” ante las circunstancias que le trae eso de ser emprendedor: “Cuando tengo un objetivo no paro hasta conseguirlo, tratando de ser siempre el mejor”.
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