Se trata de Lázaro Bigliante, cuyo padre, Sebastián, lo grabó en un video alambrando en un campo
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“Papi, ¿a la tarde puedo ir al campo con vos, así terminamos el alambrado que empezamos la otra vuelta?” Así le decía esta mañana Lázaro a Sebastián Bigliante, mientras este lo llevaba a la escuela Nº 13 en el pueblo de María Ignacia Vela, de 2800 habitantes, en el partido bonaerense de Tandil, donde acaba de comenzar su 1º grado.
Sin tener en cuenta el paso de los días, con solo cinco años, el pequeño tiene grabada en su memoria la última vez que acompañó a su padre, aprovechando un feriado, a la estancia La Celina, en el paraje La Pastora, a unos 65 kilómetros de donde viven, para trabajar en una línea que le había quedado sin terminar.
“Ahora que está más grandecito y cada vez que hay una oportunidad y su madre lo deja, me acompaña al campo, como yo lo hacía con mi padre. Desde chico le gusta estar ahí conmigo y yo disfruto de su compañía, es mi único hijo varón y siempre está queriendo aprender este oficio que viene de su abuelo”, cuenta a LA NACION, Bigliante.
En este sentido, lo que recuerda una y otra vez el pequeño es esa jornada, donde ya en el trayecto al campo, como siempre, le preguntaba todo lo referente a cómo se alambra, qué se necesita, para que sirven los alambrados.
Cuando llegaron al lugar, como todo chico inquieto y voluntarioso, enseguida le pidió si podía intentar alambrar él también. Luego de un rato de explicaciones de cómo agarrar las herramientas de trabajo, tomó una, llamada california, que sirve para enroscar un hilo sobre otro y así fijar el alambre, y comenzó a realizar los movimientos, tal cómo le había enseñado su padre.
“Parecía que lo había hecho toda la vida. Con seguridad y rapidez maneaba el alambre sin cesar. Fue ahí que decidí grabarlo en un video y compartirlo entre mi gente”, relata.
Cuando volvió a su casa, Lázaro quiso retratar ese momento e hizo un dibujo donde estaba él y el resto de la gente que fue al campo, el alambrado, la camioneta y la ruta por donde fueron.
El oficio de alambrador es uno de los más antiguos que existen. En el año 1845, fue Richard Blake Newton quien puso el primer alambrado en la Argentina, en su estancia “Santa María”, cercana a la ciudad bonaerense de Chascomús. A partir de allí, el oficio formó parte de la idiosincrasia del campo. Fue así que cada 15 de marzo, se festeja el “Día Nacional del Alambrador”, como homenaje y en conmemoración al día de nacimiento de Newton.
Tal como ocurrió en la familia Bigliante, en general el oficio de alambrador se hereda de padres a hijos. Si bien no fue alambrador, el abuelo de Sebastián, con 12 años y junto a sus hermanos, había llegado de Canelones, Uruguay, a esos pagos bonaerenses para trabajar de peón de campo en una estancia del lugar, donde hizo querencia.
Su padre, Carlos, junto su tío, Héctor, fueron quienes iniciaron la tradición. Primeros fueron peones de campo, luego se pusieron de ayudantes de alambrador y, cuando tomaron coraje, se largaron por su cuenta.
“Somos una familia de alambradores. Mi padre empezó con la empresita ‘El oriental’ y yo, cuando terminé la primaria, decidí acompañarlo y aprender el trabajo”, dice Bigliante, de 34 años.
En la actualidad, con varios años ya despuntando el oficio, se esmera que los trabajos terminados queden impecables porque esa es su carta de presentación. “El aprendizaje lleva mucha tiempo, es prueba y error. Para perfeccionarte bien te lleva unos 15 años de práctica. Yo me esmero para que el cliente quede conforme si no no te llaman ni te recomiendan más. Eso es lo que les dije a los alumnos de la escuela salesiana de Arana, donde la otra vez dicté un curso”, dice.
Es cerca del mediodía y Lázaro está pronto para salir de la escuela. Con ansias, espera que llegue el sábado para poder acompañar a su padre al campo y seguir practicando el oficio de su abuelo.
“Antes quería ser policía, pero ahora ya me dijo que quiere subir en las jineteadas y, sobre todo, ser alambrador. Aunque todavía es un niño, yo le digo que sea lo que lo haga feliz. Si quiere ser alambrador, para mi va a ser un orgullo inmenso porque es una pasión que me la transmitió su abuelo y la llevo muy dentro mío”, finaliza.
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