En 1993, Carlos y Estela Antonutti decidieron hacer un giro en sus vidas; canjearon su casa de Castelar por un campo semiabandonado en Tandil y lo convirtieron en el primer tambo orgánico en la Argentina, que hoy continúan los hijos
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En Castelar, la vida de los Antonutti transcurría con normalidad. Carlos trabajaba en Hurlingham en la estación de servicio familiar, de la que tuvo que hacerse cargo muy joven, tras la muerte de su padre. En tanto, Estela se ocupaba de la crianza de los pequeños y, en sus ratos libres, día por medio, recorría unos kilómetros hasta un tambo en Luján para comprar unos 10 litros de leche y en su cocina improvisar un queso casero.
Sin embargo, en 1993, un viaje a Italia del matrimonio junto sus hijos Carla, Mariana y Aldo, fue el disparador para un cambio rotundo en sus vidas. Allí conocieron diferentes actividades agropecuarias que trabajaban bajo un sistema ecológico, novedoso aun para esa época. Con gran entusiasmo y en su valija un manual de manejo de producciones orgánicas, regresaron al país con la firme idea de replicarlo.
Ni bien llegados, emprendieron viaje a Mendoza y Tandil, dos posibles destinos donde ellos creían poder llevar a cabo alguna actividad rural, parecida a las que habían conocido en Europa. Ya de vuelta en su casa, cuando estaban deliberando qué hacer, se le presentó una oportunidad única: les ofrecieron cambiar su casa de Castelar por un campo semiabandonado de 93 hectáreas en Tandil.
Carlos, con algunos resabios de conocimientos de un breve paso por la carrera de Agronomía, y Estela, con esa experiencia en la fabricación de quesos, no vacilaron en encarar esa aventura. Al campo lo llamaron Los Osos, forma que acostumbraban a llamarse entre ellos.
“El campo solo tenía una piecita 4x4, así que al principio solo íbamos los fines de semana. Pero a los seis meses, luego de unos episodios de inseguridad, mis padres decidieron mudarse definitivamente al campo”, cuenta Aldo a LA NACION.
Aunque Carlos continuaba a la distancia con su negocio de la estación de servicio, enseguida plantaron bandera en el lugar: hicieron una huerta, un gallinero y compraron tres vacas lecheras que daban unos 25 litros de leche.
Estela comenzó a elaborar quesos que “ya no eran los del principio de Castelar”, sino que iban mejorando día a día. Y enarbolando su visión ecológica, al poco tiempo de aterrizados, decidieron certificar su producción y se convirtieron así en el “primer tambo orgánico de la Argentina”.
“Enseguida, mamá se puso en contacto con un maestro quesero que trabajaba en una escuela agrotécnica a unos ocho kilómetros del campo, que la fue ayudando con técnicas para perfeccionar sus productos”, relata.
Fue así que poco a poco, el hobby fue tomando el color de emprendimiento. A pulmón, compraron unas 10 vacas más y la piecita donde se ordeñaba a mano se transformó en un “tambo fábrica”. De un lado del galpón se ubicó la ordeñadora mecánica y del otro la sala de elaboración de los quesos. Luego se sumó un saladero y una cámara de maduración y estacionamiento de los productos ya terminados.
“Recuerdo muy bien nuestras recorridas por distintos lugares del país, donde había ferias de productos artesanales. Mis padres armaban el stand con sus quesos condimentados ‘Doña Cuchara’ y explicaban a los que se acercaban a comprar de qué se trataba eso de ser ecológicos”, describe.
Pasaba el tiempo, los chicos crecían y un día llegó el momento de partir a estudiar a universidad en Buenos Aires. En Los Osos permaneció el matrimonio, peleándola a diario porque y aunque vendían toda la producción y Carlos ayudaba en la parte administrativa del establecimiento, el proyecto no terminaba de despegar económicamente.
En 2006 Carlos murió y, a pesar de ello, Estela decidió quedarse en el campo, queriendo continuar tejiendo su historia en el lugar. Esa era su realidad y no estaba dispuesta a abandonarlo, donde ya había echado raíces.
“Le dijimos con mis hermanas que deje todo y se vuelva Buenos Aires, donde estábamos nosotros tres pero ella decidió quedarse y seguir adelante con su emprendimiento. Es más, estar ocupada en lo suyo la ayudó a atravesar el duelo de mi padre. Por nuestra parte, los fines de semana volvíamos a Tandil a hacerle compañía”, relata.
Sin embargo, en 2017 Estela creyó que era momento de iniciar su retiro. Fue ahí que Aldo, ya licenciado en Marketing y con un MBA encima, le propuso a sus hermanas tomar las riendas de Los Osos, y continuar el legado familiar, dándole una vuelta de tuerca al emprendimiento.
Si bien mantuvieron los productos originales con su marca, lanzaron una nueva propuesta. Bajo el nombre de “Santo Padre” (en honor a Carlos) crearon una variedad de tres quesos orgánicos premium: provolone, queso tipo Gouda y parmesano, este último con 10 meses de maduración. “Pensé que era bueno conservar los quesos condimentados que creó mi madre, pero quise poner en valor otros productos”, dice.
Desde ese entonces, sin publicidad y solo con el boca a boca, focalizaron su canal de ventas de manera directa en 400 tiendas de todo el país. Sumaron a las redes sociales para mostrar a sus miles de seguidores la forma en la que elaboran sus productos. En la actualidad, poseen 90 vacas en ordeñe y destinan 2000 litros diarios de leche para quesos orgánicos “Santo Padre” y 2000 litros para quesos pastoriles “Doña Cuchara”.
Para los Antonutti, cada horma de queso orgánico es como una pequeña obra de arte. Hoy, Estela se dedica a ser abuela y desde lejos los vigila. También a Carlos lo sienten presente: sus cenizas son parte de la tierra que él mismo sembró años atrás, en un árbol que está en medio del campo.
“No apures el proceso, las buenas cosas llevan su tiempo. Buscamos que nuestros seguidores vean cómo es nuestra fábrica que soñaron nuestros padres y que hoy es una realidad”, reflexiona.
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