El homenaje al "cura gaucho" se repite todos los años con más de 1000 jinetes
La cabalgata brocheriana que cada año se realiza desde Córdoba hasta la serrana localidad de Cura Brochero, rehace el camino que el "cura gaucho" inició desde su curato hacia la ciudad, entre 1872 y 1877, llevando contingentes de feligreses para hacer los ejercicios espirituales. Ese camino por la accidentada topografía y por senderos de herradura de difícil acceso, inspira hoy, en este rincón cordobés de la patria, a cientos de personas, que van movidas por la fe y por el espíritu de aventura. Son caravanas de hasta 1000 personas, montadas en equinos y mulares, y atravesando el valle de Traslasierra, que lo celebra como una fiesta, como un solo canto de alabanza hacia el recuerdo del "cura gaucho". Con los jinetes, también van cientos de peregrinos a pie.
Siempre encabeza la caravana, amén de la argentina, la bandera del cura: blanca, en cuyo paño destaca la silueta o perfil del beato Brochero arriba de su mula y una cruz en su mano.
Hay varias rutas por Los Gigantes, ya por Las Jarillas, Río Grande, Copina, Ceferino, El Cóndor, Cuesta del Gaucho, hasta el nacimiento del río Mina Clavero, recorriendo los faldeos entre Mina Clavero y Cura Brochero. Año tras año han ido aumentando los promesantes que la realizan.
La cabalgata arranca el 10 de marzo de cada año, con vistas a llegar en 4 o 6 días a más tardar, para llegar el 16, recordatorio del nacimiento de Brochero.
Las anécdotas surgen de la boca y del entusiasmo de dos cordobeses, Carlos Alberto Giménez, y Hugo Ortolani, quienes año tras año preparan sus "pilchas" para la travesía. Cada uno junto al hijo propio, cómo no, para que aprenda. Anécdotas como aquella vez que un reducido grupo de 47 jinetes se había perdido, y hubo que buscarlos y orientarlos. O en otra ocasión que, con denodado esfuerzo de jinetes y caballos, escalaron la Cuesta del Gaucho, donde sólo pasa uno por vez, y al subir y llegar a la cima, descubrir que allí estaban los nidos de los cóndores, al alcance de la mano. Y cuando frente a un cañadón no muy profundo, se empacó una yegua, con temor a saltarlo, el animal vio cómo lo hacía otro caballo, y así lo hizo.
O aquel jinete que se había desviado, encontró una cañadita y dijo "donde paso yo, pasa mi caballo", saltó pero el caballo resbaló y quedaron encajados caballo y jinete, éste pudo salir, pero el animal quedó con las cuatro patas para arriba pataleando, casi media hora; hubo que cegarlo (taparle los ojos) para sacarlo.
Y, por fin, don Antonio "Titi" Giménez recuerda, en sus buenos y transitados años, que quiso festejar su cumpleaños un 17 de marzo, mientras se realizaba la cabalgata, llevaba torta y todo, pero otros se llevaron el manjar en un acto de picardía criolla. Y dijo: "No festejo más mi cumpleaños".
El silencio que reina en los paisajes serranos es poblado por el paso de la cabalgata ante la ayuda de los baquianos. La charla cordial se recuerda en la inmensa obra del beato: canalización de agua para producción agrícola, rutas, empedrados, gestiones para el progreso regional, amén de lo estrictamente religioso, así como se evoca que los caminos de ida del cura Brochero a mula, no siempre eran los mismos para la vuelta, siempre tenía un feligrés o una familia que visitar, y que no estaban precisamente "ahicito nomás", sino internados dentro de la sierra. El ruido de los cascos produce un sonido de monotonía cósmica en la montaña, porque es el animal que deambula conducido por el jinete gaucho.
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