Recientemente visitamos Silicon Valley, ese conjunto de ciudades al sur de San Francisco, California, donde día a día miles de emprendedores de todo el mundo buscan nuevas oportunidades para solucionar los problemas de la humanidad.
Entre todas las experiencias vividas, la más impactante fue la de conducir un Tesla. Tesla es una marca de autos 100% eléctrico, de líneas elegantes, que acelera de 0 a 100 km/h en menos de 6 segundos, y tiene una autonomía de 400 km.
Se menciona la experiencia de “manejar”, pero en rigor de verdad, debería hablarse de sentarse en el sitio del conducto, para entregarle el mando al auto, en una autopista llena, y dejarse llevar a 120 km/h.
Reflexionando sobre la experiencia, resulta extraño que uno se ponga nervioso si la que maneja es la computadora del auto, cuando debería ser al revés. La computadora no se distrae, reacciona 100 veces más rápido que uno, tiene visión 360 grados y se integra a otras fuentes posibles de información. Esto se sabe antes de subir. Sin embargo, uno pareciera sentirse más seguro si es uno quien lleva el control.
En el campo, podemos apoyarnos en un piloto automático para manejar o en una imagen satelital para detectar amenazas en nuestros cultivos. Pero lograr la confianza en la nueva herramienta no sólo depende de quien la desarrolle. Requiere también de un esfuerzo de quien la vaya a adoptar para integrarla a su propio sistema de decisiones. Requiere desaprender y reaprender.
Esto de desaprender y reaprender es esencial para enfrentar al mundo que viene. No hay sector de la economía que no se esté transformando. Algunos, como el discográfico, cambiaron hace algunos años. Vemos a diario lo que ocurre con la televisión. El financiero está siéndolo con los bitcoins y otras criptomonedas. El automotriz con los autos eléctricos y los vehículos autónomos y hasta la ayuda humanitaria cambia gracias al Blockchain.
¿Creemos que el agro y la producción de alimentos serán la excepción a la regla? Lejos de paralizarnos, tenemos una enorme oportunidad por delante. En lo que llamamos el campo argentino tenemos talento y recursos más que suficientes para utilizar toda esta tecnología en nuestro provecho. La gran duda es saber si estamos dispuesto a atravesar esa tensión a la que la transición nos va a someter. Estoy convencido de que el premio lo vale: integrarnos al mundo como proveedores de soluciones de alto valor y así generar oportunidades laborales y profesionales en nuestro país.
Hay muchos participantes conformando un ecosistema preparado para contener a quienes quieran aventurarse a este nuevo desafío. Son emprendedores, incubadoras, aceleradoras e inversores y también el Estado está acompañando.
El autor es socio de Globaltecnos
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