En el año que termina hoy, el agro ratificó su importancia en la vida nacional, aunque haya tenido que enfrentar todo tipo de obstáculos. No solo porque trabajó las 24 horas (acaso ahora haya alguien preparando la cosechadora para trillar el trigo o arreglando un molino para que no le falte agua a los animales) sino porque fue esencial para dotar un mínimo de estabilidad macroeconómica al país. Y, además, es clave porque permite un piso de seguridad alimentaria en el mercado interno, también, pese a todas las irregularidades de la economía.
Los poco más de 35.000 millones de dólares que generó el agro por exportaciones de granos y subproductos le permitieron al país evitar una eclosión. Y aunque los precios internacionales volvieron a alcanzar niveles récord, si no hubiera habido un entramado de productores, contratistas, empresas de maquinaria agrícola, semillas, fitosanitarios, fertilizantes y servicios de todo tipo esa cifra difícilmente se hubiera alcanzado. Es esa red de mujeres y hombres, emprendedores y profesionales, que sostiene ese volumen de producción. El mismo esquema se presenta con la ganadería y con las economías regionales.
Y pese a que todo el tiempo juega con la cancha inclinada -presión impositiva, brecha cambiaria e intervención de los mercados- sigue interesado en incorporar la mejor tecnología disponible. No es casual que haya proliferado el ecosistema de AgTech en el país con jóvenes que exploran los nuevos caminos que está abriendo la agricultura digital, desde el manejo de la información hasta los medios de pago.
Es ese mismo entramado que, además, ya tiene incorporado el criterio de sustentabilidad en su esquema de toma decisiones, entendida esta desde lo ambiental, lo social y lo económico. Las nuevas generaciones también están teniendo un papel clave en impulsar esa visión. Estas tendencias que estuvieron presentes en el año que se va, se profundizarán en 2022.
Ese entramado que tiene el agro se está haciendo cada vez más visible. Se vio en la movilización organizada por los autoconvocados el 9 de julio pasado en San Nicolás que fue mucho más que una convocatoria sectorial: se reclamó por producción, trabajo, educación y libertad. Fue una expresión social que no toda la dirigencia política logra entender. En rigor, habría que decir que muy pocos lo hacen.
Y también se vio cuando apareció un ataque mediático de artistas y otras figuras en contra del uso de fitosanitarios. Se respondió de forma espontánea en las redes sociales con caras y nombres, con transparencia.
El 2021 también dejó en claro que el Gobierno está dispuesto a profundizar la intervención sobre los mercados con el argumento de cuidar “la mesa de los argentinos” o los “bienes culturales”. El cierre de las exportaciones de carne en mayor pasado, que luego se tradujo en un cepo y más tarde en una flexibilización, es un ejemplo de ello. De igual forma, la regulación de las ventas de trigo y maíz con el esquema de “volúmenes de equilibrio”. Ni los consumidores ni los productores se benefician cada vez que se imponen esos sistemas. Aparecen los cazadores de oportunidades de protección.
En ese contexto, al agro se le presenta el desafío de mejorar su organización institucional. El Gobierno tiene interés en que en los próximos meses se trate la ley de fomento agroindustrial. Aunque hay legisladores que tienen vinculación con el campo, no hay un vehículo sólido para que influya en los debates legislativos que se vienen. Se cuenta con la herramienta del Consejo Agroindustrial Argentino (CAA) con la que el ruralismo tiene una relación ambivalente, está y no está. ¿Se aceptarán incentivos impositivos por un lado mientras subsisten los sistemas de intervención? ¿Conviene avanzar en una ley que, supuestamente, otorga estabilidad fiscal mientras no haya un programa de reducción de los derechos de exportación? Son interrogantes que la dirigencia agropecuaria tendrá que ir despejando en los próximos meses.
Otra vez, hay que recordar que el mundo no se queda quieto a esperar que la Argentina resuelva sus problemas. Alcanza con observar lo que hacen algunos países vecinos, como Brasil, Paraguay o Uruguay, siguen creciendo y capturan porciones de mercados externos.
Al mismo tiempo, el agro puede ser una palanca para el desarrollo interno si cuenta con reglas claras y lo dejan hacer. Puede atraer inversiones, generar trabajo, ocupar el territorio y descentralizar las ciudades. Es otro de los desafíos para el 2022
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