En la escuela rural 718, en el paraje San Antonio, en la 3º sección Mercedes Cossio, en el departamento correntino de Goya, a Leonel Valdez tener conectividad le permitió desarrollarse
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“¿Seño, ponemos de nuevo el video instructivo de las macetas de yerba mate para que no nos quede ninguna duda cuando las hacemos?”
Las palabras pertenecen a Leonel Valdez que, junto a sus compañeros del 4º grado de la escuela rural 718, en el paraje San Antonio, en la 3º sección Mercedes Cossio, en el departamento correntino de Goya, no quiere fallar a la hora de hacer su presentación en la Feria de Ciencias.
Internet en las escuelas rurales es una demanda actual y urgente: igualar oportunidades y achicar esa brecha digital que existe entre los niños rurales y los que estudian en las ciudades pasa en gran parte por este lugar. Asimismo, un tema no menor es la cuestión del arraigo de las familias en los campos.
Valdez tiene 10 años, todas las mañanas en su casa se levanta bien temprano, agarra su bicicleta y toma un camino rural para llegar hasta la escuela, que le queda a un kilómetro de distancia. La maestra ya le anticipó que va a pasar a 5º grado y eso lo pone feliz. “Tuve buenas notas todo el año y en la última prueba me fue bien”, cuenta orgulloso.
Si bien tuvo su momento de esplendor, cuando tuvo más de 200 alumnos, la escuela en la actualidad, que en octubre pasado cumplió 100 años, tiene no más de una treintena de alumnos. La clase de Leonel son solo siete compañeros. El mes pasado, la directora del establecimiento, Azucena Santoro, y las maestras organizaron una Feria de Ciencias, donde cada división presentó distintas temáticas.
“En mi grado, hicimos macetas de yerba mate que aprendimos el tutorial por Internet. Después de haber visto varias veces el video explicativo, nos pusimos a hacer: primero hicimos un engrudo con agua y harina, lo cocinamos en el fuego, luego le agregamos la yerba usada secada al sol y el vinagre (para que no se pudra la maceta). Lo volvimos a cocinar en el horno unos 20 minutos para secarlos al sol después. Le pusimos adentro suculentas y aromáticas que teníamos en nuestras casas y eso fue nuestra muestra. Quedó buenísimo”, relata Leonel.
Para Santoro, Leonel es un chico muy aplicado y toda su familia lo acompaña en su progreso educativo. “Su madre se formó en esta escuela. A Leonel le gusta aprender y en su casa lo estimulan para que eso ocurra. Es respetuoso y curioso a la vez y se esmera por conocer de todos los temas que traemos al aula”, detalla.
En este contexto, la directora cuenta que las cosas en la ruralidad cambiaron en los últimos tiempos. “Hoy tener internet en el establecimiento abrió un mundo nuevo para los alumnos que asisten. El niño rural ya no es un niño aislado. Los chicos del campo también se volvieron tecnológicos”, asegura.
Según Santoro, tener Internet en la escuela les permitió acceder a contenidos educativos que nunca hubiesen podido hacerlo. “Abrió un abanico de oportunidades para ellos. Por ejemplo, a través de un proyector bajamos mapas interactivos y los chicos aprenden de una manera fácil y práctica. Imprimimos trabajos y ellos se llevan el material para completar en sus casas, mostramos videos de los problemas medioambientales que hay en el mundo y que nuestros alumnos están lejanos a todo ello”, detalla.
Para la directora, las cosas que parecen normales en la ciudad y pasan como si nada, en el campo adquieren mucha importancia: “A los chicos les cambió la vida y la manera de aprender”.
La vida fuera de la escuela
En su chacra de una hectárea y media, bajo el sol, la familia Valdez por completo cosecha tabaco. Entre planta y planta, los pensamientos de Leonel van y vienen: cuando sea grande sueña con ser un granadero a caballo.
Todos los días, al mediodía, tras su jornada escolar y tomando el mismo camino rural, regresa a su casa. Después de almorzar y de dormir una pequeña siesta, se dedica a ayudar a sus padres en algunas tareas agropecuarias. “Siempre es voluntarioso, nunca reniega de acompañarnos. Si hay que cosechar tabaco, vamos a la chacra todos juntos y si es ayudar a su padre a rejuntar la hacienda del patrón para llevarla al corral a vacunar o bañar los animales, lo mismo, siempre acompaña”, señala Claudia, su mamá.
Desde pequeño aprendió a andar solo en su caballo, al que apodó “la tortuga”, por lo lento y mañero que era hacerlo trotar y aun más galopar. Cuando no tiene que hacer deberes o ayudar a sus padres, enseguida agarra su caballo y sale solo a recorrer.
Lo que más le gusta es llevar hacienda de un campo a otro. Si bien no son grandes las distancias, con su corta edad, le gusta sentirse por un rato tropero, un oficio en la actualidad casi en desuso. Trabajo de antaño en la ruralidad, el tropero es quien arrea ganado, en general vacuno. Puede ser distancias pequeñas o considerables, incluso puede llevar hasta semanas el traslado de los animales.
“Venimos de familia de campo, su abuelo (mi padre) trabaja en una estancia acá cerca y nosotros seguimos con esa manera de vivir. Nuestros parientes viven todos en los alrededores, a unos dos kilómetros, en distintos establecimientos de la zona. Si alguien necesita una mano, enseguida estamos todos para dársela”, dice Claudia.
Si bien Claudia desea que Leonel, su único hijo, en el futuro estudie Veterinaria, él quiere ser un granadero a caballo, como eran los del General San Martín. “Quiero ser militar para defender a la Patria. Me gusta el campo pero quiero entrar al ejército”, describe Leonel.
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