Federico Luis Vizzolini se dedicaba a la industria fideera en Tres Arroyos, pero en los noventa las circunstancias del país lo obligaron a vender y decidió embarcarse en la actividad ganadera
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En lengua guaraní, ara es tiempo y endu sentir. Arandú significa sabiduría, sapiencia ancestral. Eso fue lo que sintió muy dentro de su ser Alberto Vizzolini en el año 1996 cuando decidió que era tiempo de deshacerse y vender la fábrica de fideos de sémola que fundara su padre Luis, en la localidad bonaerense de Tres Arroyos a principios del siglo pasado.
Arandú también fue el nombre que eligió su hijo Federico Luis, cuando hace más de siete años decidió armar una cabaña Angus en un campo familiar. En la 43º Exposición Nacional Angus de Primavera del año pasado, que se realizó en el predio de la Sociedad Rural de Olavarría, obtuvo varios premios en diferentes categorías, entre ellos una ternera fue consagrada como la segunda mejor hembra de la exposición.
La historia de los hermanos Vizzolini en la Argentina comenzó precisamente en 1906 cuando llegaron del norte de Italia y en esa ciudad bonaerense reacondicionaron una vieja industria de hielo y empezaron a fabricar pasta al estilo de su país. Luego se incorporó Alberto, quien con mucho esfuerzo y seleccionando los mejores trigos candeal que sembraban en su propio campo, permitió que sus productos no solo lleguen a toda la Argentina sino que también comenzaron a exportar a diferentes lugares como a los Estados Unidos. Fue así que lograron posicionarse como “la tercera marca de fideos del país”.
Sin embargo, en la segunda presidencia de Carlos Menem las cosas comenzarían a cambiar. Fue ahí que Alberto le dijo a su hijo, que también se encargaba de administrar el campo, que era tiempo de pegar un golpe de timón y vender la pyme ¿El motivo? Una fábrica familiar no iba a resistir el ingreso de las compañías de mayor porte al país y la acción de la cadena comercial.
“Nos iba resultar muy difícil competir con esos monstruos, con su oferta tan agresiva, sumado a la expansión de los supermercados, donde cada vez más te pedían algo para poder comprarte y sobre todo que nos pagaban a los 120 días y nosotros teníamos que pagar el trigo a los siete días y a la gente a los 20 días”, cuenta el cabañero tresarroyense a LA NACION.
“Yo ya trabajaba con mi padre y lamentablemente lo que me dijo se fue dando y, nosotros, que ya veníamos teniendo presencia en la actividad agropecuaria, donde hacíamos ganadería y agricultura para sembrar nuestro propio trigo candeal, comenzamos a meternos en el sector ahora de lleno”, agrega.
Fue así que, luego de vender la fábrica, compraron más hectáreas y empezaron a incurrir en la ganadería. Al fallecer su padre, a Federico Luis le quedó en la división hereditaria un campo de cría en la Cuenca del Salado, sobre la ruta 11, en el partido bonaerense de Dolores y otro en Tres Arroyos.
Con rodeos generales, el productor siempre buscó tener buena hacienda, de calidad, aunque estaba lejos de soñar con una cabaña. Como le gustaba ver buenos animales, recorría las diferentes muestras y exposiciones ganaderas y con el tiempo fue entendiendo de la importancia de la genética en el mejoramiento de los rodeos, por ejemplo para mejorar en kilos al destete.
Un día conoció a Juan García quien le sugirió comenzar a comprar pedigree. “Arrancamos este proyecto y empezamos a trabajar en eso. Fuimos evolucionando y hace siete años que creamos la cabaña Arandú y comenzamos a competir en las exposiciones más importantes”, detalla.
En el establecimiento Malele, cerca de la Bahía de Samborombón, está todo el rodeo puro controlado. En tanto, en Tres Arroyos, se encuentra el rodeo de pedigree, dividido en el que está a campo (con un lote de alrededor de 60 madres, más otro lote de 100 animales con facilidad de parto) y el plantelero, compuesto de vacas madres, receptoras y cerca de 40 donantes, donde en la actualidad producen cerca de 200 nacimientos. También hacen toros para comercializar y para sus rodeos generales.
Cada vez que encaró un proyecto nuevo, los consejos de su padre eran que una idea, un emprendimiento en la vida no se podía esperar resultados en uno o dos años, sino más bien cuatro, cinco, seis o hasta siete años.
“La enseñanza que me dejó mi padre y lo que aprendí del trabajo en la fábrica es que a la explotación ganadera que estamos haciendo, se la debe manejar como una industria: primero hay que poner plata, hay que desarrollar y después vienen los resultados”, señala.
“Nosotros arrancamos hace 10 años y hace cinco años que tenemos cada vez mejores resultados. Entonces hay que invertir para luego para poder lograr el objetivo final. Siempre veo todo a largo plazo, mis proyectos no son para el día a día porque, sino es imposible trabajar. Y así todo, nos es difícil porque las reglas de juego nos cambian continuamente, pero nosotros seguimos con proyectos a futuro”, agrega.
Con 53 años, el cabañero aun recuerda el apoyo incondicional de su padre cuando decidió emprender el camino ganadero. “Creo que estaría orgulloso. Vizzolini en un momento era una marca muy buena y yo, con mucho esfuerzo, logré en ganadería posicionar otra marca totalmente diferente a la industria fideera, que es Arandú”, finaliza.
Esta nota se publicó originalmente el 22 de septiembre de 2022
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